EL PAíS › OPINIóN
› Por Julián Domínguez *
Desde la llegada a la Casa Rosada de Néstor Kirchner, el desafío de recuperar la soberanía de las islas Malvinas se transformó en una política de Estado, ratificada tanto por Néstor como por nuestra presidenta Cristina Fernández de Kirchner en todo foro internacional del que participaron.
El Congreso Nacional también ha fortalecido la idea de cimentar una política exterior de Estado en la que se asientan los pilares de los derechos y reivindicaciones soberanas argentinas sobre las islas del Atlántico Sur. El mejor ejemplo de ello es la declaración de Ushuaia de marzo de 2012, aprobada por unanimidad por todas las fuerzas políticas con representación parlamentaria.
La respuesta británica a esta firme decisión del grueso de las fuerzas políticas y sociales de nuestro país ha sido la organización de un referéndum entre los isleños, plebiscito que carece de cualquier valor legal internacional. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha expuesto en reiteradas ocasiones que la única vía que acepta Argentina para la resolución del conflicto es el diálogo bilateral, y la ONU ha dejado en claro a través de sus resoluciones que las partes que deben intervenir son dos y no tres. Porque quienes hoy habitan el suelo de las islas son británicos, no población nativa, y eso es así desde la invasión británica en 1833.
Actualmente, el gobernador británico en las islas es elegido por la reina a propuesta de su secretario de Estado de Asuntos Exteriores y de la Commonwealth Británica. Según el texto constitucional, el gobernador representa a la reina de Inglaterra, y de ella deriva su legitimidad. Nunca ha habido avances en este sentido, a pesar de los pedidos locales de mayor autonomía.
Los argentinos no tenemos problema con que los isleños elijan sus propias autoridades, siempre que con sus decisiones no afecten los valores consagrados en nuestra Constitución Nacional. No queremos imponerle nada a la población de las islas Malvinas. Queremos que sigan trabajando y creciendo allí, con su cultura y sus costumbres. Eso sí: queremos que, por estar ocupando un territorio que es nuestro, acepten nuestro estado de derecho. Esto es demostrable en los más de 200.000 británicos y descendientes de británicos que habitan el suelo continental argentino y que gozan de los derechos y obligaciones que emanan de la Constitución Nacional y desarrollan su vida en plena libertad.
Este indeclinable pedido de Argentina para que se reconozca su soberanía sobre las islas tiene sustento en el pasado inmediato. El 11 de junio de 1974, representantes de la Embajada del Reino Unido en Buenos Aires, por orden expresa de las autoridades británicas, le propusieron al canciller del gobierno de Juan Domingo Perón, Alberto Vignes, comenzar a discutir las salvaguardias y garantías que se les otorgarían a los isleños en la eventualidad de un condominio sobre las islas Malvinas. La muerte del general, a las tres semanas, dejó truncas estas negociaciones. Este hecho olvidado de nuestra historia señala dos cuestiones: que a través del diálogo se puede llegar a una solución satisfactoria; y que Gran Bretaña, en el fondo, siempre supo que las Malvinas eran y son argentinas.
Con el derecho de nuestro lado, el próximo desafío es lograr que Gran Bretaña se siente a la mesa de negociaciones. Y para eso tenemos que usar todos los recursos, tanto diplomáticos como políticos. Siempre sobre la indeclinable base de buscar una salida pacífica al conflicto, debemos ser creativos a la hora de plantear posibles soluciones pacíficas.
Quiero hacer propia una frase contenida en el mensaje final de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, realizada en Aparecida, Brasil, en 2007, texto que fue mencionado por el papa Francisco a nuestra Presidenta durante la audiencia que mantuvieron hace unos días: “Esperamos hacer de este continente un modelo de reconciliación, de justicia y de paz”. En esa audiencia, nuestra Presidenta contó que la cuestión Malvinas estuvo presente, una señal que nos llena de orgullo y esperanza a todos los argentinos. Y en especial a los de mi generación, que llevará por siempre la marca de la guerra de Malvinas.
* Presidente de la Cámara de Diputados de la Nación.
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