EL PAíS › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
“La fantasía popular –dice–. Vea cómo trabaja. Pero en el fondo no inventan nada. No hacen más que repetir.
Enciende un Marlboro, deja el paquete a mi alcance sobre la mesa.
–Cuénteme cualquier chiste –dice.
Pienso. No se me ocurre.
–Cuénteme cualquier chiste político, el que quiera, y yo le demostraré que estaba inventado hace veinte años, cincuenta años, un siglo.
“Esa mujer”. Rodolfo Walsh.
El voto universal y obligatorio es lo más, celebra el cronista. Esta vez se sumarán jóvenes de 16 a 18 años e irán haciendo su experiencia. Al legislarse la extensión de derechos se denunció que era una maniobra K para alterar bruscamente la tendencia general. Este diario explicó, inclusive con ayuda de una matemática profesional, que no podía ser así. Y no fue así, caramba. La profecía era falsa, como de costumbre los apocalípticos no reconocen haberla pifiado: señalan que al oficialismo le salió mal la jugada.
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En 1983 arranca un estadio diferente y único de la historia política argentina, cualitativamente superior. Treinta años de continuidad democrática, sin proscripciones ni rupturas golpistas. La estabilidad permite un análisis comparativo interesante, observar regularidades y tendencias.
Entre muchas otras, el cronista supone que es relativamente sencillo descifrar qué eligió y qué desechó el pueblo cada vez que se pronunció. No se trata de presumir que nunca se equivoca, pero sí de captar con qué racionalidad actuó. Por qué eligió a Alfonsín, a Carlos Menem por ejemplo. O por qué cesó su estrella electoral.
La diversificación de pronunciamientos nacionales, provinciales y municipales varió el sesgo plebiscitario de otros tiempos. Coloreó el mapa de modos más surtidos, según los territorios.
Hay lecturas recurrentes, que rebrotan cada dos años. Por ejemplo, diagnosticar apatía en las semanas previas a los comicios. Llegada la hora, la participación es masiva y los pronunciamientos legibles. Hoy día, a la abulia parece sumarse la desinformación acerca del extraño modo en que ha quedado moldeadas las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias.
Estas elecciones nacionales, como todas, serán decisivas, apasionantes y saludables. Mucho se pone en juego, lo que no quita que la lógica de las campañas combine ingredientes amenos, imágenes fugaces, jugadas vistosas, fuegos artificiales.
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Las campañas deberían entusiasmar a los devotos de la visión keynesiana de la economía. Generan trabajos para varias ramas de la actividad de servicios. Son, ay, relativamente temporarios. En contrapartida, suelen mover bastante dinero y ser mano de obra intensivas. Los consultores, los publicitarios, las imprentas, hasta una parte de l@s muchach@s que pintan o pegan afiches laburan sin cesar, facturan y dinamizan al mercado.
Las militancias se activan, con intensidades diversas. Hoy día, para el ojímetro del escriba, marca registros comparativamente altos respecto de años previos, en especial en torno del oficialismo.
Jamás se podrá discernir cuánto inciden en los resultados los manejos de los profesionales versus las condiciones materiales o las pertenencias firmes o las dotes de l@s candidat@s. Como fuera, nadie se priva de acudir a todos los medios disponibles y lícitos. Los medios audiovisuales, sin ir más lejos.
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La reforma política abrevió el plazo de publicidad en radio y tevé concediendo un reparto más equitativo. Anteayer se produjo la eclosión de los spots y los anuncios en la radio. Fueron anticipados en las redes sociales, una picardía soft, entre tantas.
El cronista, que habita en la zona metropolitana, consume gustoso ese menú y deplora no tener un panóptico. La primera mirada es, pues, impresionista e incompleta. Quedan en el recuerdo los pininos de la prehistoria de la comunicación política, ahora la calidad media es alta sin distinción de banderías. La técnica audiovisual es fácilmente aprehensible. Lo que fue genialidad en manos de cineastas afamados o de grandes creativos de los medios pasa velozmente a ser recurso de cualquier amateur, ni qué hablar de los artesanos de la publicidad.
El aluvión de propaganda compite en desventaja con las artes de un formidable aparato de comunicación. El papa Francisco reformula la proverbial capacidad de la Iglesia Católica, capaz de traducir la Suma Teológica en una estampita de San Cayetano. Francisco prodiga mil imágenes con palabras bien escogidas. En los intersticios que deja libres la cobertura universal, los spots opositores muestran algunos rasgos comunes. Son técnicamente refinados, suelen narrar historias breves, tienen un tono grato y coloquial. La profesionalidad a veces se discontinúa cuando aparecen los candidatos: algunos parecen de madera. Pero son minoría, la mayoría se amolda y prodiga buena onda. Hay avisos, suele suceder con la publicidad comercial, en los que el relato es más convincente que la “venta”. En promedio, se trata de mostrar gentes comunes, no enojadas, preocupadas por las divisiones entre argen y tinos o por los asados que se van despoblando.
La idea es comprensible: distinguirse de la belicosidad atribuida al kirchnerismo. A los ojos profanos del cronista, varios mensajes son muy imprecisos para diferenciarse del resto de la “opo”. Acaso prima la necesidad de hacer visibles a los protagonistas. Alfonso Prat Gay se insinúa como un joven rico que no tiene tristeza sino un afán altruista. Margarita Stolbizer y Ricardo Alfonsín eligen “hacer de sí mismos”. Alberto Rodríguez Saá y Alfredo De Angeli optan por un moderado histrionismo no ajeno a su idiosincrasia.
Francisco de Narváez se inclina por un tono más agresivo, chocante, que seguramente afronta el riesgo del exceso aunque tiene la supuesta virtud de la alteridad. “Estamos hartos”, emite su coro de “gente”. Por lo visto, hasta ahora es el único que incluye alusiones directas a otro opositor, Sergio Massa.
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner ocupa casi todo el anuncio de Martín Insaurralde. El oficialismo convoca a elegir, valiéndose de su reseña de realizaciones. El candidato bonaerense es mostrado al final del anuncio y en algún vistazo. El mensaje es claro: es el candidato de Cristina. La táctica estaba cantada. La estética oficialista es similar a la de la campaña anterior. Equipo que gana, no cambia.
Como zombies, reaparecen Domingo Cavallo, Juan Carlos Blumberg, Moisés Ikonikoff. Los chicos no se asustan ni se ríen tal vez porque no los reconocen.
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Marcelo Tinelli disfruta de un año sabático. La tele, que aborrece el apagado, no se detiene.
En la prehistoria, en las primeras décadas de la transición, se discutió si era decoroso para un dirigente almorzar con Mirtha o ir a la cama con Moria Casán. Las polémicas pasaron al olvido en la era líquida. Alejandro Fantino es el interlocutor favorito, otros programas no políticos son frecuentados. Kirchneristas u opositores se prestan al coloquio amigable, hacen bromas, muestran un “costado humano”.
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Solo el oficialismo apela por ahora a actos masivos, que suelen ser “de gestión” mechada con campaña. Las caminatas, las timbreadas y otras añejas sabidurías se siguen practicando. “La gente se acerca –asume una militante, candidata del Frente para la Victoria– cuando ve las cámaras de televisión.” El oficialismo tiene muchos candidatos poco conocidos en grandes distritos. No es el único caso, aunque sí el más llamativo.
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Los ciudadanos informados se acostumbraron a interesarse en las encuestas sin dejar de desconfiar. Las leen como a los diarios, comparando las fuentes. No se divulgaron tantos sondeos, los profesionales que trabajan para el kirchnerismo los escatiman especialmente. Sus adversarios no son pródigos tampoco. A veces quien cree puntear prefiere reservarlas para evitar realineamientos de los rivales. El sociólogo-consultor Hugo Haime cuenta en un libro flamante (Qué tenemos en la cabeza cuando votamos) haber aconsejado ese proceder en una competencia con dos rivales, para evitar polarizar con el segundo. Las tácticas suben y bajan, de lo macro a lo micro. Casi todo se ha probado, ninguna variante es infalible, casi ninguna se inventa del todo aunque la tecnología sobredetermine variaciones de estilo.
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Una regla se vino estableciendo: las elecciones legislativas realizadas dos años antes del recambio presidencial anticipaban la suerte futura del gobierno. El que ganaba, seguía. El que perdía, empezaba a preparar la salida. El kirchnerismo honró la tendencia en 2005 y 2007. Pero, derrotado en 2009, supo recuperarse, cambiar. Se levantó como el púgil Maravilla Martínez: dio pelea en vez de refugiarse entre las cuerdas. Y quebró la norma, por única vez.
En filas opositoras cunde una hipótesis: ahora sí el escrutinio signará el “fin de ciclo”. El kirchnerismo confía en su potencia, que concretó la más prolongada legitimidad de la etapa.
Se dirimirá una ración importante del futuro de los argentinos, que serán quienes resuelvan, cuando decidan interesarse, comprometerse e implicarse en el resultado.
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