Dom 25.08.2013

EL PAíS

El escenario por venir

› Por Mario Wainfeld

La reforma constitucional era una quimera desde hace mucho tiempo. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner no hizo nada para forzarla desde 2011, mientras sus adversarios la blandían como espantajo. No daban los números en el Congreso y mucho menos la mayoría nacional exigible en la eventual elección para constituyentes. Es patente el clima social contra las re-reelecciones, justificado o no. Varios gobernadores husmearon el aire. El tucumano José Alperovich viene archivando sus planes reeleccionistas, como quien no quiere la cosa. El entrerriano Sergio Urribarri anunció, apenas ganó dos años atrás, que no buscaría la reforma constitucional en una de las contadas provincias que no autoriza siquiera una reelección consecutiva. Con solo hacerlo, consiguió que subiera su imagen pública.

No es sencillo adentrarse en el pensamiento subjetivo de la Presidenta, el cronista no se aventurará. Todos sus gestos públicos inducen a creer que jamás deseó un tercer mandato, que no estaba a su alcance. Los políticos de raza aprenden a no querer lo inalcanzable. Pudo haber otros motivos, personales y políticos.

Claro que era disfuncional sincerar su “retiro” prematuramente porque eso podía adelantar la disputa por la sucesión, intra y extramuros del Frente para la Victoria (FpV). La Presidenta actuó conforme marca el manual. Nada es perfecto en la vida: una táctica acertada no está dispensada de contrapartidas o de límites. Cristina pudo sosegar durante dos años las ambiciones prematuras de dirigentes del FpV o del espectro justicialista. La fecha de vencimiento de la táctica eran las elecciones de este año.

El intendente de Tigre, Sergio Ma-ssa, captó que había un espacio vacante generado desde ahora. Pudo haberlo ocupado el gobernador Daniel Scioli, incitado por dirigentes aliados, por compañeros peronistas federales y por el establishment. Eligió reservarse, no romper. Massa atisbó la oportunidad: ése es su juego, que tuvo buen resultado electoral.

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Las conjeturas sobre lo que sucederá en el FpV y en la amplia alameda del justicialismo están de moda, tanto como las operaciones de todo tipo. El augurio del “fin de ciclo”, que a veces se apoda “transición”, subestima las exigencias que enfrenta el Gobierno, tanto como el modo en que ejerce el poder político.

Es un ejercicio de fantasía suponer que Cristina Kirchner aceptará dócilmente dedicarse a la “paz y administración” que le proponen los que aspiran a relevarla y jamás coincidieron con sus objetivos. Entre otras variables porque es imposible gobernar así un país emergente, en la tormenta del mundo.

También es prematuro excluir al FpV de la competencia en 2015. Son deseos, lógicos en una competencia, posibles acaso... pero poco serios si se los describe como inexorables.

El potencial del kirchnerismo, único en la historia reciente, es su capacidad para generar consenso a partir de sus políticas públicas. No renunciará a esa capacidad, que por otra parte conjuga con los intereses de la mayoría de los argentinos. Pervive la necesidad social de un gobierno que satisfaga necesidades, que genere conquistas y avances sociales o ampliación de derechos ciudadanos. También la de un Estado potente que pueda enfrentar los vaivenes de la economía mundial, poniendo coto a las pretensiones sectoriales y minoritarias de los poderes fácticos. La necesidad colectiva está en sintonía con las tareas que debe afrontar el kirchnerismo para mantener su representatividad y seguir siendo un hueso duro de roer, a la hora de la confrontación en las urnas.

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Suplir a líderes carismáticos es un problema arduo. Supone revisar prácticas internas, cambiar la lógica de Palacio, promover y a la vez contener las internas que son inevitables. De cualquier forma, los que sentencian el “fin de ciclo” por segunda o tercera vez todavía tienen que trajinar mucho para que sus sueños se concreten.

Lo que terminará es el tercer mandato del kirchnerismo. Lo que suceda con su sucesión y con el ciclo de las notables reformas que mejoraron a la Argentina es otra historia, que se irá escribiendo. Para mantenerse firme en el mando y en la disputa de las nuevas presidenciales el oficialismo deberá comprender las demandas sociales, escuchar el mensaje popular, que las elecciones expresan mejor que nada. Y, en el corto plazo de la campaña, también hablar para todos los argentinos, muy especialmente para quienes no apoyaron el 11 de agosto al FpV.

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