Mar 09.04.2013

EL PAíS  › OPINIóN

Sociedad y Estado

› Por Aníbal Fernández *

Si el Estado es fuerte,
nos aplasta.
Si es débil, perecemos.

Paul Valery

“Conmueve ver la solidaridad de la gente”. La frase, según quien la diga, oculta en su formulación algunas de las grandes falacias que nos dejaron las últimas inundaciones en la CABA y en la ciudad de La Plata.

En boca de algunos periodistas, la palabra “conmueve” podría reemplazarse por la palabra “conmociona”, porque la verdad es que se muestran conmocionados. No esperaban –jamás alcanzaron a comprender– la capacidad solidaria de nuestro Pueblo y, entonces, hablan desde el estupor o desde una sorpresa mal disimulada. Y es por eso que se confunden. Porque aquellos que están allí, acarreando bolsas con donaciones, ordenando botellones de agua mineral, barriendo las calles o trapeando las paredes de las casas, no son “la gente”. Básicamente porque si algo no son es un grupo anónimo, imposible de identificar y con ese halo de superioridad que connota el sustantivo colectivo “gente”. Por el contrario, son personas, ciudadanos, con un alto grado de compromiso y sensibilidad social que perfectamente caben en la palabra “Pueblo”... aunque a algún que otro cronista o movilero le cueste pronunciarla.

“Conmueve ver la solidaridad de la gente”. Una verdad de Perogrullo que no está mal repetir si en su contracara no intentara expresar la crítica a un teórico “Estado ausente” que no es tal. Porque junto a las donaciones anónimas llegadas desde tantos lugares del país está el Estado con sus controles, con su logística, con sus agentes trabajando hombro con hombro con los Scouts, la Iglesia, las ONG, las agrupaciones políticas y los vecinos.

Un Estado que, además de la ampliación de la AUH, de los créditos, del aumento de las jubilaciones y pensiones para los adultos mayores afectados, de los controles sanitarios, etc. etc., estará allí cuando ya no haya situaciones desgarradoras (morbosas ¿?) para trasmitir por TV y, entonces, las cámaras y los movileros se retiren y el drama se mantenga en forma de enfermedad, o de carencia, o de desesperanza. Estará más allá de la transmisión en vivo del drama; más allá de la crónica de golpe bajo; más allá del revelador comentario “una hermosa sonrisa... sin dientes, pero hermosa” que desnuda brutalmente los sentimientos y las ideas del conductor de turno, por lo bestia de sus expresiones.

Los conmociona esa solidaridad inesperada. Acaso por eso sean tan ingenuos como para creer que no se les nota la antipatía con la que pretenden usar esa solidaridad popular en contra del Estado, de la Política, del Gobierno.

Porque lo que realmente conmueve, y conmovió todos estos días, y seguramente seguirá conmoviéndonos, es esa sutil y recuperada alianza entre la sociedad y el Estado, representada básicamente en los más jóvenes: alertas, movilizados, trabajando y controlando para que nadie tenga más de lo que necesita... es decir: para que nadie tenga menos.

Una alianza que nunca debió romperse. Que destrozaron a sangre y fuego. Que se reconstruyó... y que volvió para quedarse.

* Senador nacional.

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