EL PAíS › OPINION
› Por Gustavo Efron *
“Desde la caída del imperio no ha tenido acaso Alemania un instante de tan honda expectativa.” Así titulaba el diario La Nación al día siguiente de la asunción de Hitler al poder 1. Y, paradójicamente, es el mismo diario que esta semana publicara un editorial, bajo el título 1933, advirtiendo peligrosamente que se están dando las condiciones en Argentina para el surgimiento de un fenómeno como el nazismo (http://www.lanacion.com.ar/1585784-1933).
En aquel artículo se señalaba, entre otros guiños, al nuevo canciller: “Curzio Malaparte, el original ensayista italiano (...) dijo de Hitler: No es un jefe verdadero, es un dictador malogrado (...) Esa afirmación resultó demasiado apresurada y excesiva por injusta. No hay duda de que sin profundas condiciones de jefe no habría logrado Adolfo Hitler el incomparable prestigio popular ni alcanzado a dar cohesión y unidad casi militar a millones y millones de partidarios”.
Hoy, una vez más, el diario de los Mitre recurre al nazismo como cliché, casi a contramano de su propia historia. Una vez más, echa mano a cualquier tipo de recurso, en el contexto de la batalla discursiva. Una vez más, apela a la estrategia de bastardear con el anacronismo de la comparación forzada. “Salvando las enormes distancias, los argentinos deberíamos reparar en los rasgos autoritarios que, cada vez con mayor frecuencia, pone de manifiesto el Gobierno, y cobrar conciencia de que es imposible prever cómo puede terminar un proceso que comienza cercenando las libertades y la independencia de los tres poderes del Estado, al tiempo que distorsiona los valores esenciales de la República y promueve enfrentamientos dentro de la sociedad”, señala el editorial. “Salvando las enormes distancias”, dice, otra manera de recurrir a la reiterada frase “todas las comparaciones son odiosas”, lugar común que es simplemente un mecanismo de defensa para habilitar una comparación que se sabe de antemano cuestionable.
Es el mismo diario que hoy se preocupa por el supuesto cercenamiento de las libertades, que a lo largo de la historia ha apoyado a todos los golpes militares en la Argentina, y que ha sido representante ideológico de los sectores que los impulsaron, en especial el que llevó a la última y más sangrienta dictadura, iniciada el 24 de marzo de 1976. Pero, sin ir más lejos, es el mismo diario que, diez días antes de publicarse este editorial, con la muerte de Jorge Rafael Videla, diera espacio en sus avisos fúnebres a reivindicaciones del genocidio de Estado como las que se transcriben a continuación:
“VIDELA, Jorge Rafael, Tte. Gral., q.e.p.d., falleció el 17-5-2013. Delia Elena Goti de Azumendi (a.) despide con profunda tristeza al general Videla, injustamente privado de su libertad, pidiendo a Dios recompense a él y su familia por los sufrimientos padecidos.”
“VIDELA, Jorge R., Tte. Cnel., falleció el 17-5-2013. Comandó la guerra interna revolucionaria contra el terrorismo subversivo apátrida. Murió en injusto cautiverio, que su muerte sirva a la verdad, la justicia y la paz entre argentinos. Tte. Cnel. de caballería, abogado Rubén Brandariz.”2
Hay quienes opinan que el nazismo y la Shoá no se pueden comparar con ninguna otra experiencia histórica, que tienen características tan únicas e inconmensurables que todo análisis que establezca equiparaciones con otros fenómenos totalitarios o genocidas resulta un ultraje. No es mi postura. Al fin y al cabo, cada fenómeno es único –también lo son el genocidio armenio o el aniquilamiento de las pueblos originarios de América–, pero pueden trazarse algunas matrices comunes que nos ayuden a entender estos acontecimientos desde una cosmovisión más amplia, a construir una memoria que no sólo establezca un relato del caso, sino que pueda trascenderlo y proyectarlo a un universo más amplio, que nos permita además detectar y evitar situaciones similares en el presente y el futuro.
Sin embargo, toda comparación debe marcar ciertos parámetros, elementos que lleven a conectar fenómenos y establecer sus similitudes y diferencias, para comprender la dimensión de lo común, y las especificidades de cada caso. Nada de eso ocurre en este editorial, que no desarrolla absolutamente ningún argumento que justifique la advertencia y que sólo busca insuflar el temor en la población, advirtiendo algo así como un nuevo “Huevo de la Serpiente”, parafraseando la película de Ingmar Bergman que recreó inmejorablemente las condiciones de surgimiento del nazismo, en la crisis terminal de la República de Weimar.
Esta advertencia, que ya no es ni siquiera una metáfora, ni siquiera una burda equiparación entre las Juventudes Hitleristas y los jóvenes kirchneristas –como hiciera Marcos Aguinis en el mismo periódico–, ha trasvasado los límites del análisis político-periodístico y pretende tener carácter performativo, con una directa invitación a la reacción, al estilo de aquellas que experimentaran históricamente los sectores sociales que el diario representa. Bien sabemos que “no hay peor fascista que un burgués asustado”, como disparó en su momento el dramaturgo Bertolt Bretch, y esta arenga injustificable –que se suma a una guerra discursiva que crece y parece no tener fin– es precisamente una convocatoria a ese burgués, y una provocación que reenvía al periódico de los Mitre a su matriz histórica, a su más puro sustrato ideológico, del que finalmente nunca se despoja, más allá de modernizaciones estilísticas y disfraces.
* Director del periódico Nueva Sión. Coautor de la investigación “El impacto del nazismo en la prensa y la sociedad civil argentina”, docente de UBA y Flacso.
1. Diario La Nación, 31 de enero de 1933.
2. Diario La Nación, 17 de mayo de 2013.
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