Vie 26.04.2013

EL PAíS  › ENTREVISTA A FRANKLIN SERRANO, ECONOMISTA DE LA UNIVERSIDAD DE RIO DE JANEIRO

“Brasil debe ser la locomotora”

A diferencia de algunos analistas locales que no hacen sino destacar las bondades del “modelo” brasileño, Serrano resalta que una de las principales causas del bajo crecimiento de Brasil es la política fiscal restrictiva.

› Por Javier Lewkowicz

“No hay peor cosa para el proyecto de integración en nuestra región que el crecimiento económico de Brasil sea bajo. Se necesita que su dinamismo sea fuerte porque es el país más grande, el que debería convidar de prosperidad a los vecinos, ser la locomotora de la región. Si no, cada país buscará su locomotora”, explicó a Página/12 Franklin Serrano, economista brasileño, graduado de Cambridge y actualmente profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). A diferencia de algunos analistas locales que no hacen sino destacar las bondades del “modelo” brasileño, y de los críticos que aseguran que el país vecino tiene un serio problema de apreciación cambiaria, Serrano resalta que una de las principales causas del bajo crecimiento de Brasil es la política fiscal restrictiva.

–¿Cómo describe en materia económica la gestión de gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) hasta el estallido de la crisis internacional?

–Desde el inicio del gobierno de Lula, Brasil creció fundamentalmente a partir de la expansión del mercado interno, con una importante mejora de la distribución de la renta, de la participación de los trabajadores en el ingreso total y con una fuerte reducción de la pobreza. Esa dinámica fue importante para estimular la inversión y la propia capacidad productiva de la economía. El proceso fue una decisión de política económica, basada en la idea de retomar la responsabilidad del Estado en el crecimiento, lo que se refleja en la decisión de volver a darle impulso a la inversión pública. Eso fue viable, de todos modos, gracias a condiciones externas muy favorables, que permitieron que no fuera necesario desacelerar la economía ante el riesgo de una crisis cambiaria o por la exacerbación de las conflictos distributivos. En ese período se apreció el tipo de cambio de manera casi continua, hubo crecimiento industrial, suba de salarios en dólares y una reducción de la tasa de interés, que siguió siendo atractiva por el piso de la tasa establecido por la Reserva Federal de los Estados Unidos. A su vez, el Banco Central no se comprometió con un tipo de cambio fijo y pagó la deuda rápidamente al FMI, como también hizo la Argentina.

–¿Cómo explica la desaceleración económica de los últimos años?

–Brasil creció 7,5 por ciento en 2010, 2,4 por ciento en 2011, 0,8 en 2012 y las perspectivas para este año no son demasiado alentadoras. Sucedió que la inflación en el último tiempo se aceleró, algo que se explica por factores externos. Pero hubo una mala lectura del Gobierno, que atribuyó la mayor inflación a tensiones del crecimiento. Entonces subió la tasa de interés y disminuyó el crecimiento del crédito. Sobre esa base, se desplegó una fuerte reducción de la inversión pública. Además, cayeron las exportaciones por el impacto de la crisis internacional. El Gobierno luego intentó revertir la situación pero no lo hizo estimulando directamente la demanda a través de la inversión pública, sino que devaluó un poco la moneda, bajó las tasas de interés y aplicó desgravaciones impositivas, estímulos indirectos sobre la operatoria de las empresas. Y frente a la caída de la inversión pública, operó en los empresarios un cambio negativo en las expectativas.

–¿A qué atribuye esa reticencia a estimular en forma decidida la demanda?

–Hay varios puntos para analizar. Por un lado, está la corriente de los economistas del “nuevo desarrollismo”, que dicen que con devaluar se solucionan los problemas de empleo y crecen las exportaciones. Son los “optimistas de las elasticidades”, porque piensan que con precios relativos se soluciona todo. Pero eso no es así: Brasil no sabe hacer químicos como Alemania y no vamos a aprender con un tipo de cambio alto. Los precios no hacen milagros, por algo existe una escuela llamada estructuralismo, que apunta al rol de la inversión pública. Otros economistas dicen que el problema es que casi toda la inversión es financiada por el BNDS. En Brasil está la idea de que un capitalismo dinámico debería ser privado, incluso entre los economistas de izquierda, y ni hablar entre los empresarios. Es un extraño consenso que dice que no se precisa mucho del Estado. Por otro lado, se habla de un supuesto “pleno empleo” en Brasil, algo muy discutible en un país con condiciones laborales tan precarias. Hay un sector de la clase media brasileña que está cada vez más molesta, indignada. Una columnista de O Globo se preguntó recientemente: “¿Cuál es la gracia de ir a París si me puedo llegar a encontrar a mi portero allá? Eso es malestar de clase, y contribuye al consenso de que el crecimiento de Brasil no debe ser radical. Hay muchos economistas, sin embargo, que están comenzando a pedir estímulos directos.

–¿Por qué plantea que Brasil se está “argentinizando”?

–Porque Brasil está comenzando a depender más que en el pasado de las exportaciones de materias primas. En paralelo, ha mejorado la distribución del ingreso, con lo que aparece en primer plano el conflicto distributivo de un modo similar al caso argentino. Tal como sucede en la historia económica argentina, en Brasil está emergiendo una disputa política sobre el tipo de cambio. Esa variable empieza a tener un papel en la pelea por el excedente económico, porque modifica los términos de apropiación de la renta de los recursos naturales, sobre todo.

–¿Qué consecuencias puede traer el hecho de que Brasil tenga déficit comercial financiado por endeudamiento e inversión extranjera directa?

–Pienso que a largo plazo no es un buen esquema, pero la realidad es que las condiciones actuales dan un margen muy grande para evitar una crisis. Esto no va a derivar en una crisis espectacular, pero sí puede llevar a intentar atraer capitales a cualquier precio, puede haber ausencia de desarrollo en sectores de alta tecnología y bajo crecimiento de la productividad. Es decir, puede provocar una desaceleración no deseable, pero sin que explote. En parte, esto es así porque muchos capitales adquieren deuda en reales, es decir que asumen el riesgo cambiario.

–¿Qué consecuencias tiene para la Argentina y la región un crecimiento más que moderado de parte de Brasil?

–El rol de Brasil en el crecimiento argentino está algo sobredimensionado, porque tienen un mercado interno bastante grande que explica la mayor parte del comportamiento macroeconómico. Sin embargo, creo que a nivel regional, para el proyecto de integración a nivel industrial y financiero, pero también político, social, educativo y cultural, no hay peor cosa que el crecimiento económico de Brasil sea bajo. Incluso los pequeños problemas sectoriales quedarían diluidos si Brasil creciera fuertemente, porque habría estrategias ofensivas de parte de los empresarios, y no defensivas. Se necesita que el dinamismo de Brasil sea fuerte porque es el país más grande, el que debería convidar de prosperidad a los vecinos, ser la locomotora de la región. Si no, cada país buscará su locomotora.

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