EL PAíS › OPINION
› Por Martín Astarita *
Casi doce años han pasado desde la crisis de 2001, pero su sombra se sigue proyectando sobre el sistema partidario en Argentina. En efecto, subsiste un significativo vacío tras el fin del bipartidismo (vigente entre 1983 y 2001) y en su lugar no aparecen sino débiles fragmentos que no alcanzan a estructurar un nuevo sistema de partidos. En tanto, los otrora protagonistas del bipartidismo, el peronismo y el radicalismo, han sufrido sustanciales modificaciones desde entonces, asimilando de manera desigual la profunda crisis de representación política de fin de siglo.
En términos generales, el mapa político que se ha ido delineando en estos últimos años se encuentra signado por tres características centrales, todas ellas vinculadas entre sí: la diáspora de votantes sufrida por el radicalismo; la apropiación de un considerable caudal de votos por parte de un peronismo que, sin embargo, no ha logrado unificar sus líneas internas; y la emergencia de una pluralidad de fuerzas locales que, ancladas en sus territorios, no pueden trascender en el ámbito nacional. Dichas características conviven además en un contexto de marcada polarización kirchnerismo-antikirchnerismo, en la que el primero ha logrado adquirir con el paso del tiempo una fisonomía nacional mientras que el segundo profundizó su tendencia hacia la dispersión territorial.
n Radical debacle. Hay quienes se empeñan en considerar al radicalismo como la segunda fuerza política del país y coparticipante, junto con el peronismo, de un supuesto bipartidismo. Tal hipótesis debe sortear difíciles escollos empíricos. En las tres elecciones presidenciales que se han sucedido en el nuevo siglo (2003, 2007, 2011), la UCR no logró figurar ni en el primer ni el segundo lugar. En la arena provincial, que suele ser un buen indicador de competitividad en el plano nacional, la tendencia, a fuerza de sintetizar, ha sido decreciente: hoy en día, la UCR posee una sola gobernación (Corrientes), que además debe revalidar en septiembre próximo. El radicalismo conserva, habrá que admitir, una cuota importante de poder en el nivel municipal y en el Congreso de la Nación, en donde es la primera fuerza de la oposición, aunque esto último parece obedecer más bien a las características del diseño electoral post ’94, que protege y sobre-representa a la segunda fuerza en el Senado y en Diputados (en los distritos de magnitud pequeña). En conjunto, las tendencias antedichas, manifiestas en un período considerable de tiempo, no deberían ponerse en un pie de igualdad con espasmódicas “contratendencias” presentes en el reciente proceso electoral, como el triunfo de Julio Cobos en Mendoza y de Eduardo Costa en Santa Cruz, o las alianzas que como socio menor ha realizado el radicalismo para sobrevivir (Unen en Ciudad de Buenos Aires y el Frente Progresista en Santa Fe). Aquí lo que se pone en tela de juicio, en esencia, es la calificación de la UCR como integrante de un sistema bipartidista.
n Liderazgo hacia afuera. El peronismo ha logrado establecer una perdurable primacía en el escenario político argentino en estos últimos años, en muchos casos beneficiándose de la diáspora del voto radical. No sólo ha ganado tres elecciones presidenciales consecutivas sino que también mantuvo un predominio casi sin interrupciones en el Congreso de la Nación y gobierna además la gran mayoría de las provincias. Sin embargo, ello no ha impedido que en su interior subsistan profundas divisiones hasta el punto de que hay quienes dudan sobre la pertinencia de la denominación “partido político” a la actual estructura peronista. Si bien entre 2003 y 2013 el kirchnerismo ha logrado hegemonizar la línea principal dentro del peronismo, a él se le han opuesto, alternativamente, distintas vertientes autoproclamadas peronistas: el menemismo y Rodríguez Saá; el duhaldismo; Francisco de Narváez, Felipe Solá y el nacimiento del peronismo disidente. Con este encuadre, la reciente irrupción de Sergio Massa y su Frente Renovador no parece representar una novedad, al menos en la magnitud con que fue presentado en algunos medios de comunicación.
n Somos locales otra vez. La tercera característica tiene que ver con la emergencia y la persistencia de fuerzas políticas y liderazgos a nivel local, con un claro dominio de su territorio pero que no logran trascender en el ámbito nacional. Ejemplos paradigmáticos son el PRO en la Ciudad de Buenos Aires y el socialismo en Santa Fe, ambas emergentes tras la debacle del radicalismo en 2001. Junto a ellas, conviven otras más tradicionales, como el Movimiento Popular Neuquino o el Partido Social Patagónico en Tierra del Fuego e, incluso, pueden reunirse bajo este calificativo ciertas expresiones del peronismo disidente, como los Rodríguez Saá en San Luis y De la Sota en Córdoba. En las elecciones del 14 de agosto se ha repetido la tendencia: muchos de estos liderazgos han sido ratificados nuevamente por el calor popular, evidenciando que el comportamiento electoral obedece en alguna medida a cuestiones locales.
Este último aspecto, la denominada territorialización de la política, se da en conjunción –y en aparente paradoja– con el clivaje kirchnerismo-antikirchnerismo, presente en el ámbito nacional. La territorialización de la política impacta de manera diferente en cada uno de estos dos polos. El kirchnerismo ha logrado con el paso del tiempo estructurar una fuerza con arraigo nacional, pero los efectos de la territorialización se hacen sentir en la heterogénea cantidad de votos que obtiene en cada distrito. En el otro polo, la territorialización se expresa en este caso en la emergencia de liderazgos puramente locales, impotentes de asumir con éxito el comando a nivel nacional del antikirchnerismo.
En definitiva, estas características que, según creemos, han sido en gran medida confirmadas con los resultados de las PASO 2013, sirven de algún modo para delinear el futuro hacia 2015. En tal sentido, la UCR no ha logrado perfilar un candidato para las elecciones presidenciales dentro de dos años, con lo cual se torna aún más incierta la posibilidad de que vuelva a ser protagonista de un sistema bipartidista, al menos en el mediano plazo. Por su parte, el espacio peronista ha vuelto a predominar en estas elecciones, aunque nuevamente ha mostrado fisuras en su interior. El kirchnerismo se mantiene como la primera –y única, en sentido estricto– a nivel nacional, mientras que sus rivales, sean peronistas, radicales, socialistas, perviven hasta el momento como meras expresiones locales.
* Politólogo y magister en Economía Política (Flacso).
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