Mié 16.07.2003

EL PAíS  › DOS PAISES, Y UN SOLO DOLAR

Para el surco o la chimenea

› Por Julio Nudler

La Argentina sigue siendo, al fin de cuentas, dos países, como enseñaba Marcelo Diamand ya en los ‘60: el agro por un lado, con sus ventajas comparadas, y la industria por el otro, con una productividad más baja. Esto significa que el dólar que puede servirle o incluso sobrarle a aquél puede no alcanzar para que las fábricas exporten o compitan exitosamente con la importación en el mercado interno. La “solución” diseñada décadas atrás consistió en la diferenciación de tipos de cambio: los exportadores agrarios pagaban derechos, mientras que los de productos industriales cobraban reembolsos o reintegros. En tiempos de José Ber Gelbard (1973/74), entre el dólar efectivo de exportación más bajo (productos primarios) y el más alto (manufacturas de alto valor agregado) llegó a haber una distancia de uno a cuatro. Hoy esa relación máxima –dejando de lado casos muy especiales– es de 1 a 1,375. Y a lo que parece, esta diferenciación de paridades exportadoras es insuficiente para sostener el dinamismo de la industria en particular y del conjunto de la economía en general.
La realidad del comercio exterior es ésta: las exportaciones rurales crecen con pujanza, tanto por cantidades como por precios, mientras que las industriales caen por una pendiente cada vez más pronunciada. El repliegue del dólar hasta el entorno de $ 2,80 no afectó la competitividad del campo, pero sí la de la industria, que sufre además la recesión brasileña, con lo que se debilita su principal mercado.
De algún modo, mientras mejor le vaya al agro exportando, peor le irá a la industria afuera y también en casa. Como las exportaciones de cereales y oleaginosas generan un fuerte superávit comercial, sobran dólares y el peso tiende a apreciarse, obligando al Banco Central a comprar todo el mayor excedente externo posible. La apreciación del peso descoloca a la industria, cuyo lobby presiona a las autoridades para que levanten el dólar. Pero al conjunto de la economía no le da igual a quién le vaya mejor, porque influye mucho menos sobre su suerte exportar tortas de soja que camiones.
El cuadro sería diferente si la demanda de consumo y de inversión elevase las importaciones hasta niveles más altos, y además el Estado reiniciase los pagos de la deuda externa que sigue en default. Pero, por el momento, la realidad es la que hay, aunque sume factores diversos. Tan pronto la demanda interna mostró los primeros síntomas de reacción, algunas industrias prefirieron ocupar las franjas de mercado local liberadas por la importación en lugar de esforzarse por exportar.
Aun después de la devaluación se las ingeniaron para que les resultase más rentable vender adentro que afuera. Hubo casos en que les fue tan bien que la capacidad productiva quedó colmada. Fue entonces cuando empezaron a evaluar si invertir para expandirse. Algunos empresarios se decidieron, pero hasta ahora no han sido muchos ni muy audaces. Un dólar en declive es su mayor zozobra, sobre todo cuando la competencia importada, y especialmente al son del samba, reaparece en los canales de la oferta. Ciertos industriales, que dolarizaron sus precios a una paridad bien superior a los tres pesos, no se decidieron aún a rebobinarlos a un tipo de cambio de 2,80. De modo que se deben a sí mismos parte de su paranoia.
Las exportaciones industriales pagan actualmente un derecho del 5 por ciento, pero al mismo tiempo reciben reintegros que oscilan entre la mitad y el doble de ese número. Con lo cual, entre lo que les dan y les quitan, embolsan un dólar más o menos limpio. Cereales, oleaginosas y petróleo, entre otras commodities, pagan en vez un 20 por ciento. Por tanto, en la generalidad de los casos la diferenciación de tipos de cambio es de 1 a 1,25. Esta pequeña brecha no parece resultarles suficiente a los industriales para recapturar mercado interno, lanzarse a la exportación e invertir en más capacidad y tecnología, de manera que la reactivación no se desinfle. Los trabajadores, por su lado, necesitan un dólar barato para la canasta, pero caro para tener ocupación. Tampoco a ellos les va la ortodoxia.

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