Mar 01.07.2003

EL PAíS  › OPINION

En la lona

› Por Eduardo Tagliaferro

Qué querrán? Se preguntó el joven al escuchar el ruido de las botas. Cuando una mano sacudió el candado de su celda ya no tuvo dudas que venían por él. Adónde me llevan, se preguntaba mientras caminaba con un guardiacárcel a cada lado. Llevaba varios días incomunicado y aislado. No le molestaba tanto el asma como la última costilla del lado izquierdo. No sabía cuál de todos los golpes la había roto pero estaba seguro que había sido a las pocas horas de su detención en el cuartel central de la policía salteña. No tenía la menor idea de que el país temblaba por algo que tiempo más tarde sería conocido como ¿El Rodrigazo? Lo peor estaba por venir. A sus 19 años el joven no alcanzaba a imaginar lo que se avecinaba.
Cuando los guardias se detuvieron en el hall del penal, vio a su madre sentada en los sillones de la recepción. “El juez me permitió la visita pero me advirtió que como todavía no te había visto no sabía si te faltaba un ojo o algún brazo”, dijo la madre. El joven siguió charlando sin detenerse en el dato, pero enseguida pensó: “¡qué perverso!, ¡qué hijo de puta!”. Al día siguiente los guardias lo llevaron hasta el despacho de Ricardo Lona, el juez en cuestión. “Usía” no lo recibió, pero su secretario le tomó declaración. Le mostró su costilla ahora vendada y pidió una pericia médica. Lona nunca la autorizó y se sabe que por esos años los defensores oficiales no eran muy diligentes.
En toda sociedad feudal el juez es una autoridad clave. Lona, un bonaerense transplantado en Salta, supo hacerse un lugar en la conservadora sociedad salteña. Con la dictadura militar esa relación tomó otra dimensión. No resultó inverosímil que tanto el coronel Carlos Mulhall, jefe de la guarnición Salta, como el teniente coronel Miguel Gentile, mandamás de la policía salteña, declararan ante un Consejo de Guerra que el traslado de los 12 presos políticos fusilados el 6 de julio de 1976 en la localidad de Palomitas, fue por un expreso pedido que les habría formulado el juez Lona en un asado realizado el día anterior. Según los responsables militares el juez les habría dicho que no había condiciones de seguridad para mantener a los detenidos en el penal de Villa Las Rosas. Los testimonios fueron tomados luego del retorno a la democracia en 1983 y nadie puede desconocer que tanto Mulhall como Gentile, pretendían con ellos lavarse las manos en un hecho que los involucra directamente. Las manos del juez nunca hicieron nada para investigar la matanza. Han pasado casi 27 años, Lona, actualmente presidente de la Cámara Federal de Salta, tendrá que declarar frente al Consejo de la Magistratura por un pedido de juicio político que pesa sobre él. Con sus canas, mi mamá todavía recuerda aquella frase y yo lo estaré mirando sin dejar de tocarme mi última costilla izquierda. Esa que soldó deforme después de aquella paliza en 1975.

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