Sáb 07.09.2013

EL PAíS  › OPINION

Imperialismo de los derechos humanos

› Por Guillermo Levy *

Con el fin de la Guerra Fría, ya hace más de veinte años, intervenciones militares o invasiones se empezaron a justificar, derrotado ya el fantasma comunista, en el marco de las banderas de la democracia y los derechos humanos.

El Consejo de Seguridad o la OTAN, o unilateralmente Estados Unidos con algunos aliados circunstanciales en busca de prebendas comerciales, han producido en estos veinte años diversas intervenciones militares, invasiones o simplemente han recalentado conflictos internos apoyando rebeliones armadas. El saldo de cientos de miles de muertos de esta geopolítica imperial de los derechos humanos es un balance devastador en el escenario mundial más desequilibrado militarmente que conoció la historia de la humanidad.

La primera guerra inaugural fue la del Golfo en el año 1991 para recuperar Kuwait para la monarquía absoluta que la gobernaba y que había sido invadida por Irak. Luego le siguieron las tremendas guerras genocidas que desmembraron a la ex Yugoslavia, tarea alentada tanto por los Estados Unidos como por muchas potencias europeas; cientos de miles de muertos en la guerra serbo-croata y luego en la de Bosnia. La cuestión musulmana, que no había aparecido en el escenario de los nuevos enemigos de la humanidad en la era poscomunista, aparece solapadamente en la guerra de Bosnia, que tiene combatientes chechenos y afganos peleando en el sur de Europa por su utopía de conquistar el primer Estado musulmán en Europa en reemplazo de la multiétnica Bosnia que había sabido construir el socialista Tito.

Ahí, los norteamericanos petardearon los acuerdos de paz europeos en 1995 para empezar a incidir fuertemente en la geopolítica europea e incentivaron a las partes a continuar con el conflicto que –decenas de miles de muertos mediante más– continuó hasta 1997. Luego de todo ese desastre y desmembramiento del hermoso país que supo ser la Yugoslavia socialista, vino la pequeña confrontación de Kosovo, región que sin ninguna tradición independentista y solo con el apoyo de los tanques de la OTAN y los medios internacionales, buscaba desmembrar más la en ese entonces Serbia y Montenegro. La OTAN intervino supuestamente para defender a los civiles kosovares hostigados por las tropas serbias luego de guerras civiles y genocidios permitidos por la ONU, por la OTAN y por el Consejo de Seguridad. El objetivo real, instalar tropas norteamericanas en el sur de Europa.

En el medio, el genocidio de casi un millón de personas en cien días en Ruanda no mereció intervención militar alguna. Esa región, en el medio de Africa, no merecía la pasión belicista en defensa de los derechos humanos, sobre todo cuando los Estados Unidos, luego de la fracasada intervención en Somalia, preferían no meterse mucho en Africa.

Más allá de estas idas y vueltas, el fin de la Guerra Fría vio nacer una nueva forma de “intervención humanitaria” que sirvió para justificar, con una gran hipocresía, las cirugías necesarias para el diseño internacional de la hegemonía norteamericana.

Llegó el 2001 y la cuestión del terrorismo pareció reemplazar en la pulsión invasora en defensa de los derechos humanos. Sin embargo, ambos argumentos supieron articularse.

Afganistán era el país de los talibán que habían volado las Torres Gemelas. Ex aliados contra los soviéticos, hoy eran los nuevos enemigos. Nombres como el Talibán, Al Qaida, cobraron una fama central que no deja de producir asombro cuando se ve que son estos sectores o sus aliados los que reciben ayuda de Estados Unidos, países europeos y dictaduras del golfo Pérsico, contra los resabios de los gobiernos árabes laicos de la región.

Afganistán era el refugio de los terroristas que habían volado las Torres Gemelas pero también era un país en el que las mujeres eran obligadas a usar chador y las libertades civiles eran inexistentes. A la búsqueda de los culpables y por la liberación del pueblo afgano nos anunciaron la primera gran invasión posatentados que aún continúa empantanada, con sus muertos permanentes y los ataques y bombardeos con aviones no tripulados en Pakistán. Hoy, como antes del 2001, esos tremendos enemigos presentados como el nuevo enemigo de la humanidad a la opinión pública mundial son los aliados en la lucha contra los Khadafi o Asaad.

Luego de Afganistán, llegó Irak por segunda vez en busca de armas de destrucción masiva que nadie vio ni creyó y el asesinato de Saddam Hussein. Un tiempo después, ya con las complejas y heterogéneas “primaveras árabes”, llegó Libia, en ayuda a los que querían derrocar a una dictadura y convirtieron al país, en su cirugía de bombas, en un infierno de tribalismo. Y ahora se viene Siria.

La impunidad de los argumentos que sobreactúan una indignación frente a violaciones a los derechos humanos cada vez es más grande. Antes, por lo menos, había una producción de relatos, imágenes y argumentos para lograr ciertos consensos en la opinión pública mundial.

Hoy la impunidad es cada vez más grande y los argumentos cada vez más insignificantes.

Solo personas con limitadas capacidades mentales pueden pensar que en la cúpula de poder de los Estados Unidos reina la indignación por el supuesto ataque con armas químicas contra civiles en Siria. Armas químicas que se producen en las democracias occidentales y que es altamente probable que haya usado la oposición occidental-islamista para producir una excusa que ni siquiera es sostenible para Gran Bretaña, el gran aliado de Estados Unidos en todas las invasiones desde el fin de la Guerra Fría. Arrancar la agenda de los derechos humanos de la nueva agenda imperial se hace imprescindible para no seguir legitimando un nuevo orden mundial donde, por lo menos hoy, potencias occidentales, especuladores financieros e islámicos radicales filo Al Qaida parecen que andan por el mismo andarivel.

* Docente Sociolgía UBA, investigador de la Untref.

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