EL PAíS
› LAS DISCRETAS PRESIONES DE EE.UU. Y LA INTERNA CON LOS ANTIGUOS MANDOS MILITARES
La invitación para involucrarse en Colombia
“Hubo un tanteo”, admiten en el Gobierno, explicando la actitud norteamericana para que la Argentina participe en el conflicto colombiano. El tema fue uno de los ejes que decidieron los cambios en las cúpulas militares del presidente Kirchner.
› Por Martín Piqué
Fue al estilo de ellos, sin presiones explícitas ni bajadas de línea inoportunas para una primera aproximación. Con el lenguaje de la diplomacia que manejan tan bien, los norteamericanos transmitieron su mensaje al gobierno de Néstor Kirchner. Bastó con una pregunta inocente, “¿qué opinan de lo que sucede en Colombia?”, para que los argentinos entendieran que en los intereses de Washington se mantiene la creación de una fuerza multilateral que intervenga en el conflicto armado. “Sobre Colombia nos tantearon”, confirmó un ministro a Página/12 cuando todavía estaba muy fresca la visita del secretario de Estado, Colin Powell. Un día antes, el jefe del Comando Sur de los Estados Unidos, James Hill, se había reunido con el ministro de Defensa, José Pampuro, y el jefe del Estado Mayor Conjunto, Jorge Chevalier, para analizar la cooperación militar entre los dos países.
“Hablamos sobre la Triple Frontera y sobre el pedido de inmunidad para sus soldados, un tema que les preocupa mucho. Especialmente ahora que un tercer país puede conceder la extradición de un militar extranjero a otro Estado”, resumió el funcionario que reconstruyó el contenido de las reuniones con los norteamericanos.
–¿Y sobre Colombia no hablaron nada? –preguntó Página/12.
–Nos tantearon... –fue la respuesta que eligió el hombre del Gobierno.
Apenas dos días después del diálogo, el canciller Rafael Bielsa aseguró en una entrevista con este diario que “nadie nos pidió intervenir en Colombia”. Pero también dijo que “lo único que se habló con los Estados Unidos sobre Colombia es la preocupación que tenemos todos: la extrema violencia en ese país, con final incierto”. Y dejó una definición categórica sobre la posición argentina: “La actitud prudente es llamar a acompañar a Colombia y, cuando tome una decisión, si nos parece correcta la apoyaremos. Porque de otro modo puede ocurrir que cualquier gobierno de cualquier país puede tomar alguna decisión que nos parezca inaceptable desde el punto de vista legal internacional”.
Esa respuesta fue un indicio más de que Kirchner ha decidido manejarse con cautela en la cuestión colombiana. Es un problema complejo porque además de las urgencias del presidente Alvaro Uribe –quien llegó al gobierno de su país proponiendo una ofensiva militar contra la guerrilla– provoca diferencias entre Estados Unidos y Brasil, que comparte frontera con Colombia. En la última cumbre del grupo Río que terminó en Cuzco (Perú) un día antes de la asunción de Néstor Kirchner, Uribe apoyó una propuesta del ecuatoriano Lucio Gutiérrez de convocar a las Naciones Unidas para que medien en el conflicto, pero también dijo que si esa propuesta no tenía éxito, ordenaría una acción militar de gran escala con apoyo internacional. En la declaración final de la cumbre, los países solicitaron a la ONU que exhorte “a los movimientos guerrilleros a firmar un acuerdo de cese de hostilidades”. Pero en otro párrafo se dejó abierta la posibilidad para buscar otras alternativas, que no se detallan, si la iniciativa llegara a fracasar.
En aquel encuentro diplomático, la Argentina no estuvo representada porque Kirchner aún no había asumido el cargo y mucho menos lo había hecho Bielsa, que fue designado unos días después. El único representante argentino fue el por entonces canciller Carlos Ruckauf, quien en ese momento no podía imaginarse el rumbo que elegirían sus sucesores en relación a Colombia. No sería el mismo.
En enero de 2002, a los pocos días de que Duhalde fuera electo presidente por la Asamblea Legislativa, Ruckauf viajó a Washington y ofreció a Powell y la consejera de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, entrenamiento militar para los pilotos de helicópteros que persiguen desde al aire a las FARC. En aquel momento, el argumento de Duhalde y Ruckaufpara justificar la ayuda al Ejército colombiano era la lucha contra el narcotráfico, aunque la razón más sincera era hacer un gesto que acelerara la ayuda financiera del FMI. La estrategia fue apuntalada por Ruckauf, el vocero Eduardo Amadeo –luego embajador en Washington– y el representante diplomático en Estados Unidos, Diego Guelar, más tarde castigado por su compromiso menemista. La oferta de entrenar a pilotos de helicópteros Bell 212, UH-IH y Hughes –modelos que comparten las fuerzas argentinas y colombianas– generó una polémica con el radicalismo alfonsinista, el socio menor de la coalición duhaldista, y con el paso del tiempo terminó en los cajones.
Aquella propuesta, sin embargo, había sido el resultado casi natural de una serie de mensajes sutiles y de los otros que llegaron del Norte. Primero fue con el gobierno de Fernando de la Rúa, a quien los norteamericanos intentaron convencer con el argumento de que la Argentina había ingresado en “el club de los países consumidores de cocaína”. Para enfrentar esa situación había que apoyar la lucha contra el “narcoterrorismo”. El mismo argumento usó Washington para tratar de sumar a Brasil a los esfuerzos del Plan Colombia, que empezó como un proyecto de erradicación de cultivos y se fue convirtiendo cada vez más en asistencia militar con tecnología y “asesores”. De la Rúa respondió a los pedidos accediendo a prestar asistencia “técnica”, con productos y maquinaria agrícolas, para reemplazar las plantaciones de coca. Duhalde fue un paso más allá y ofreció el entrenamiento, una señal política que se desdibujó por el distanciamiento con Washington.
A la semana de haber asumido, Kirchner demostró que no seguiría la misma línea, y que se mantendría cauto ante cualquier sugerencia para sumarse a una fuerza de intervención en Colombia. También probó que no daría así como así el apoyo político que le había pedido Uribe un día después de su asunción como Presidente. Para empezar, le bastó con una decisión inesperada: el pase a retiro de la cúpula del Ejército con el alejamiento anticipado de Ricardo Brinzoni, del que muchos descontaban que permanecería en su puesto hasta diciembre. Durante su actuación como jefe del Ejército, Brinzoni impulsó con fervor un cambio en la doctrina de las Fuerzas Armadas que consistía, entre otras cosas, en que los militares se dedicaran a las “nuevas amenazas”, entre las que figuraba la “insurgencia armada, asociada con los traficantes”. Ese pensamiento proponía también unir a las Fuerzas Armadas y de seguridad del Cono Sur para actuar contra la “amenaza regional” que se ubicaba en Colombia.
La propuesta de Brinzoni tenía un inspirador bien claro, el jefe del Comando Sur del Ejército estadounidense. Que no es otro que el general Hill, reciente invitado del ministro Pampuro. La propuesta de Hill para los militares latinoamericanos coincide en mucho con el pedido de Uribe en la cumbre de Río. En el entorno más íntimo de Kirchner saben todo esto, por lo que decidieron empezar la gestión marcando un cambio en la política militar. Aun a riesgo de generar un conflicto. Así, una razón del pase a retiro de las cúpulas de las tres fuerzas está en la búsqueda de una conducción que no esté identificada con el proyecto intervencionista de Hill, que podría haber derivado en un desembarco de militares argentinos en Colombia.
“Los otros (Brinzoni y compañía) eran militares que creían en el mercado como ordenador social y básicamente su tarea era responder a la estrategia militar que definía el Pentágono o el comando sur, aislado del sistema institucional argentino”, reveló a Página/12 un ministro muy cercano a Kirchner. “Ellos querían ir a Colombia y nosotros no –agregó el funcionario–. (Roberto) Bendini no es antinorteamericano pero tampoco cree que debe hacerse seguidismo absoluto de las decisiones que adopta Estados Unidos en el continente.”