EL PAíS › PROTESTAS Y RECLAMOS DE LOS PASAJEROS AFECTADOS POR EL PARO
Un grupo de personas cortó el tránsito frente a la Terminal de Retiro y el piquete continuaba por la noche. “De las empresas de micros no queremos más nada, sólo que cumplan con el servicio”, dijo uno de los pasajeros afectados.
› Por Emilio Ruchansky
No son más de cuarenta personas las que cortan el tránsito frente a la Términal de Omnibus de Retiro, en el quinto día consecutivo de paro de micros. Cientos de pasajeros, hastiados de la espera y la negociación estéril, optaron por refugiarse en casa de amigos o en hoteles, otros cientos pasan la noche en las salas de espera de la terminal y perdieron hasta las ganas de protestar. Jadi Fernández, de 27 años, paraguaya, decidió sumarse al corte por la urgencia de su situación. “Tengo a mi padre con dengue y cálculos renales, está grave, creo que se muere. Si no, no me iría a verlo hasta Ciudad del Este, hace siete años que vine a vivir a acá y nunca volví”, asegura. Desde el sábado pasado duerme en la estación, mientras su abuela, dice, cuida a su hijo y su marido trabaja en la localidad bonaerense de Monte Grande. “Estamos bien organizados adentro, hacemos guardias y nos ayudamos”, comenta Fernández sobre sus inesperados vecinos.
Los pasajeros piden cámara en el corte, andan con las valijas y los pasajes encima. Algunos cuentan que se anotaron en un registro de la Comisión Nacional de Regulación del Transporte (CNRT), con ilusión de que les resuelvan el viaje. Los agentes de la comisión, afirman los manifestantes, no toman nombres sino destinos. Al menos 48 familias, muy urgidas económicamente, consiguieron ubicación en hoteles, por la mediación del Ministerio de Desarrollo de la Nación. “A mí se me vence la visa y mi novia está embarazada. Estamos atrapados”, cuenta un joven a cámara.
Por la tarde, miles de personas que se dirigen a la Villa 31 recorren la terminal para acortar camino. Son el único rasgo de dinamismo en los pasillos, donde se ven locales abiertos y boleterías cerradas. En la barra de uno de los bares, un cartelito informa que la modalidad de venta es de “autoservicio”. Un paisano se acerca y pide una escoba y palita para limpiar los restos de la merienda. “Después vienen y limpian”, le contesta el empleado. “Pero a nosotros no nos gusta. No somos así. Mire que a la mañana nos prestaron la escoba”, le advierte el hombre.
El sol se refleja sobre el cemento alisado de las plataformas vacías. Los tachos están vacíos y sólo un puñado de personas permanece sentado. En las primeras plataformas hay una Unidad Sanitaria Móvil, con cinco escaleras de aluminio a tierra para acceder a los servicios de medicina clínica, pediatría y medicamentos del plan Remediar. El trailer se instaló al mediodía y estará hasta la noche. “Volvemos igual y nos quedamos hasta que se termine el paro”, informa Marcelo Galván, coordinador del trailer del Ministerio de Salud de la Nación.
“Atendimos adultos con hipertensión y gastritis. Parece que cenaron sandwiches de jamón y queso, y toman poca agua, duermen mal, por eso a muchos les subió la presión y tienen dolor de panza”, dice Galván, integrante del Programa Nacional de Equidad Sanitaria Territorial. “Los concesionarios de los bares sirvieron desayuno gratis. Y las empresas de micros pusieron un servicio de catering. Los primeros días era comida muy rica, con entrada y plato principal. Pero anoche nos dieron unos pebetes con una lonja de jamón y otra de queso y nada más”, asegura Silvina, que acompaña a su pareja, el Vasco, quien vino por un tratamiento médico. Viven en Neuquén.
“¿Va para Mar del Plata?”, le pregunta un joven al Vasco. “Y... si me llevan no tengo problema. Total estoy varado. Me puedo ir a comer pescado y tomar vino”, le contesta. “No tomo vino”, le dice el joven. “No importa, yo sí”, dice el Vasco, mientras su interlocutor huye en busca de otros clientes. “Son de las combis. Andan muchos caranchos”, dice el hombre, encargado de una nueva bodega de vino en Neuquén. Anda con joggings grises y camisa y fuma sin parar. “Paramos en un hotel, vamos y venimos a ver si hay novedades”, dice su pareja, Silvina.
“Los remiseros están pidiendo cinco mil pesos para ir hasta San Luis. Nosotros hicimos cuentas y si metemos cuatro personas, nos sale 1250 por cabeza. Nos sale más barato tomar un avión”, dice Luciano Magallanes. A su lado, Daría Lucero cuenta que vinieron a Buenos Aires por trámites, que ambos son empleados estatales. “De baja categoría, si fuéramos jerarcas nos pagaban el vuelo”, aclara. Por la mañana, asegura Magallanes, algunos pasajeros terminaron fletando remises. “Yo me voy en camión, ya conseguí un contacto”, dice otro puntano, cerca de los muchachos.
Los andenes están tan desolados que, de a ratos, se oye el rechinar de los cables eléctricos y el sonido sostenido de los motores de las locomotoras de las estación de tren que está enfrente. Los gendarmes van y vienen en su patrullaje por los andenes, sin hacer comentarios; los pasajeros consultados coinciden en que la peor noche fue la del viernes pasado, con viento, lluvia y la gente apelotonada, creyendo que en cualquier momento se podía levantar el paro. “Esa noche, los de mantenimiento se portaron bárbaro, dieron calor y frío para que no nos agobiemos”, dice Silvina.
La solidaridad, la organización por grupos para conseguir hoteles a mejor precio y el rechazo a las “ofertas” de los remises mantuvieron unidos por estos días a los pasajeros frustrados. Además de la CNRT y los equipos de asistencia de los ministerios nacionales de Desarrollo Social y Salud, también pudo verse a un pequeño grupo de voluntarios de una iglesia cercana, que aportaron café y torta para apaciguar la espera. “No sé si lo voy a llegar a ver vivo a mi papá. Alguien tiene que parar esto. Es una vergüenza lo que está pasando”, dice Jadi, la joven paraguaya en el piquete.
A la noche, mientras algunos pasajeros quemaban basura en la calle para iluminar el corte, otros iban en busca de una vianda, la oficial, la que dan en los bares concesionados. “De las empresas de micros no queremos más nada, sólo que cumplan con el servicio”, afirma Jorge, otro de los pasajeros trasnochados.
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