EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
El Gobierno tomó –respecto del discurso y acciones que proclama y ejecuta en general– una de las medidas más controversiales de su gestión. La clave radicaría en descubrir si es una contradicción principal o secundaria.
Caben dos aclaraciones, que se pretenden significativas, previas al análisis político de este muy antipático blanqueo de capitales en dólares. La primera, justamente, es que se trata de una opinión política. Prescinde casi de consideraciones técnicas, para las cuales hay gente mucho más capacitada que uno. Pero tampoco hay que dejarse extorsionar –ni ahora ni jamás– por aquello de que, sobre economía, sólo pueden opinar los especialistas. Ya se sabe o debiera conocerse quiénes son los expertos que sentencian eso. Se valen de presencia mediática manipulada para despreciar a quienes no sean ellos: defensores de los intereses de los ricos. La economía no es ni de lejos una ciencia exacta. Que se vayan a otro perro con el hueso de la exclusividad opinativa. Esa es una estrategia para que las grandes mayorías sientan complejo de inferioridad. Los medios de comunicación de la derecha la trabajan entre bastante y muy bien. Juegan con la desmemoria, además. ¿Cómo puede ser que Melconian, Espert, Broda, no paguen impuesto de antecedentes? Reapareció ¡Domingo Cavallo!, para advertir que estamos peor que en 2001. ¿Cómo justificar que se los entreviste alegremente? ¿Con qué autoridad ética y profesional se permiten pronósticos públicos estos tipos que suscribieron todas y cada una de las recetas que hundieron al país? Nunca deja de ser necesario repetir tales preguntas. Esas gentes que vaticinan los apocalipsis únicamente cuando hay gobiernos contrarios a sus privilegios no son analistas. Son provocadores de la predicción que les conviene. Viven de las consultorías que les contratan grandes grupos empresarios para que éstos escuchen lo que quieren escuchar, y sigue siendo un misterio por qué los emplean si no hacen otra cosa que estar invictos en equivocarse. La teoría más aceptada, entre periodistas y conocedores del área, es –precisamente– que trabajan para sugerir maniobras especulativas, aun cuando incluyan desestabilización institucional.
En segundo término, el firmante coincide con que el debut repentino y conjunto del gabinete económico, frente a las cámaras, fue una sobreactuación poco creíble. Que, como tal, hubo errores severos de puesta en escena si es que se pretendía exponer a un equipo monolítico. Y que las pobrísimas preguntas del periodismo asistente a la conferencia de prensa, en algún caso retrucadas con buena ironía, no van en perjuicio de lo expresado. Es tentador y válido apuntar que un segundo no debe aparecer con mayor presencia que su jefe. O que Guillermo Moreno tiene que tragarse –y cómo– la mostranza de su incomodidad en una escenografía que detesta: es la Presidenta quien lo mandó a sentarse ahí. Su primer deber consiste en resguardar esa decisión, no en satisfacer la fidelidad a sí mismo. Y es genuino señalar que para las próximas veces sería mucho mejor que no anden cuchicheando a cada rato mientras habla quien está al lado, compartiendo tarima. Interésense en algo de construcción de imagen, por favor, como para ofrecer estampa de certeza y autoridad. Pero cuidado con que esta clase de observaciones se conviertan en el nudo del asunto. Si lo decidido está bien, mal, o más o menos, no pasa por los yerros de decoración comunicacional. Eso es para la gilada que consume si Kicillof no tendría que haberse puesto corbata. Los detalles o fracasos de forma –se reitera: considerables a la hora de mostrar poderío, en la era de la excitación audiovisual– no son lo determinante.
Puntualizados esos aspectos, ¿qué cosa o cosas son objetivamente indesmentibles en torno de la medida oficial? La primera es que se venía minimizando, hasta en tono despreciativo, lo influyente de la cotización del dólar ilegal, paralelo, blue, Messi. Parece cierto. o por lo menos no se lo refuta categóricamente, en cuanto a los números de la macroeconomía (cantidad de reservas, balanza comercial, obligaciones de pago externas, crecimiento, niveles de consumo, etcétera), que no hay de qué macro-preocuparse acerca del ascendiente de ese mercado técnicamente chiquito, muy chiquito, del dólar de las cuevas. Uno de los tantos y estimados “operadores de la City” remarcó en estos días que la situación fiscal no está deteriorada; que se empieza a recaudar más por las retenciones a la soja y por la presentación de Ganancias y Bienes Personales; que Brasil se reactiva; que el gobierno nacional y el bonaerense ya pagaron los intereses de los bonos comprometidos (Boden 2013, Bonar, Par, 2015). Que lo fiscal está “dulce”, en síntesis. Pero resulta que de la noche a la mañana aparece la crema de la conducción económica. Y admite haber tomado nota de que los tecnicismos no van de la mano con una sensación inquietante, masivamente clasemediera. Y saltan del concepto pesificación al de dolarización perdonada. Y ofrecen zanahoria para sacar los dólares de abajo del colchón o traerlos de afuera. En consecuencia, lo que el Gobierno reconoce de facto, con la entrada en escena de sus funcionarios de Economía, es que la presión de los medios opositores, y de los grandes sectores gananciosos con la suba del dólar (exportadores y grupos concentrados que se beneficiarían con una devaluación), en parte le torció el brazo gracias a su capacidad de influjo social. El domingo pasado, la contratapa firmada por Claudio Scaletta, en el suplemento Cash de Página/12, lo puso blanco sobre negro. “Los dólares de las exportaciones comienzan a no alcanzar para cubrir las importaciones que demanda la continuidad del crecimiento (...). Dado el permanente interés devaluador de la burguesía local, puede esperarse que la oposición económico-mediática haga lo imposible por tensar al máximo el nivel del paralelo. Y en tanto cualquier devaluación es recesiva, su objetivo es hacer realidad el sueño destructivo del senador radical Ernesto Sanz: provocar el máximo daño posible sobre la economía. El parámetro parece ser Venezuela, donde se establecieron restricciones cambiarias, se amplió la brecha con el paralelo y luego se devaluó, lo que, en conjunto, permitió al rejunte opositor mejorar su performance electoral.”
Apreciaciones técnicas al margen, quedó dicho, el Gobierno termina confesando que ese aparato económico-mediático dispone de una energía capaz de dañarlo, aunque Argentina funcione en pesos en su economía de todos los días. No parece lúcido haber ido de esta manera al pie de esa herida, provocada por esos grupos que laboran de desestabilizar sin mella de que la oposición dirigencial-partidaria sea un mamarracho. Los dirigentes y los partidos pasan (con excepción del peronismo, que es algo así como la identidad nacional, que atraviesa toda crisis desde hace casi 70 años, y que funge a derecha e izquierda con una habilidad que es imprescindible estimar: sea para vender el país, como en el menemato, o para que se aproveche su potencia progresista, como hoy). Pero la oligarquía queda, en las hechuras que sucesivamente predominan: agropecuaria, financiera, mediática. Y ahora están obrando para destruir lo poco o mucho que se viene construyendo desde 2003. Sonará idealista, romántico, pero mejor parecía insistir –y sigue pareciendo– con la batalla cultural en torno de la influencia del dólar. La cultural es la acometida que al fin y al cabo lidera la político-económica. No debió caerse así como así en “está bien, te entrego esto, blanqueate que te disculpo y aguantame los trapos”. Esta gente que desestabiliza no devuelve favores. Si la influencia de una divisa monetaria extranjera es mucho más mediático-psicológica que técnico-real, había que seguir en la ruta de acentuar la moneda propia, bajo los mecanismos que –en esto sí– dictaminen los versados. Lo contrario sería admitir que el blanqueo es porque el Estado necesita fondos. Porque la economía temblequea. Pero como no hay indicadores que estipulen gravemente eso, queda obvio que manotean esta medida para tratar de frenar al dólar y, por tanto, el Gobierno incurre en una profecía autocumplida que les da pasto a las fieras. En el adelante del corto plazo, quizás ingrese alguna plata que amplíe la comodidad o fortaleza de las cuentas públicas, y quizá se logre calmar el horizonte verde. Pero la estabilidad de lo que se llama “modelo”, nacional y popular, no es negociar sino profundizar(lo). Progresividad impositiva, acción efectiva sobre los formadores de precios, un Estado que capitanee la dinámica productiva (a falta de una burguesía que no sea depredadora) y cuanto quiera agregarse.
Las cuentas políticas “finales” dan que debe asegurarse el piso de lo conquistado, en lugar de aspirar a techitos por vía de “pactos” con quienes no quieren pactar nada. Quieren joder. Ya vimos esta película hasta el hartazgo, y con gobiernos mucho menos fervorosos que éste. A Alfonsín lo liquidaron con un golpe de mercado. ¿O no? Y cuando el sultán y el sultanato dejaron de servirles, lo mismo. Y cuando la Alianza de virtuosidad moral de radicales y viudas peronistas, lo mismo. ¿Alguien cree que las denuncias de corrupción contra el oficialismo son promovidas por bebés de pecho (bueno, sí: parece que hay multitudes que quieren creérselo)? ¿Y alguien necesita creerse que la cotización del dólar es inocente? (sí, también).
Quienes así lo crean deberían demostrar que el proceso poskirchnerista –como gustan predecir– será el reino de los cielos y no el de su egoísmo social.
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