EL PAíS › FEDERICO LAGROTTA DECLARó EN EL JUICIO POR LOS CRíMENES DE LA ESMA
Tenía seis años cuando secuestraron a sus padres –Alejandro Lagrotta y Graciela Massa–, en el mismo operativo que afectó al Nono Lizaso y a la China Núñez. Su madre recuperó la libertad, pero de su padre nunca supo nada más.
› Por Alejandra Dandan
Federico Lagrotta tenía seis años cuando secuestraron a sus padres. Alejandro Lagrotta era parte de la legendaria Unidad Básica Combatientes Peronistas, Coordinadora Zonal de la Regional 1 de la Juventud Peronista de Vicente López, que encabezó el Nono Jorge Lizaso y de la que fue secuestrado, asesinado y de-saparecido uno de los grupos más numerosos de militantes en los primeros meses de 1976. A Alejandro lo secuestraron en abril y permanece desaparecido. Cuando Federico terminaba de declarar, uno de los fiscales le preguntó qué le pasó a él con esto, a sus seis años. “Lo que puedo decir es que arruinaron la vida de una familia y la de dos niños, además de la vida que se llevaron impunemente”, explicó ayer durante su testimonio en la causa ESMA, en los tribunales de Comodoro Py. “Que durante mucho tiempo uno sintió que nuestro padre era un fantasma, que de pronto un día había desaparecido sin decir ‘chau’ y es como que queda eso en el recuerdo hasta que uno es grande y logra procesar los hechos de otra manera.”
El 26 de abril de 1976, Alejandro Lagrotta tenía una cita con el Nono Lizaso y su esposa María Rosa Núñez, la China, en el bar de Los Angelitos, de Rincón y Rivadavia. Alejandro estaba con su esposa y hacía días que no paraban en su casa. El Nono y la China casi no andaban juntos en la calle, ni acudían a citas a la vez por cuestiones de seguridad, como recordó Silvia Lizaso, una de sus sobrinas en su testimonio de la semana pasada. Para entonces, la Marina había desplegado un enorme operativo sobre el grupo vinculado con Montoneros, detrás de la búsqueda del Nono Lizaso y de la China iban secuestrando y haciendo caer a otros compañeros, hasta a los propios padres de la China.
En el bar, una patota asesinó a la China e hirió al Nono, que fue trasladado a la ESMA y del que no se supo más nada. Secuestraron además a Alejandro Lagrotta, a su esposa y a Jorge Niemal, otro de los militantes.
“Por lo que tengo entendido, en el mismo bar que secuestran a mi padre y a mi madre estaban Jorge Lizaso y su esposa”, dijo Federico. “Aparentemente hubo un tiroteo, la esposa de Lizaso murió ahí, a Jorge se lo llevaron a la ESMA y nunca más se supo qué pasó. Supe que a mi mamá y a mi papá se los llevaron juntos, los pusieron en un mismo auto con los ojos mirando para abajo”, contó. “Yo tuve varias etapas de conocimiento de lo que pasó. Primero a través de mi madre, que me dijo y me contó que fue secuestrada en la calle, aparentemente por las denominadas patotas, y llevada a la ESMA. De mi padre no supe nunca más nada y a mi madre la liberaron entre siete y ocho días después, fue torturada, sé que le hicieron una serie de preguntas que nunca me supo especificar bien cuáles eran, pero se ve que se referían a la militancia de mi padre.”
Graciela Massa, su madre, estuvo sentada en la sala de Comodoro Py. Declaró antes. Cuando una y otra vez las defensas le preguntaron con ese tono que todavía busca impugnar por el sector específico de militancia de su esposo, una y otra vez les dijo que no lo sabía. “Yo ya dije que yo no militaba”, aclaró.
Federico se dedicó de grande a indagar un poco más sobre la historia de Alejandro. Se fue enterando del lugar de militancia. En la audiencia habló de la Unidad Básica y de la agrupación a la que pertenecía el Nono Lizaso. Situó allí a otros compañeros: Miguel Lizaso, Jorge Niemal e Isabel Artola. Hace muy poco, dando vueltas, también supo que su padre era uno de los referentes de la zona en la que la Unidad Básica desplegaba un trabajo de articulación estratégico en el territorio de la Zona Norte y el frente fabril. Uno de los antiguos compañeros de su padre, algo más chico, le contó que para el regreso de Juan Domingo Perón, por ejemplo, Alejandro encabezó una de las columnas que salió de la Unidad Básica con un brazalete en el brazo derecho. En el territorio, Alejandro era gerente de tesorería en FATE, profesor de Economía en la Universidad de Buenos Aires y de Mar del Plata. Y él mismo hizo entrar a otros compañeros a la fábrica, entre ellos a María Rosa de Niemal, una de las primeras desaparecidas entre los compañeros más cercanos.
“Nosotros vivíamos en la calle Del Carril al 4500, en Villa Devoto, y el día del secuestro de mis padres entraron personas desconocidas, aparentemente gente de la ESMA. Despertaron a mis abuelos, a nosotros no –dijo–, preguntaron por mis padres, mi abuela les dijo que no sabía dónde estaban, pero revisaron la casa, rompieron cosas, robaron. Ellos decían que buscaban documentos, pero se llevaron libros, no sé si eso era parte de la documentación. Lo que pasa es que mis abuelos estaban asustados, dijeron documentos y vaya a saber para uno qué eran esos documentos.”
A su madre la liberaron en la esquina de la casa. Uno de los abogados le preguntó en ese caso antes a Graciela qué le dijeron en ese momento. “Que si yo hacía una denuncia de lo que había vivido, me iban a volar a mí, a los chicos, que no podía contar a nadie lo que me había pasado.” Federico, que no escuchó el testimonio de su madre sino que habló después, contó que su abuelo, el padre de su madre, interpuso un amparo. “Una vez tocan el timbre, abro la puerta y aparecieron cinco, posiblemente de la Policía Federal, con armas; llamé a mi mamá, ella les pide que bajen las armas y preguntan por mi papá, que dónde está, etcétera. Durante ese lapso hay que situarse en la época, nos juntábamos mucho en la calle y durante un tiempo no nos dejaba, estaba asustada, lloraba por las noches, ese tipo de cosas.”
El paso de los Lagrotta por la ESMA quedó documentado desde la época de la Conadep. Graciela describió en ese momento que la hicieron subir y bajar escaleras, además de gritos y de escuchar en ocasiones ruido a música. Uno de los abogados defensores le preguntó por esa descripción, como buscando elementos para desarmar la certeza del lugar de cautiverio. Una de las fiscales, a la salida, explicó algo de lo que tienen estas causas. La ESMA de la que hablan los Lagrotta, y cada uno de los testigos que se sentará a declarar en estos primeros días del megajuicio, es una ESMA de la que hubo pocos sobrevivientes. No es la ESMA de Víctor Basterra, ni la descripta por quienes pasaron después. Y eso da cuenta a la vez de las distintas capas de construcción y de reconstrucción que al paso de los detenidos desa-parecidos también atravesó la lógica del centro clandestino.
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