EL PAíS › OPINIóN
› Por Mario Goloboff *
Como sucede también en otros ámbitos y países, acontecimientos de la magnitud de Malvinas suelen provocar enorme cantidad de textos de toda índole y una puesta al día de la literatura con la historia, con el presente, con la realidad. Esa inmediatez conspira a veces contra la profundidad, la calidad, aunque quedan algunos muy rescatables. Conviene hablar de ellos.
Gustavo Caso Rosendi, combatiente en Malvinas nacido en 1962, en Chubut, vive ahora en La Plata; ha escrito otros libros antes, publicados e inéditos. Soldados se presenta como escrito en 20032004; las fechas subrayan el paso del tiempo, con el correspondiente beneficio para los poemas, hechos cuando las impresiones habrían decantado, se las ve de lejos y puede estetizárselas.
Así, se trata de una poesía que, cualesquiera hayan sido las vivencias del “soldado”, sin duda viene al libro de la experiencia, aunque mediada por la literatura, por la mejor literatura, extranjera y argentina. Por ser el material de que se trata, lo que suele denominarse “el contenido”, ello sorprende (diría: gratamente), porque en estos casos testimoniales el lector espera encontrar vivencias en bruto, pero acá son reelaboradas por las (buenas) artes de la creación estética. Otra cosa que sorprende es que la primera imagen que encontramos, de modo ciertamente paradójico, es una resonancia de la mejor poesía de lengua inglesa (T. S. Eliot: “The waste land”) en un poemario que comienza: “Se asoman cada noche/uniformados de musgo/desde la tierra parturienta...”. Esta imagen de la tierra que se abre, no aquí para parir sino para tragar, continúa en “Naturaleza muerta” (“La tierra se abría/y nos iba comiendo/Verdes manzanas machucadas”) y en otros.
Los indicios de la mediación literaria son numerosos. Algunas de las piezas llevan por todo título la cita de un poeta mayor: el primero, de Guillaume Apollinaire (soldado voluntario él mismo, durante la Primera Guerra Mundial, herido en la cabeza y fallecido a raíz de dicha herida); el segundo, de Giusseppe Ungaretti; luego, William Blake, Dylan Thomas, Juan Gelman... Otras llevan títulos como “Nevermore” y juegan con el cuervo de Edgar Allan Poe, o alusiones a Caronte en el poema “Despedida”, a SaintExupéry y El principito, a Moby Dick en “Puerto Madryn”, o un poema cuyo título es “Tenía razón Oscar Wilde”. A pesar de toda esa literatura que transcurre, o quizá debido a este hecho, la voz es sumamente original, viene del interior del poeta y va hacia el interior del lector, en lo cotidiano, lo ínfimo, y también en el recuerdo minucioso de lo doméstico, lo individual y personal que pudo haber en la guerra. Parece estar diciéndonos que las cosas, cuando suceden, así sean inmensamente colectivas, son, para cada uno, irreductiblemente familiares, personales. Y éste es, y desde ahí, el gran valor de lo vivido para la sociedad.
Otra cosa que hace Rosendi, mejor dicho que no hace, y eso embellece el sentido, es calificar, juzgar, elegir. La suya es una escritura melancólica y hasta nostálgica: de un pasado y un lugar en los que se estuvo por los dictados de la vida y, sin reprochárselo a nadie, se acumularon dolores y experiencias, gracias a lo cual (aunque parezca mentira, pero no lo es) hoy puede saber qué es brindar por la felicidad: “Y porque aún nos perdura/la tristeza es que estamos felices/y porque sabemos que de alguna/manera no nos han vencido/es que brindamos” (“Brindis”).
Rescato también un texto de Néstor Perlongher (“Todo el poder a Lady Di”), conocido poeta y militante por los derechos de los homosexuales, nacido en 1949 y fallecido en 1992; es uno entre varios de carácter poéticodenunciatorio publicados por él en forma casi clandestina en la revista feminista Persona durante 1982, año de los combates en Malvinas. Tuvo la virtud de ser, en aquellos tiempos de nacionalismo exacerbado, de confusión interesada y de impensadas y generosas complicidades, una de las pocas voces que se alzaron en la Argentina para señalar la esencia autoritaria y represiva de los acontecimientos iniciados por la Junta en el poder. Los que hicieron que “en nombre de una abstracta territorialidad, que en nada ha de beneficiarlas, las castigadas masas argentinas (o al menos considerables sectores de ellas) se embarcan en la orgía nacionalista y claman por la muerte”.
Nada de lo que dice Perlongher con tanta claridad es inexacto, y no parece atribuible a una visión política sino poética de la situación: los políticos especulaban por ese entonces con los sentimientos de nacionalidad de nuestro pueblo, y algunos de izquierda sumaban a ellos vagas reivindicaciones anticolonialistas (¡en manos de la Junta!). A su lúcida visión, Perlongher agrega un agudo enfoque de género (“el ansia de guerra de las masas –supremo deporte de nuestras sociedades masculinas–”) que subraya el carácter despótico del poder. Todo esto no impide que su crítica política sea tan ajustada y que, desde un solitario rincón, entre marxista internacionalista y libertario, denuncie con veracidad las posturas seguidistas y oportunistas de quienes apoyaron la aventura militar.
No quiero privarme de una pequeña joya hermética, que viene de una mujer, Sandra Cornejo, quien tenía la edad de los soldados en Malvinas, y escribió este poema de tres líneas, titulado solo “Clase 62”: “Llegó el verano/pero no estabas bajo la nieve./Jamás te olvidaremos”.
Por último, imposible eludir, por tantas razones, el texto ya célebre de Jorge Luis Borges, “Juan López y John Ward” (1982) (“...Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel...”). Dejando de lado previsibles consideraciones sobre sus diferentes posturas y actitudes políticas a lo largo de los años, y a lo largo también de los años de la dictadura, no sorprende esta pieza que recrea, con variaciones no fundamentales, uno de sus temas esenciales, el de “el otro, el mismo” (como reza el título de su famoso libro), y que leímos, notoria aunque no únicamente, en “Poema de los dones”, “El otro tigre”, “Le regret d’Héraclite”, “El tango”, “El otro”, “Emerson”, “Junín”, “Tankas” 6, “Un mañana”, “1972”, “All our yesterdays”, “No eres los otros” y “La moneda de hierro”, última pieza del libro homónimo.
A menudo, los “otros” son aquéllos que ha querido ser y no ha podido ser; a veces, se trata de la confusión entre dos seres opuestos: el traidor y el héroe, el hereje y el ortodoxo, el bárbaro y el civilizado, etc.. Este desdoblamiento se hace interior cuando ambas calidades se reúnen en una misma y única persona, ya sea la de quien narra el relato o la del hablante lírico. Claro que, en Borges, uno no puede limitarse a una sola vía de acceso y debe interrogarse sobre muchas otras. ¿Hay una nueva consideración sobre la historia? ¿Sobre el papel de las naciones? ¿Sobre la fiebre nacionalista en un mundo de extranjeros? ¿Sobre su propia identidad argentina? ¿Hay, también, acaso, algo de autocrítica ante su mirada siempre condescendiente (por decir lo menos) hacia esos militares que emprendieron el feroz delirio? ¿También la confesión final de que no puede sino aceptar un viejo mandato literario: “usted podrá evadirse de la realidad, pero no su obra”?
* Escritor, docente universitario.
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