EL PAíS › A LOS 92 AÑOS, MURIO LEON FERRARI, DUEÑO DE UNA OBRA POTENTE Y COMPROMETIDA CON SU TIEMPO
Ni el exilio ni las cruzadas que emprendieron contra él consiguieron acallarlo. Ferrari puso en primer plano la relación entre poética y política, entre ética y estética, y señaló sin temores el rol de la Iglesia Católica en el control social.
› Por Fabián Lebenglik
A partir de hoy León Ferrari estará nada menos que en la memoria individual y colectiva de muchos de los argentinos, y su obra –que integra las colecciones de los principales museos de la Argentina y el mundo– quedará para siempre en la historia del arte. León Ferrari estará allí: en el recuerdo de su familia, amigos, discípulos y admiradores y en la memoria y en los libros y registros dedicados al arte. Pero estará “solamente” allí, porque decir que León Ferrari se fue al cielo (o al infierno, donde seguramente lo imaginarán los cruzados que siempre se opusieron a su pensamiento libre) sería una contradicción absoluta, dado que buena parte de su obra, a lo largo de más de cinco décadas, desde mediados de los años cincuenta hasta ahora, criticó a la religión católica. Pero su trabajo es mucho más: desde el arte, el gran artista puso en primer plano la relación entre poética y política, entre ética y estética. Ferrari criticó al catolicismo como un sistema de control social y de administración de castigos para ejercer y conservar el poder. A través de sus esculturas, objetos, dibujos, caligrafías, collages, instalaciones, assemblages y escritos, que han sido expuestos en todo el mundo, denunció siempre la tortura y apuntó contra la confesión religiosa y toda instancia de policía moral.
A pesar de haber sufrido el desgarramiento de su familia y el exilio durante la última dictadura, Ferrari fue un hombre con gran sentido del humor y muy generoso. Con Página/12 lo unía una especial relación: para este diario, que auspició varias de sus exposiciones, realizó las tapas de los fascículos del Nunca Más a mediados de los noventa; participó durante los últimos años en la realización grupal (junto con Luis Felipe Noé, Adolfo Nigro y Miguel Rep) de los murales para exhibir en los stands institucionales de este diario en sucesivas ferias de arte. Y en estas páginas, a lo largo de los años, también publicó varias notas.
Dos de los momentos culminantes de su carrera sucedieron después de que cumpliera los ochenta años. Por una parte, la célebre exhibición retrospectiva de 2004-2005 en el Centro Cultural Recoleta, que fue visitada por setenta mil espectadores, quienes tuvieron que hacer largas filas para poder ingresar en las salas de exposiciones. En un episodio resonante, aquella muestra fue atacada por fanáticos que destruyeron algunas obras; luego fue censurada y cerrada por la Justicia y finalmente reabierta por el fallo de un tribunal superior. Pocas veces en la historia del arte argentino una muestra de arte concitó tanta polémica en varios niveles públicos y privados y tantas esferas sociales y profesionales. En su momento fueron publicados un millar de notas en medios periodísticos (la mayoría a favor, algunas en contra) y gran cantidad de mensajes públicos. Posteriormente recibió el respaldo de una solicitada con dos mil ochocientas firmas que sostenían su derecho a la expresión.
El segundo de esos momentos excepcionales en la vida y la obra de Ferrari fue cuando recibió el premio mayor de la Bienal de Venecia de 2007: el León de Oro. Quien firma estas líneas compartió aquellos días con León Ferrari en Venecia, previos y posteriores a la inauguración. En el sector de los Arsenales, donde se exhibía la mayor parte de la obra de los artistas convocados por el curador, a pocos metros del sector introductorio se presentaba una breve y potente retrospectiva. Durante aquellos días, la de Ferrari fue una de las muestras más visitadas de la Bienal: multitudes de todas las edades, periodistas, críticos, directores de museos, comités de compradores, representantes de radio, televisión (fue uno de los más entrevistados de aquella edición) y luego público en general, entraban en oleadas para ver la obra del artista argentino.
Hasta ese momento, la producción artística de León resultaba conocida para el público argentino (y brasileño, dado su largo exilio en la ciudad de San Pablo), pero luego de los 85 años su producción comenzó a hacerse conocida y a ser valorada por los grandes museos del mundo, hasta conseguir una meteórica y justificada internacionalización. En aquella Bienal de Venecia, con su creatividad y su lucha ética y estética intactas, el artista y su obra marcaron un hito. La pieza que concitaba todas las miradas era Civilización occidental y cristiana, en la que Cristo aparece crucificado sobre un avión de combate estadounidense. En los años sesenta –cuando fue realizada, en 1965, en contra de la guerra de Vietnam– o tantos años después, la obra continuaba produciendo el mismo impacto. Originalmente, en el Premio Di Tella de 1965 Ferrari presentó Civilización occidental y cristiana (junto a otras tres piezas contra la agresión norteamericana en Vietnam) y fue rechazada.
Pero para recorrer desde el principio la carrera del gran artista habría que decir que fue un autodidacta que comenzó a dedicarse al arte en los años cincuenta, utilizando materiales como cerámica, yeso, cemento, madera y alambres. A comienzos de esa década comenzó a hacer los dibujos escritos o escritura abstracta, caligrafías que remedaban la escritura tradicional. En 1963 realizó sus primeras obras políticas, con la serie de Cartas a un general, que consistían en escrituras deformadas hasta lo ilegible. Al año siguiente, presentó doce botellas en el Museo de Arte Moderno, realizó algunas cajas y una serie de manuscritos o escrituras dibujadas. Por esos años presentó una serie de manuscritos caligráficos que mucho después fueron exhibidos en la muestra Global Conceptualismo: Points of Origin 1950s-1980s en el Queens Museum of Arts de Estados Unidos.
A partir de la segunda mitad de los años sesenta abandonó el arte y se limitó a realizar algunas obras políticas para exposiciones colectivas como Homenaje al Vietnam en 1966, Tucumán Arde en 1968, Homenaje al Che en 1967, Malvenido Ro-ckefeller en 1969, Contrasalón y Salón Independiente en 1972, y algunas más. En 1965/66 compuso el collage literario Palabras Ajenas sobre el conflicto de Vietnam, que marcaba un paralelo entre Johnson, Hitler y los dioses cristianos. Esta obra fue puesta en escena por Leopoldo Mahler en Londres con el título Listen Here Now en 1968 y por Pedro Asquini en Buenos Aires en 1973.
En la muestra Salón Independiente en la SAAP (Sociedad Argentina de Artistas Plásticos), participó con la reproducción de una nota del diario Le Monde sobre los fusilamientos de Trelew en 1972, y declaraciones de los sobrevivientes. Entre 1972 y 1976 formó parte del Foro por los Derechos Humanos y del Movimiento contra la Represión y la Tortura. En 1976, por el opresivo clima político que se había cernido sobre el país, se exilió y se radicó en San Pablo, donde retomó las esculturas en metal y realizó experiencias con otras técnicas: fotocopia, arte postal, heliografía, microficha, videotexto, libro de artista. Durante esos años desarrolló también una serie de instrumentos musicales con los que realizó varios conciertos-performance. A comienzos de los ochenta volvió al tema religioso en centenares de collages, en los que junto con la iconografia católica mezcla la erótica oriental e imágenes contemporáneas, con los que analiza la conducta de los dioses bíblicos y las consecuencias contemporáneas de la violencia de las Sagradas Escrituras.
En 1985 comenzó una serie de obras con estiércol de aves que expuso en el Museo de Arte Moderno; en 1989 participó en la organización de la muestra-libro No al Indulto... y en 1991 fijó nuevamente su residencia en Buenos Aires. En 1992 realizó su primera experiencia con peceras: expuso una titulada El diluvio con dos axolotes, un arca de Noé hundida y, flotando encima, un bote con una pareja copulando. En 1994 realizó una serie de trabajos con maniquíes sobre los que aplicaba imágenes sagradas y profanas, y también hizo caligrafías de textos bíblicos y poemas de Borges. Fabricó obras con juegos: un ajedrez en el que compiten vírgenes y diablos, un paño de ruleta con ángeles en lugar de fichas, cajas de magia con el rostro de Jesús. En 1996 realizó las obras de “arte visual escrito” y en el ’97 dos series de Brailles, poemas amorosos de Borges escritos en Braille sobre desnudos de Man Ray.
La obra de Ferrari denuncia, de un modo creativo y corrosivo, la violencia de Occidente y los mecanismos que generan esa violencia. Su producción, en el plano de la ficción artística, muestra que la confesión religiosa y el tormento son la trama y el revés de un mismo proceso histórico y cultural. Ayuda a comprender que la tradición religiosa restringe la sexualidad a la noción de “carne” –a las “relaciones carnales”– y que especifica la noción de persona con la frase “persona humana”, abriendo la posibilidad de considerar la categoría de personas inhumanas. Estas son algunas de la puertas de entrada al abismo. Con la “carne”, con los cuerpos cosificados, sería lícito ejercer todo tipo de violencias.
La obra de Ferrari critica la división binaria entre cuerpo y alma porque esa escisión no democratiza los cuerpos, sino que los demoniza. Desde sus esculturas, objetos, dibujos y demás producción artística, Ferrari criticó como pocos la pasión occidental por la crueldad y el crimen. No cualquiera tiene tal capacidad para denunciar –inclusive con humor– a través de la creación de artificios. Ferrari fue un artista que creyó en la funcionalidad, en la utilidad del arte. Y en este sentido siempre buscó saltar el cerco muchas veces minoritario del arte, para generar conciencia y para lograr un efecto fuertemente crítico sobre el estado del mundo. Un efecto que hoy, aun en la tristeza de la despedida, lleva la inequívoca sensación de algo que no se diluirá en el tiempo.
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