EL PAíS › DECLARó LA HIJA DE DOMINGO MAGGIO Y NORMA VALENTINUZZI EN EL JUICIO SOBRE LA ESMA
Su padre se fugó de la ESMA y logró denunciar los crímenes en una larga carta, aunque luego fue nuevamente secuestrado y fusilado. Su madre se fue del país, pero volvió con la contraofensiva y también está desaparecida.
› Por Alejandra Dandan
Horacio Domingo Maggio era delegado gremial de La Bancaria en la provincia de Santa Fe y militante del movimiento peronista Montoneros. En diciembre de 1971 se casó con Norma Valentinuzzi, profesora de expresión corporal en el Liceo Municipal Antonio Fuentes del Arco, militante de la misma organización. El 8 de agosto de 1972 tuvieron a su primer hijo, Juan Facundo, y el 18 de noviembre de 1974 a María, que tenía poco más de dos cuando secuestraron a su padre por primera vez, el 15 de febrero de 1977. María declaró ayer en la audiencia pública del megajuicio que se lleva adelante en los Tribunales de Retiro para juzgar los crímenes de la ESMA. “Antes de comenzar a relatar los hechos con relación a mi papá, quería aclarar que todos los hechos han sido resultado de una reconstrucción personal sobre esa historia. Voy a hacer referencia a ello para dejar constancia –explicó– de la persecución política que padecimos a lo largo de muchos años.”
Horacio Maggio, el “Nariz” para sus compañeros, es uno de los más recordados por los sobrevivientes de la ESMA. Fue uno de los pocos casos de prisioneros que lograron fugarse del centro clandestino. La fuga se inició el 17 de marzo de 1978 y se extendió hasta el nuevo secuestro y ejecución, el 4 de octubre de 1978. Durante ese tiempo escribió una denuncia en una carta que hoy se mira como un ensamble de piezas y piezas en las que logró generar un “relato anticipado” de la estructura de la ESMA. Los métodos de tortura, la “picana”, el “submarino”. Capucha, el Sótano. Los nombres de los represores. Los alias. Los más conocidos, pero también casos que recién llegan a juicio ahora y para los cuales esa prueba es fundamental, como el de Fragote Carlos Orlando Generoso. Dio datos sobre los distintos métodos de los marinos para deshacerse de los cuerpos de los desaparecidos, entre ellos los vuelos de la muerte. Mencionó a los “helicópteros”, importantes por las pruebas sobre los pilotos. A detenidos desaparecidos, como Norma Arrostito, pero también a varios cuyo paso por la ESMA no tiene otra prueba más que esa carta.
“Una carta del mismo tenor –escribió el propio Maggio en su posdata– fue enviada al señor embajador de Francia, al consejero de prensa de la embajada de Francia, al señor embajador de los Estados Unidos, Raúl Castro, al señor monseñor Raúl Primatesta, al señor monseñor Vicente Zaspe, al señor monseñor Juan Carlos Aramburu, a la Conferencia Episcopal Argentina, a la agencia France Presse, al periodista Richard Boudreaux de Associated Press, a las agencias nacionales y extranjeras, sindicatos y comisiones internas, periodistas, políticos, a la Junta Militar, etcétera.”
Y agregó: “Sé que con esta denuncia pongo en peligro la vida de mi mujer y de mis hijos, padres, hermanas, suegros y otros, como así también de las personas que aún siguen en el mencionado edificio y que son alrededor de 150 a 200. Es por ello que si algo sucediese (...), responsabilizo a la Junta Militar y directamente a los cuadros de la Escuela de Mecánica de la Armada”.
Los sobrevivientes suelen recordar el momento en el que el Tigre Jorge Acosta, ese autoproclamado “dios de la vida y de la muerte” dentro del Campo, los obligó a pasar frente a su cuerpo el día que lo llevaron muerto a la ESMA.
–¿A tu papá lo fusiló el Ejército? –le preguntaron a María en la sala.
–Eso no lo sé.
–¿El cuerpo fue entregado a la familia?
–Mi papá está desaparecido –dijo ella–. Sí sé, por testimonios de sus compañeros, que el cuerpo fue llevado a la ESMA y que expusieron el cadáver para mostrar lo que podía pasarle al resto si intentaba fugarse. Los hicieron desfilar delante para que vean cómo había quedado su cráneo que estaba totalmente hundido; su cara, destruida. Sus compañeros tuvieron que padecer eso.
Pese a que es uno de los nombres más recordados, su historia no había sido reconstruida en el espacio de los juicios orales. Es un “caso” por primera vez.
Los Maggio vivían en la capital de Santa Fe. “A mis tres meses de vida ya mi familia padeció allanamientos”, dijo María a poco de empezar. “Uno, en la casa donde vivíamos, en la calle Iturraspe de la capital santafesina, mientras no estábamos en casa. El otro fue en la casa de mi abuela materna, Elsa Valentinuzzi. Estaban mi abuela y mi tía Marta, que tenía 17 años. Las dos fueron detenidas y trasladadas sin demasiadas explicaciones. Eso fue un viernes y estuvieron hasta un lunes, que les tomaron declaración.”
Después de los allanamientos, en febrero de 1975 se mudaron a Rosario. Maggio tenía un hermano, Roque Maggio, que estaba casado con María Adriana Esper. Vivían en Córdoba y tenían una niña de año y medio. “El primer hecho terrible que marcó a la familia fue el asesinato de mi tía María Adriana”, dijo María. La siguieron hasta la casa y la mataron. Roque y su hija no estaban con ella. Se trasladaron a Rosario mientras su hermano Horacio y su familia salían a Buenos Aires.
“Nos establecimos en Caseros. Estábamos clandestinos: a mi mamá la conocían como Graciela y a mi papá como Rubén Butaro. El segundo hecho terrible que marcó a la familia fue el asesinato de mi tío Roque, casi un año después de mi tía: el 2 de enero 1977.”
Horacio, Norma y sus hijos viajaron a Miramar a pasar unos días con otros compañeros; entre ellos estaban Rosario Quiroga y sus tres hijas, y Oscar De Gregorio con su hijo. Rosario y Oscar, tiempo después, iban a ser secuestrados en la ESMA. Oscar sigue desaparecido.
Pocos días después de Miramar, el 15 de febrero, un grupo que se presentó como de las Fuerzas Conjuntas secuestró a Maggio en la calle Rivadavia, a una cuadra de la Plaza Flores. Lo golpearon y se lo llevaron a la Escuela Mecánica de la Armada.
“Fui sometido a salvajes torturas por espacio de 15 días”, escribió él mismo en la carta. “En una de esas ocasiones se me produce un paro cardíaco y un ‘médico’ intenta mi recuperación para seguir aplicando inmediatamente, entre otros métodos, la ‘picana’ o máquina y el ‘submarino’ (colando bolsa de polietileno en la cabeza que no permite la respiración) (...). Presencié los actos más despiadados y salvajes con que esta dictadura sin limites quiere inútilmente someter a todo el país. Las condiciones en las que desarrollábamos nuestras vidas son dignas de la época anterior a la Asamblea del Año XIII. Las torturas son hechas delante de otros secuestrados, que si bien no veíamos, escuchábamos los gritos.”
Mientras tanto, “mi mamá no tenía muy en claro qué había pasado con mi papá. Decide que nos teníamos que exiliar. Nos fuimos a Brasil; estuvimos viviendo calculo que de julio a octubre del año ’77 en la isla Guaruja, en Santos. Ahí compartimos la convivencia con muchos compañeros”.
En octubre retornaron a la Argentina. Maggio seguía secuestrado. El 17 de marzo de 1978, “mi papá logró fugarse de la ESMA y se fue a vivir con nosotros a Caseros. Esa misma noche, en Santa Fe, se presentaron dos o tres personas en el domicilio de mi abuela paterna para decirle que querían hablar con ella de mi papá, que había cometido un grave error”.
Una de las personas se presentó como el señor “Daniel”, que en realidad era el prefecto Héctor Febres. Se instaló en la casa frente al teléfono y le dijo a la mujer: “Voy a esperar a que su hijo la llame”. Maggio ya había llamado a su madre. Ella fingió, hizo pasar a los marinos, ellos esperaron toda la noche y, antes de irse, le dijeron que convenciera a su hijo de entregarse “porque había cometido un grave error”. Maggio permaneció en Caseros. “Prioriza estar con sus hijos y su compañera y empieza a redactar este documento de fecha 12 de abril del ’78. Yo dejé una copia en la causa”, explicó María.
En la audiencia tenía uno de los originales de la carta que su padre reprodujo a mano, y máquina y papel carbónico. “Mi papá cuenta su amarga experiencia en calidad de secuestrado en la ESMA, hace referencia a las condiciones inhumanas que tuvo que vivir, los grilletes, la capucha. También incluye un largo listado de nombres y alias de los represores encargados de las torturas y de los asesinados.”
El 27 de abril, Maggio mantuvo una entrevista con el periodista francés Boudreaux. María no sabe dónde, pero sabe que aquello se publicó antes del Mundial de 1978. “Ese es uno de los recuerdos que tengo –dijo–, de haber estado con mi papá en el festejo del Mundial, de haber estado con él, porque él estaba seguro de que ese día no lo iban a ir a buscar.”
El 4 de octubre de 1978 volvieron a secuestrarlo en una zona donde había una obra en construcción. Interceptado por el Ejército, “sé que resistió con lo que tenía al alcance, que eran piedras, escombros... y bueno, el Ejército lo fusila”. Norma y sus hijos emprenden un segundo exilio a Perú, a Ecuador, México. En el DF se confirma el asesinato. Viajaron a Cuba y España y, en 1979, Norma regresó con sus hijos a la Argentina para la contraofensiva montonera.
“El 11 de septiembre de 1979 estábamos en la misma casa de Caseros y recibimos la visita de mi abuela materna, que no veíamos hace mucho. Mi mamá percibe movimientos extraños y entonces le dice a mi abuela que se quede con nosotros, que si en diez minutos no volvía, que se vaya de la casa. Mi mamá no volvió, así que nos fuimos de la casa y posteriormente nos enteramos de que había sido secuestrada en la vía pública, a una cuadra y media de mi domicilio.”
Norma llegó a gritar su nombre y número de documento antes del secuestro. En el forcejeo perdió un zapato, que recuperó su madre en la calle. Por el relato de los sobrevivientes, sus hijos saben que en octubre de 1980 fue vista en Campo de Mayo. “No hay seguridad respecto a este dato, pero se cree –dijo María– que fue fusilada entre noviembre y diciembre del año 1980 con el resto de sus compañeros.”
“Confío en la Justicia –dijo María en el final– encargada de llevar esta verdad, y de hacer justicia por mis abuelas, por mi hermano, por mis hijas, por mi país, por la democracia y para que el Estado no viole, no secuestre, no asesine. Para que no apropie más bienes en un marco ilegal y terrorista. Espero además de justicia, verdad, porque no me basta con una sola, yo quiero la verdad. Eso es todo.”
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