EL PAíS › OPINIóN
› Por Mario Toer *
“Marx maneja el concepto de la revolución por oleadas: van y regresan, luego pueden ir más allá y regresan un poco... Estamos apenas en la primera oleada y quizá luego haya un pequeño reflujo a la espera de una nueva oleada que permitirá –y eso va a depender de lo que hagamos los hombres y mujeres de carne y hueso– que se puedan expandir a otros ámbitos territoriales y profundizar los cambios que hasta ahora, hoy por hoy, son cambios –en algunos casos– superficiales, parcialmente estructurales.”
Alvaro García Linera
La última década transcurrida en nuestro país, inmensamente rica, y los recientes resultados electorales de las PASO nos colocan en una circunstancia más que apropiada para afrontar una reflexión que pueda compartirse y ensancharse. Las trascendentes transformaciones operadas en este período, como más de una vez se ha señalado, no se produjeron a partir de una experiencia acumulada en un largo proceso y cobijada en consistentes formaciones orgánicas. La rebelión que expresó el hartazgo frente a los iniquidades producidas por el señorío neoliberal fue más bien repentina, tanto en nuestro país como también, en diferentes medidas, en otros países de la región. En nuestro caso, la sensibilidad, la audacia y la perspicacia de un pequeño grupo venido del sur sirvió para convocar a quienes atesoraban la memoria del compromiso y a quienes se habían puesto a la cabeza de esta resistencia, arrastrando a sectores más amplios de un movimiento que por un apreciable período había sido aprisionado por sus exponentes más dispuestos a la negociación y el acuerdo con los poderosos. El cauce así abierto fue más caudaloso de lo que podía haberse previsto, pero no estaríamos diciendo nada carente de evidencias si hoy nos detenemos y verificamos que los intereses afectados y los horizontes avizorados plantean exigencias que trascienden a lo que se fue pudiendo forjar como sostén de las considerables conquistas alcanzadas. Nada más distante, en mi intención, del reclamo ilusorio que pretende y exige lo que nuestra propia historia no estaba en condiciones de brindar. En todo caso, lo que sí resulta oportuno es la constatación serena de nuestros propios límites para facilitar las confluencias que aún están pendientes.
Convengamos que para nadie es fácil sostenerse por una década afrontando la prédica maligna de los medios que siguen conformando buena parte de la opinión y que hasta inciden en quienes nos consideramos más avisados. Hemos visto cómo se han podido manejar para diluir y postergar los efectos de una ley que apunta a abrir espacios que diversifiquen las fuentes de información y expresión.
Tampoco podemos prescindir del dato contextual, que no sólo está signado por la crisis mundial. También gravita la mayor rigidez de aspectos articuladores, centrales del sistema de acumulación, que no resultan tan vulnerables a las políticas de reformas que se han implementado. Este rasgo seguramente también incide en otros procesos de la región y contribuye a que nos expliquemos el resultado electoral reñido en Venezuela, varias de las exigencias presentes en las calles del Brasil, los reclamos que se reiteran en Bolivia, entre otros aspectos destacables. Estamos obligados a seguir inventando.
Volviendo a centrar la atención en nuestro país, resulta oportuno constatar la diversidad de variables que convergen en la coyuntura. Cuando miramos el mapa de las recientes PASO nos encontramos con un mosaico curiosamente diverso. Resulta hasta sorprendente lo variado de las primeras minorías en distintas provincias. ¿Qué será lo que pueden compartir Santiago del Estero con Córdoba, Chaco con Corrientes o Entre Ríos con Santa Fe? Comparten extensas fronteras y casi parecen países distintos. Pero vayamos más atrás, hacia los puntos de partida del tiempo que vivimos.
Con las limitaciones propias de la frágil trama que sirvió de cuna al proceso en curso, podemos decir que su liderazgo tuvo el enorme mérito de convocar desde un inicio a diferentes estirpes. La Secretaría de Cultura, el Ministerio de Salud, la Secretaría de la Presidencia y la de vínculos con el legislativo, varias gobernaciones y hasta la vicepresidencia fueron ofrecidos, con suerte diversa, a distintos exponentes de las varias tradiciones políticas con presencia en el campo popular. A esta orientación se la bautizó como “transversalidad” y creo que no se ha renegado de ella, aunque en cierto momento resultara necesario privilegiar la disputa en el interior del armazón sostén de la tradición justicialista para evitar que se desplazara masivamente a las filas opositoras. De uno y otro rumbo surgieron hallazgos y desencuentros. El tiempo transcurrido quizá permita ahora llevar a cabo un balance.
Hay un rasgo distintivo que resulta una peculiaridad de nuestra historia y que hoy es oportuno recordar. En 1945 se produce una escisión entre el grueso de los trabajadores que respaldan a quien les había concedido beneficios impensados, de una parte, y de la otra, a quienes habían intentaron guiar a los trabajadores en el tiempo que quedaba atrás, que se mantuvieron junto a los sectores democráticos que apoyaran con vigor a la República Española y estaban pendientes del curso de la lucha mundial contra el fascismo.
Más adelante, el nuevo movimiento obrero nacido entonces habrá de fraguar en una dura resistencia cuando se le quieren arrebatar sus conquistas, después de 1955, adquiriendo un protagonismo que tiene pocos parangones en el mundo. Pero la escisión del ’45 no va a ser fácil de saldar. Lo que se puede llamar la tradición de la ilustración seguirá desconfiando del peronismo aunque importantes contingentes de jóvenes se le van a acercar y otro tanto hacen dirigentes formados en otras culturas políticas.
La tarea de la unidad del campo popular se verá en problemas por un buen tiempo pese a esfuerzos genuinos desde ambas partes, dificultad que habrá de ser utilizada una y otra vez por quienes no quieren que esta unidad se produzca.
Si seguimos la trayectoria de ambos espacios también nos vamos a encontrar con la persistencia de dos almas en cada lado. En el seno del peronismo encontraremos una y otra vez la distancia entre quienes se postulan como mediadores con los sectores dominantes, desde la administración del Estado y en los sindicatos, inspirados en aquel componente que pretendía ser una barrera de contención, presente desde un inicio, y los que se forjaron con la fuerza de las demandas obreras y populares, herederos de la mística del 17 de Octubre y de las apelaciones de Eva Perón. En el otro campo encontramos la fobia antiperonista que no tolera la irrupción popular, los consabidos gorilas, y de otra parte los que pretenden mayores garantías a la diversidad, sin renegar de las aspiraciones de las mayorías. En múltiples ocasiones vamos a ver cómo alguna de estas almas busca subsumir a la contraria con diversos camuflajes. En los tiempos que corren vemos distintas operaciones en curso de este tenor, siendo la más ostensible la que apela a promesas falsas para aprovecharse de las dificultades del gobierno que encabeza Cristina Fernández de Kirchner. Y también, como no hace mucho, podemos ver cómo se entienden, sin mayores tapujos, señeros exponentes de las almas contrarias a las aspiraciones populares de uno y otro campo. “Basta de conflicto”, exclaman, haciendo alarde de la consigna que por excelencia identifica los intereses del antipueblo.
Quizá contribuya a explicar lo menguado de nuestro crecimiento que no hayamos sabido ir más a fondo en el entendimiento en el ámbito de nuestro campo, el campo popular. Hoy deberían reforzarse, recuperando pasadas experiencias, las iniciativas para la construcción de la unidad del pueblo recogiendo lo mejor de ambas tradiciones.
De allí que sería un error pretender priorizar la disputa por ver quién tiene más pergaminos para asumir una identidad con quienes hoy llevan a cabo una convocatoria que no se anda con miramientos sobre el pedigrí de los diversos concurrentes.
Y las razones son varias. Quizá la más saliente sea que para los sectores más dinámicos, particularmente con quienes cuentan con menos de cuarenta años, los emblemas del caso resuenan un tanto lejanos. Sin renegar de ninguna tradición, como en buena medida lo estamos haciendo, lo central tiene que ser la convocatoria a la unidad y la participación del pueblo, remitiendo a las referencias de nuestro tiempo que privilegian lo conquistado y dan cuenta de quién está en mejores condiciones para bregar por todo lo que está pendiente.
La fragilidad de quienes abrieron la marcha, a la que aludimos, al mismo tiempo que contrasta y nos sorprende por la envergadura de lo alcanzado, explica también lo reducido del ámbito en el que se toman las decisiones, rasgo que se refuerza por los requerimientos que imponen la dureza de los conflictos y lo íntimo de las decisiones que hacen a aspectos cruciales de la vida económica. Con este panorama, la Presidenta ha tomado una valiosa decisión: impulsar la creación de nuevas instancias que den cabida a lo más comprometido, particularmente entre los más jóvenes, para darles consistencia a las filas propias. Los testimonios y la masividad de los convocados nos han brindado nuevos bríos para seguir en la contienda. Con esto se ha ganado mucho y al mismo tiempo se han desplegado nuevos riesgos. Que las inclemencias y acechanzas de los menos confiables fuercen a los nuevos contingentes a volverse sobre sí mismos. Que lo acotado del liderazgo o la inmadurez de los más jóvenes refuerce un estilo tribunero, con escasas habilidades para desempeñarse en el campo de juego.
Los desafíos para constituir una unidad del pueblo más amplia y poderosa, gestada desde abajo, requiere de militantes que sepan interpretar la significación de las diversidades, que puedan ponderar y diferenciar lo principal de lo secundario. Lo que supone incluso saber hacer concesiones. No es sencillo, el mapa electoral al que aludíamos al principio reconoce una diversidad de tradiciones a las que hay que interpelar, convocar a compartir un camino sin que esto suponga deponer identidades ni que nadie se sienta achatado por el ímpetu identitario del que tiene la iniciativa.
Quizá nuevamente, la consigna que rememorara Néstor Kirchner antes de partir muestra su penetrante vigencia: “Que florezcan mil flores” y compitan entre sí otras tantas escuelas filosóficas, completaba el original. Unidos y organizados, articulación y confluencia. Claro, la única condición es reclamarse parte de nuestro pueblo. La ola que estamos protagonizando no ha recorrido todo su camino y tiene fortaleza como para volver con un nuevo impulso sobre esta playa que nos pertenece.
* Profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux