EL PAíS › OPINION
› Por HIJOS Capital *
Se murió mucho más que la muerte. Se murió uno de los mayores asesinos de nuestro pueblo: el genocida Videla. Se murió sin decirnos dónde están los cuerpos de los compañeros desaparecidos y los hermanos que buscamos.
Quedó una celda vacía en el pabellón de lesa humanidad de Marcos Paz. Esperamos que el silencio de su ausencia sea el llamado a romper los pactos y decir la verdad, porque es un derecho para que las madres puedan recuperar los cuerpos de sus hijos y para que el pueblo entero deje de vivir con la incógnita de dónde están.
No festejamos la muerte de Videla ni la de ningún genocida. Sí festejamos cuando son juzgados y condenados, o cuando uno de nuestros hermanos recupera su identidad. Pero la muerte no es nuestro festejo: es lo que ellos usaron para arrancarnos a nuestros seres amados.
Nos preguntaron muchas veces en este día qué sentimos ante la muerte del genocida Videla: muchas cosas. Que se llevó parte irrecuperable de la verdad; que se murió donde debía estar, en cárcel común, cumpliendo una condena efectiva a prisión perpetua; que su poder está derrotado; que la condena social lo ubica en el tacho de basura de la historia.
En la lista de los asesinos del pueblo, Videla está desde hace rato. Pero a partir de ahora empieza la aplicación de lo simbólico, el Videla más allá del dictador. Eso se ve, por ejemplo, cuando el diario La Nueva Provincia, uno de los órganos de propaganda de los genocidas, dice que murió un “ex presidente”. No. Ex Presidentes fueron otros, como Néstor Kirchner, elegido por el pueblo a través del voto. Fue el que decidió reconocer en políticas de Estado la lucha histórica del pueblo por justicia, el que se comprometió para terminar con la impunidad y lo hizo. Hoy son 411 los genocidas condenados, entre ellos Videla.
Se murió el genocida Videla. Seguramente, su familia será saludada en los diarios La Nación y La Nueva Provincia del día siguiente. Respetamos el duelo familiar, algo que nosotros nunca pudimos terminar de hacer, porque ni Videla ni ninguno de los demás genocidas nos dijeron dónde están los desaparecidos. Hoy sus hijos despiden a un padre: nosotros, al genocida que asesinó a los nuestros.
No levantamos ninguna copa por la muerte de Videla, ni le regalamos ninguna sonrisa. Eso queda para celebrar las victorias, para reivindicar a los 30.000, para festejar cuando un hijo recupera su identidad. Nuestra sonrisa es una victoria en sí misma, es la foto que les mandaríamos a nuestras mamás y papás si pudieran verla. Nuestra sonrisa no es para Videla. Para él fue nuestro escrache y nuestro festejo por cada una de sus condenas.
Se murió mucho más que la muerte. Se murió el que fue uno de los dueños de la muerte, ya derrotado en su poder. No estará en ningún tatuaje, ni cuadro, ni remera. Ahí se fue, al tacho de basura de la historia donde lo recibirá Massera.
Estamos llegando a los 30 años de democracia, abrazados a los pañuelos blancos para seguir profundizando el proceso histórico de Memoria, Verdad y Justicia. En esta última década, Videla vio cómo la impunidad se desarmaba y se empezó a avanzar en el Juicio y Castigo a los partícipes de la última dictadura cívico-militar.
Esta última década fue la que el mismo genocida Videla dijo que fue su peor momento, porque la decisión histórica de Néstor Kirchner de juzgar a los genocidas es profundizada por la presidenta Cristina Fernández. Su peor momento es la década en la que la condena social y la judicial coincidieron de manera efectiva.
El terrorismo de Estado comandado por Videla tuvo a muchos partícipes que fueron juzgados y condenados, pero a muchos otros que siguen impunes. Incluso, algunos de ellos no fueron identificados todavía. Vamos a seguir militando por todo lo que falta, hasta todas las victorias y después.
Somos hijos de hombres y mujeres que lucharon por un proyecto de Patria Grande, que se comprometieron por un país para todos. Aprendimos muchas cosas de ellos, como la lucha por la justicia. Ninguno de nosotros jamás ejerció la venganza ni la justicia por mano propia. Tampoco las Madres, Abuelas, Padres y Familiares. Nadie. Esperamos a la par de seguir militando.
Vivimos muchos años de impunidad antes de llegar a este momento histórico. Años en los que los genocidas caminaban por las calles. Ahí fue cuando salimos con los escraches a generar condena social para que la casa del genocida sea su cárcel. En el 2003 cambiamos la historia y hoy podemos decir que las políticas de Estado no son el Perdón, el Olvido y el Silencio, sino la Memoria, la Verdad y la Justicia. Acá se juzga a genocidas. Acá se escuchó a un pueblo entero y se tomó la decisión histórica de juzgar a los máximos asesinos del pueblo.
Videla ya no podrá hablar de los de-saparecidos y decir que no tienen “entidad”, ya no podrá robarse a nuestros hermanos, ya no podrá inaugurar la planta de Papel Prensa con Ernestina Herrera de Noble, ya no podrá masacrar a militantes, ya no podrá decidir sobre la vida y la muerte de nadie.
Hay un símbolo derrotado hace rato, pero que ahora se va un poco más. Videla fue la cara de muchos, de todos los partícipes de un plan sistemático de exterminio. Fue el dictador, el siniestro, el asesino, el apropiador de niños, el torturador. Si tuviéramos que decir quién fue, podríamos decir que fue uno de los jefes de la muerte, del terror, del horror absoluto. Para muchos, ahora será dimensionable, será un muerto que cuando estaba vivo eligió masacrar a un pueblo. Era alcanzable, era uno más, pero de los genocidas. Con esto queremos decir que para muchos era una especie de “monstruo”, de ser inhumano, de alguien alejado de mucho de lo cotidiano, pero no. Videla tenía una familia, una vida, una casa, tenía hijos. Videla era un ser humano con un odio profundo a otros, un criminal masivo.
Se murió uno de los asesinos del pueblo. Quedará en la historia como uno de los que más dolores le causó a nuestra Patria. Se murió uno de los que más verdades tenía guardadas.
Se murió Videla. Se murió en la soledad de un penal. No murió con el uniforme militar, ni en el sillón presidencial. Murió donde debía estar.
* Paula Maroni, Amy Rice, Julián Athos, Paula Donadío, Carlos Rice, Giselle Tepper, Ariel Cugura, Juan Carnevale y Santiago García.
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