Jue 11.04.2013

EL PAíS  › COMO SE ORGANIZAN LOS PROPIOS VECINOS PARA AYUDARSE TRAS LA INUNDACION Y REPARTIR LAS DONACIONES QUE LES LLEGAN

Cada barrio, una historia de solidaridad

Una recorrida por Tolosa, por el barrio Argüello de Berisso y por algunas zonas perdidas de Los Hornos revela que en algunos lugares la ayuda llega con cuentagotas. El contraste es la solidaridad de los propios inundados, vecinos y organizaciones sociales y políticas.

› Por Carlos Rodríguez

Pancho Lima, así le dicen sus vecinos en el barrio de Tolosa, cerca de La Plata. Su apellido es el real, pero el apodo parece inspirado en Pancho Villa, uno de los líderes de la Revolución Mexicana. Lima es panadero, tiene dos hijos pequeños y trabaja por su cuenta. Ayer por la tarde tenía la vista clavada en las nubes oscuras, amenazantes. El 2 de abril, cuando su casa se inundó, estaba solo, con sus dos chicos. Su mujer no había regresado del trabajo. Vivió unas horas de infierno que no quiere recordar y menos repetir. Tuvo que pelear para que el vendaval no se llevara a sus pibes. Salieron arrastrados por el pasillo de la casa, en 585, entre 8 y 9. Ayer, la amenaza de lluvia lo tenía inquieto, nervioso. Josefina Serrano Rivera, a quien todos conocen como “Coty”, habla con Página/12 con la voz tomada por la gripe, un síndrome habitual en muchos de los inundados, jaqueados por el frío, la humedad y las defensas bajas. Coty lleva en sus brazos a uno de sus ocho hijos. Desde su separación, los cría ella sola, madre y padre a la vez. Sale a cartonear para darles de comer. “Necesitamos chapas, un poco de membrana. Si llueve esta noche (por anoche) nos vamos a inundar de nuevo.”

Coty, con otras tres familias, vive en un grupito de casas precarias, en Los Hornos, rodeada por dos zanjones que cuando llueve se vuelven ríos. Pero no hace falta que desborden. Las chapas de la casa de Coty se derrumbaron por el peso del agua acumulada durante la tormenta del 2 de abril. Hoy, el techo de la vivienda está compuesto por un conjunto de lonas húmedas, que no sirven para frenar una lluvia, ni para secar las lágrimas. Una recorrida por Tolosa, por el barrio Argüello de Berisso y por algunas zonas perdidas de Los Hornos (“ni los periodistas vinieron”, dicen los vecinos con el resto de buen humor que les queda), demuestran que en algunos lugares la ayuda llega a cuentagotas. Eso contrasta con la enorme solidaridad de los propios inundados, vecinos y organizaciones sociales y políticas.

Ayer al mediodía, en Villa Argüello, los vecinos disfrutaron de un guiso preparado por los Bomberos Voluntarios de Magdalena, que llegaron en una autobomba, pero sin autobombo. Johny, desde sus 7 años, le preguntó a uno de los uniformados, en tono receloso: “¿Vos sos policía?”. Cuando escuchó que era bombero y luego de comer su plato de guiso, se animó a darle un abrazo. Por la tarde, lo primero que le dijo a Página/12 fue que había tomado una importante decisión: “Cuando sea grande voy a ser bombero”. Johny, a pesar de sus años, es el primero en bajar las provisiones que acercan Agustín, Amalia y María, militantes o voluntarios de la Juventud Guevarista Unión del Pueblo, que hacen colectas públicas, piden ayuda en los comercios y llevan comida, ropa y artículos de limpieza a los afectados. Miles de personas que llegan de todas partes de la provincia y el país siguen aportando sus donaciones a decenas de organizaciones sociales y políticas de La Plata, Berisso y Ensenada.

En Villa Argüello, la vecina que concentra todas las donaciones es Olga Saldaña, una mujer de 54 años que enviudó hace diez. “Acá vivo con mis ocho nietos y mi yerno.” Muestra su casa, humilde, golpeada por la inundación. “El agua, el día de la tormenta, vino del lado del zanjón que tenemos en la calle 66. Nunca fue entubado, nunca lo limpian. Si llueve esta noche, tienen que venir para ver cómo nos entra el agua a la casa.” Como una gran madre, Olga los cobija a todos, parientes o vecinos. “Nosotros dejamos que ella maneje todo lo que nos llega, porque le tenemos mucha confianza. Es una gran mujer, capaz de donarles a otros lo que le donan a ella”, afirma Cintia, una vecina que comparte el mate y algunas galletitas en una mesa instalada en la vereda de la casa de Olga.

Juana Arana tiene 22 años y un aspecto juvenil, aunque durante la inundación demostró su madurez, poniendo a salvo a sus dos hijos, Josefina, de 5, y Daniel, de 4. “Fue un desastre lo que ocurrió y seguimos sin tener una salida. La ayuda llega muy poca a través del municipio de Berisso, aunque contamos con la solidaridad de mucha gente que viene por su cuenta y nos trae todo lo que puede”. Sobre una especie de mostrador, al estilo de una “mesa de saldos”, instalado sobre la misma vereda, hay ropa apilada por talle y sexo. “Los vecinos vienen, revisan, buscan lo que le hace falta y se lo llevan”, confirma Olga.

En Los Hornos, ayudada por un grupo de jóvenes voluntarios, Arsenia de la Vega, desde hace 16 años lleva adelante, en su propia casa, un comedor solidario donde todas las tardes meriendan unas 40 familias, que en conjunto reúnen a más de cien niños y adolescentes. Antes que nada, aclara que no es pariente de El Zorro y que, como su nombre no le gusta, ella misma se autobautizó Cristina y así la llaman todos. “Cuando se casó mi hija, con mi marido nos quedamos muy solos. Por eso abrí el comedor. Yo cobro una pensión de 1170 pesos, pero con la ayuda de vecinos, comerciantes y rifas que se hacen, venimos sosteniendo el comedor, aunque ahora, con este desastre, nos estamos quedando sin alimentos, porque la demanda es mucho mayor.”

Se la nota preocupada a Cristina, que se levanta de la cama para atender a Página/12. “Tengo diabetes y estoy engripada. La enfermedad que tengo me baja las defensas, pero tengo que seguir, por mis vecinos y por mí.” Tanto en la casa de Olga, como en la de Cristina, el rito de los mates para los adultos, la leche para los chicos y las tortas fritas para todos, es algo que ningún temporal ha vencido ni podrá vencer. “Nosotros no hablamos de política, ni de colores partidarios, somos vecinos, somos pobres, tenemos que ayudarnos entre todos, porque eso es lo que hacemos siempre, con o sin inundación”, recalca Olga y, con otras palabras, Cristina dice lo mismo. El comedor de Cristina se llama El Encuentro y el nombre lo simboliza todo.

En Los Hornos profundo, donde la iluminación pública es escasa, donde abundan los zanjones que luego se convierten en ríos y la vegetación se hace espesa, viven cuatro familias que tienen que hacer un recuento de datos para recordar que, entre todos, tienen 15 hijos. “La municipalidad de La Plata anduvo limpiando casi toda la zona, pero nosotros todavía estamos rodeados de mugre. Nosotros tenemos una hija que fue operada dos veces del corazón, por un virus que le afectó una arteria, y tenemos a la bebé con problemas de riñón. La más grande, ahora anda bien, pero como tuvo afectado el corazón, hay que cuidarla.” Celeste Llanos y Hugo Medina relatan su precaria realidad, en una casa precaria, en una vida llena de cotidianas precariedades.

“Lo que pedimos es que nos traigan unas chapas, un poco de membrana y que nos limpien toda esta mugre. Hasta tenemos dos autos tirados ahí cerca y que los trajo el agua.” Carlitos, así se presenta y así lo llaman todos, es el que cierra el cuadro: “No pedimos más que un poco de ayuda, nada más que eso. Acá no vinieron ni los periodistas”.

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