EL PAíS › LA HISTORIA DE LOS DESAPARECIDOS Y SECUESTRADOS DE UN COLEGIO PARROQUIAL
Un grupo de alumnos, docentes y preceptores de un colegio parroquial de zona norte fueron secuestrados en 1976 y llevados a la ESMA. Habían organizado un centro de estudiantes. Hoy se realizará un homenaje.
› Por Irina Hauser
“Uno no dimensionaba mucho lo que era hacer un centro de estudiantes en una escuela religiosa en esa época”, piensa en voz alta Adriana Suzal. Tal vez, repasa ahora, lo empezó a entrever después de octubre de 1976 cuando en cuestión de días la secuestraron a ella, a su novio, a su hermana, a compañeros y sus parejas, a docentes y preceptores, todos del mismo colegio parroquial, el Ceferino Namuncurá de Florida. Unos meses antes habían asesinado en un operativo a Esperanza Cacabelos, que era profesora de historia, y secuestrado a su hermano José Antonio. Excepto Esperanza, que murió acribillada, los demás estuvieron secuestrados en la ESMA. Los que sobrevivieron se reencontraron este año y contactaron a familiares de quienes siguen desaparecidos y hoy a las 14 pondrán dos baldosas en la puerta de la escuela para recordarlos.
Adriana, hoy una psicóloga de 56 años, pertenecía a un grupo de alumnos que habían fundado el centro de estudiantes y que vivía en riña con el director, que lo impugnó e intentó ponerle una conducción propia. Ya había egresado cuando dos autos la esperaron a la salida de su trabajo en un laboratorio. Eran las cuatro de la tarde, del 7 de octubre, cuando vio los vehículos en guardia, pero no se le cruzó por la cabeza que se la llevarían a ella. Caminó unos metros y no alcanzó a voltearse cuando la llamaron por su nombre y su apellido que ya tenía los ojos tapados y estaba en viaje a hacia la ESMA. El mismo día fue secuestrado su novio, Ricardo Domizi, que era un maestro tutor del Ceferino.
A lo largo de dos días la sometieron a interrogatorios y simulacros de fusilamiento, previo hacerla llamar a su casa para decir que estaba con el novio. “Me preguntaban si militaba y tenía nombre de guerra, me confrontaban con mi novio y decían que querían hablar con Norma, mi hermana”, recuerda. Al día siguiente la secuestraron a Norma Suzal, su hermana, que tenía 17 años, cursaba quinto año en el Ceferino y llevaba el ímpetu de la lucha estudiantil calcado. En el mismo operativo, a las seis de la mañana fueron secuestradas dos amigas y compañeras suyas, Gabriela Petacchiola y Elizabeth Turrá, además de Eduardo Degregori, quien fue preceptor. Tres días después fueron llevados a la ESMA otra compañera de Norma, Cecilia Cacabelos, su hermana Ana María y Guillermo León, que era preceptor. Gabriela militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y Norma junto con otras amigas habían asistido a algunas reuniones. Cecilia y José estaban en la Juventud Peronista (JP).
Norma, que hoy es actriz y tiene 54 años, recuerda que unos hombres de fajina y con armas largas entraron a su casa en la calle Las Heras por la fuerza con el libreto del operativo antidrogas; su mamá intentó impedir sin éxito que se la lleven. A su hermanita de 13 años le apoyaron una Itaka en la cabeza. Cuando arrastraron a Norma a la calle, alcanzó a ver que la cuadra estaba tomada por las fuerzas represivas. Divisó un auto de color rojo y un camioncito de reparto de alimentos adonde la subieron. En el centro clandestino supo que había allí más gente de la escuela. Pero después que recuperó la libertad no vio a nadie.
Las hermanas Suzal estuvieron años sin poder hablar de lo que les había pasado. “Siempre tuve la carga de haber sobrevivido, la pregunta sin respuesta de por qué me liberaron a mí a los pocos días y no a otros”, confiesa Adriana. La recuperación de la ex ESMA y el acto de 2004 llevaron a las Suzal a que empezaran a contar más. Los hijos de Adriana recién escucharon su historia completa en el juicio oral, este año.
Norma dio por primera vez testimonio en el primer juicio de ESMA, en 2010. “Después no paré de preguntarme por todos los demás, hasta que en diciembre se me ocurrió poner baldosas”, cuenta. Escribió a Barrios por la Memoria de Almagro y la mandaron a hablar con quienes habían empezado a instalar las baldosas en Zona Norte. Escribió un e-mail y resultó que quien se había empezado a ocupar del tema era Gerardo Salcedo. “Soy el hijo de Esperanza Cacabelos y Edgardo Salcedo”, le dijo. Esperanza, la profesora de historia asesinada, junto con su marido. Norma la recordaba como “una genia”, “nos hacía leer Las Venas Abiertas de América latina”. “Fue increíble: le estaba pidiendo a Gerardo sin saber quién era poner una baldosa por su mamá”, dice Norma.
Gerardo estaba con sus papás en el piso 11 de un departamento en Palermo cuando los mataron. Tenía dos años (hoy tiene 39) y lo habían dejado en la bañadera, tapado con un colchón. Su papá militó en Tacuara y a comienzos de los setenta convirtió su casa en una unidad básica de la JP. “Con el golpe, dejó su trabajo en EnTel., donde era delegado de Foetra. Mi mamá dejó de dar clases de historia. Los mataron el 12 de julio de 1976 con un gran despliegue de ametralladoras y hasta un helicóptero”, cuenta. El estuvo cinco días en el Hospital Fernández. Cuando su abuelo lo fue a retirar a una comisaría, le dijeron: “Menos mal que vino ahora porque si no ya no lo encontraba”.
Por lo que reconstruyó, Gerardo cree que “quien era la máxima autoridad del Ceferino, Salmeron, delató o entregó a los chicos”. Adriana dice: “Podemos imaginar la complicidad civil, no sólo eran los jefes de empresas, a las escuelas mandaban los manuales para detectar a estudiantes subversivos”.
Norma, Adriana y Gerardo armaron una red con el resto de los sobrevivientes y los familiares y pensaron cómo convencer al actual cura del colegio de instalar las baldosas. Después de insistir lo consiguieron: las baldosas llevarán los nombres de Cecilia y José Antonio Cacabelos, Gabriela Petacchiola, de Esperanza Cacabelos y Eduardo Degregori. Las van a colocar en la puerta del establecimiento hoy después del mediodía, en un acto declarado de Interés Municipal.
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