EL PAíS
› LA NEGOCIACION CON LAS PETROLERAS Y LAS PROVINCIAS. LA TENTACION REPRESIVA
Frases dichas en la sala de espera del FMI
Las retenciones al petróleo, una cinchada con muchos adversarios. Los socios de Don Cortina. Más retenciones en la caja de herramientas. Las movilizaciones y la tentación autoritaria. La ilusión productiva. Esperando al FMI.
› Por Mario Wainfeld
“¿Usted sabe qué opina Don Cortina?”
La frase, jura un hombre de toda confianza presidencial, provino de labios de un dirigente sindical petrolero, peronista por más señas, que invocaba como argumento de autoridad en una discusión con representantes del gobierno argentino la palabra de un arrogante gerente español.
“Decía Don Cortina y sonaba como si dijera Don Corleone” bromea, apenas, el funcionario duhaldista. A Página/12 le ha dado por la historia y prefiere elegir como módulo de comparación Robustiano Patrón Costas, esa mezcla de patrón de estancia, capitalista y político que fue símbolo de una época, que era número puesto para ser presidente en 1945, carrera política que en ese pasado remoto el peronismo vino a truncar.
Patrones petulantes, dueños de la tierra, aliados con sus propios capataces, tironeando con un trémulo poder central. Eso parece de a ratos la Argentina, que atraviesa un tormentoso período de reorganización nacional, de resultado incierto.
El gobierno sí sabe qué opina Don Alfonso Cortina. Don Cortina llama a cada rato. Quizá lo hace porque las llamadas desde España para acá cuestan mucho más baratas que las de aquí para allá, un milagro que debemos a Telefónica. Pero sobre todo llama porque ejercita un lobby fenomenal. Ejercita un discurso polifacético que no excluye el humor (“Joder, que sois voraces” arranca el diálogo con un Ministro) ni tampoco el apriete. Con menos asiduidad, pero nunca menos que un par de veces a la semana (ésta no fue la excepción) José María Aznar consigue un interlocutor que se niega a atender a Cortina: Eduardo Duhalde. Aprieta por Repsol, pero a veces muestra la hilacha. “El otro día nos planteó que no puede haber ninguna quita ni impuesto sobre el balance de Repsol Argentina en 2001. Es que aquí ganaron miles de millones y eso les asegura un balance positivo a nivel internacional” asegura un funcionario.
La presión de las petroleras contra las retenciones que –con ciertos zigzag– quiere imponer el Gobierno tiene varios rostros y un abanico de medios. En estos días hubo un –evidentemente concertado con la patronal– corte de suministro de energía que estuvo en un tris de poner en riesgo el abastecimiento a ciudades de nuestro país y a Chile. Casi al mismo tiempo el puño cerrado se envolvía en un engañoso guante de seda. Un grupo de empresarios, entre los que revista el inefable Carlos Bulgheroni, ofreció en el primer piso de Balcarce 50 una donación de 500 millones de pesos a canje de no imponer retenciones. Una donación, un gesto propio del derecho privado, una gracia de señor feudal en cambio de la imposición de tributar que a su modo iguala a los ciudadanos de un Estado moderno. Pavada de canje que, por ahora, el gobierno rehusó.
La pelea por las retenciones al petróleo es un leading case. Si el Gobierno no consigue un esquema impositivo adecuado a la nueva coyuntura sus días están contados y –aunque suene tremendo decirlo así– cabe dudar de qué pasará con el propio Estado Nacional. Los ganadores del nuevo modelo, los que recogen dólares, deben aportar su diezmo a las arcas fiscales. En esa cinchada el Gobierno ve del otro lado al empresariado, al sindicalismo del sector, a un importante gobierno extranjero y a los gobernadores de las provincias petroleras.
Fue muy dura la discusión que tuvo el Presidente con su compañero peronista y ex jefe de campaña Néstor Kirchner. Según algunos testigos, hasta algún insulto cruzaron y sin duda mediaron reproches del presente y del pasado. En la Rosada acusan a Kirchner de jugar dos partidos propios: el de su ambición presidencial con “elecciones ya” y el de su provincia desligada de los intereses del conjunto nacional.
Por ahora, el Gobierno porfía en su postura y cabe darle la derecha. Es más, las retenciones más pronto que tarde deberán extenderse a las exportaciones agrícolas y ganaderas. Jorge Remes Lenicov ya lo sugirió endeclaraciones públicas. Un importante integrante de su equipo reconoce que esa medida “está en la caja de herramientas”.
El Presidente ya comenzó a hablarlas con su tropa y encontró previsibles reticencias locales. Humberto Roggero le sugirió que, de haber impuestos, los agricultores que utilizan ciertos insumos importados quedarían sin margen de ganancia. “Gringo –le replicó Duhalde– no es para tanto. Ya les pedí a los productores sus planillas de costos y no es tan como vos decís”. El diálogo corrobora que la pampa gringa tendrá dentro del oficialismo sus abanderados para (cual ocurre con el petróleo) sacarle el cuerpo a la jeringa de los impuestos.
Las realidades locales tensionan con las nacionales en un país que olvidó cualquier política de integración en los últimos diez años y ahora paga todos los costos diferidos.
Cada provincia, un mundo
- “¿Qué hago con la plata que tengo en el corralito?”
La pregunta carecería de originalidad si no hubiera sido formulada por tres gobernadores de provincias, para colmo, de las que están más prolijamente administradas. San Luis, Santa Fe y La Pampa tienen recursos propios acorralados y ese problema agrava sus cuitas.
Cada provincia tiene su karma, no todos son idénticos ni todas están igual. Un acuerdo entre el Gobierno y todas ellas es una ordalía y una charada. Sobre todo si el pacto se hace sobre una matriz de seudo igualdad que no sopesa sus enormes desigualdades presentes y futuras.
El Gobierno se ilusiona con poder firmar un nuevo pacto de coparticipación federal pasado mañana. Se abolirá el utópico piso pactado con el ya débil Gobierno de la Alianza en 2000 y se compartirá “a suerte y verdad” la recaudación de impuestos. El acuerdo no termina de conformar a las provincias “grandes”, incluida Buenos Aires.
En el Gobierno piensan que las provincias grandes mejorarán si se reactiva algo la economía y se beneficiarán si colectan ellas mismas los impuestos. Y suponen que varias economías regionales de rango medio pegarán un respingo de reactivación por el casi inmediato que viene obrando la devaluación en ciertas exportaciones. Ramón Puerta entusiasmó a sus pares hablando del crecimiento de la industria yerbatera y la maderera. Y mentan posibilidades similares en cítricos, vinos y otros cultivos.
Queda claro que hay provincias huérfanas de actividad económica potente presente y futura, más ligadas al empleo público o a los cultivos de subsistencia: Salta, Jujuy, La Rioja, Catamarca, Formosa, Santiago del Estero. De poco o de nada les servirá recaudar impuestos y poca reactivación pueden soñar aún en el escenario más optimista. Para ellas, se acuerde lo que se acuerde el martes, deberá haber algún estatuto especial: Lecops para sobrellevar los salarios públicos y planes Trabajar. Esa promesa, que no podrá ponerse sobre la mesa, deberá estar en la convicción de los respectivos gobernadores para conseguir su rúbrica.
El acuerdo con los gobernadores, todos los saben, es un pacto sujeto a permanente revisión. Dependerá de contingencias económicas futuras que nadie puede predecir cabalmente. Será, antes que nada, un contrato por un par de meses y un gesto para el FMI. Ya volveremos sobre esto.
Sueño con fábricas
- “¿Vio que reabrieron Flandria? ¿Se acuerda de Flandria?”
Se entusiasma, rara avis en el oficialismo, el funcionario. Página/12 bucea en su memoria, que últimamente propende a flaquear, y recuerda. Una fábrica textil modelo que hacía vivir a la ciudad de Jáuregui, hasta unequipo de fútbol de camiseta amarilla que –en ratos de esplendor– peleó algún ascenso a Primera A. Un recuerdo estimulante de aquellos tiempos en que el conurbano bonaerense era sinónimo de fábricas, urbanización y movilización crecientes y no de miseria extrema. El funcionario, que conoce el conurbano mejor que Página/12, irrumpe en cierto optimismo productivista. Y engarza Flandria con los frigoríficos cuya reapertura presidió Duhalde el jueves. Le suma el rebote de las exportaciones agrícolas ya mencionadas arriba y augura una cosecha record de soja con precios siderales. “Eso es cero empleo y cero derrame” reprime este diario. “Pero los chacareros van a empezar a gastar la guita y eso reactiva la economía”. Página/12 lo escucha con cierta simpatía (¿qué argentino de ...ta y tantos años no es industrialista y alguito desarrollista en un confín de su maltrecho corazón) y hasta se ilusiona un ratito imaginando que los chacareros amplíen sus consumos culturales agregándole diarios progresistas e independientes.
Un interlocutor de Economía modera o contextualiza el entusiasmo. “Las exportaciones agrarias crecen de pálpito, al solo estímulo de la devaluación. Pero no habrá boom si no consigue cómo financiarlas”. La prefinanciación de las exportaciones, un recurso sencillo de obtener en otras épocas, se transforma en éstas en un Himalaya arduo de escalar. No hay bancos, no hay crédito. “Necesitamos la plata del Fondo para prefinanciar exportaciones y la del Banco Mundial para planes sociales y alimentarios. Si no, no arrancamos” explica el economista, que no es hincha de Flandria, pero sí de un club bonaerense.
Dos problemas obsesionan al Gobierno algo más que el resto: ponerle el burro de arranque a la economía y anticipar un estallido social. Para los dos espera la ayuda del FMI, al que ya podríamos ir apodando Godot.
La represión latente
- “Nosotros hemos seguido una escala que tiene tres etapas. La primera es diálogo, la segunda es persuasión con la colocación de fuerzas de seguridad y la tercera es represión”.
La frase, que sonó a amenaza, fue hecha pública por Eduardo Amadeo en las vísperas de una jornada de movilización pluriclasista y pacífica. Sonó mal, muy mal incluso en los oídos de buena parte del Gobierno. El propio vocero presidencial reconoció, en el transcurso del mismo martes, que su expresión había sido poco feliz y evocatoria del pasado más tenebroso. Tal vez, como él dijo, fue un error de expresión. Quizá patentizó una discusión que recorre al propio Gobierno acerca de cómo afrontar reclamos callejeros que siempre corean consignas en su contra. El Secretario de Seguridad Juan José Alvarez, sigue convencido de que éste Gobierno debe ser hipercauteloso en la prevención y contener a las siempre entusiastas -si de aporrear conciudadanos se trata– huestes policiales. Lo sostuvo en una dura discusión de Gabinete frente a otros compañeros más ordenancistas. El Presidente laudó a favor de la prevención y el miércoles campeó, en buena hora, la calma.
Los caceroleros y los ahorristas enfadados alteran la calma a más de uno en la Rosada a quienes “un poquito de orden” les parecería bien. Un discurso que, si se lo traduce en actos, evoca al que se le chispoteó a Amadeo por la radio. Alvarez los convenció de que es mejor tener a la policía calma. “La policía –exageró apenitas– entiende dos órdenes alternativas: ‘miren’ o ‘tiren’. Alternativas intermedias son difíciles de sostener en una situación confusa. Y nuestra consigna debe ser presencia, prevención.. Y miren”, redondeó.
El Gobierno, peronista al fin aunque no siempre se le note, se siente más cómodo cuando sus eventuales contradictores tienen organización y dirigentes. Con los dirigentes –maquinan– siempre se puede hablar,negociar, templar los ánimos. En estos días varios funcionarios oficiales con experiencia en el territorio bonaerense se preciaban de haber arreglado “por abajo” con dirigentes piqueteros que terminaron hurtándole el cuerpo a la movilización. A su vez, Duhalde se entusiasma con su buena relación de diálogo con Luis D’Elía y Juan Carlos Alderete.
Por lo que fuera, lo cierto es que los piqueteros vinieron con bastante menos gente que en anteriores movidas.
El oficialismo igualmente mira con más resquemor a los pobres menos organizados y encolumnados, a esa frontera del hambre que en cualquier momento se puede hacer desesperación. Y a los caceroleros, imprevisibles y fastidiados. Monstruos de cien cabezas, sin tradición histórica previa que acechan ahí y no se pueden sentar a una mesa.
Todo contrarreloj
- “Negociar con ustedes es peor que hacerlo con los talibanes”
Fue una chicana de Bulgheroni, en medio de alguna pulseada, recordando que su devenir empresarial lo hizo recalar en Afganistán, tiempo ha. La comparación es un sarcasmo marcadamente injusto. Este Gobierno como el anterior propende a la zozobra tras cada discusión y al cambio de rumbo tras cada reunión. El Presidente, apegado a un principio valorable cual es el de comunicar las medidas y el rumbo del Gobierno, sufre el desgaste de haberse desmentido varias veces o de haberse ido de boca otras tantas. Sus declaraciones sobre Economía suelen poner los pelos de punta en el Ministerio respectivo. En estos días adicionó una profecía sobre la cotización del dólar difícil de cumplir y una alusión a la rentrée de la Convertibilidad que nadie pudo glosar o resignificar claramente.
Se trata, sencillamente de errores, de los que nadie está exento. Se asientan sobre una peliaguda situación estructural: el Presidente (y en mínima medida Remes) atesora el de por sí muy escaso capital simbólico del Gobierno. Si él no habla, es como si no hablara nadie. Y si habla mucho, entra en zona de riesgo.
Si al Gobierno le sale todo bien esta semana tendrá dos ofrendas para poner en el altar del FMI: el acuerdo de coparticipación y el proyecto de Presupuesto. Puestas esas fichas confía en recibir una respuesta que destrabe algo la posibilidad de exportar y ponga un parche al riesgo de estallido social. Más le vale porque –cumplidas esas ofrendas– ya no tiene más nada por ofrecer.
El problema es que la ayuda del FMI, como Godot en la memorable dramaturgia de Beckett, tal vez no venga nunca. O, como poco, tal vez no llegue con la urgencia que imponen los ciclos de las cosechas y la extrema necesidad. Y ni trazas de Plan B en estos lares.
Problema que se agrava porque gobernantes, analistas y decisores intuyen que ni siquiera la aparente normalidad de estos días es insostenible si el discurrir de la catatónica economía nativa no cambia bastante, bastante en muy, muy poco tiempo.