EL PAíS › OPINION
› Por Marcelo Ciaramella *
La lógica del sistema hegemónico de acumulación capitalista, que impone a los seres humanos vivir dentro de la lógica absoluta de la valorización del valor, provoca la aparición de la “humanidad sobrante”. Masas “inútiles” que no aportan un valor agregado que se convierta en capital acumulado y que cuentan con un poder adquisitivo casi nulo. Periferias de un centro poderoso que como secarropas centrífugo los arroja contra las paredes que limitan con la nada. Gente que va de acá para allá deambulando por el mundo, exponiéndose a tremendos peligros, experimentando la sensación de haber nacido en el planeta equivocado, culpabilizados de ser la periferia que no tiene derecho ni oportunidad de acceder al lugar de los privilegiados, acusados a menudo del delito de ser visibles, del de-satino de existir y son condenados a una fuga eterna buscando un escondite donde redimir el pecado de la exposición pública. Por eso existen montones de campamentos, hogares, refugios que, como el cuartito del fondo de una casa, esconden todo lo que no sirve para el uso cotidiano o lo que se usa de vez en cuando, para que no sea visto por las visitas.
El papa Francisco volvió a repetir uno de sus fuertes gestos solidarios con los pobres de la periferia, escondidos en este caso en el Centro Astalli de Roma, el servicio de los jesuitas para los refugiados en Italia. Volvió a llamar de manera elocuente “la carne de Cristo” a los sufrientes, en este caso los condenados a vivir como parias en este mundo por diferentes situaciones. Y desnudó la incoherencia de tantos conventos vacíos frente a tanta “humanidad sobrante” necesitada de un lugar para comer, vestirse y ser atendido.
Pero estos gestos –en mi opinión– pierden fuerza y terminan confinados a un álbum de fotos o una colección de discursos cuando no son acompañados de un análisis que produzca un diagnóstico que lleve finalmente a una interpretación, una toma de posición, una acción dirigida a acorralar las causas de estos males.
Lamentablemente la Iglesia ha sustituido el análisis con la ética. Los documentos sociales en general –además de extemporáneos frente a los hechos que analizan y que mutan con una rapidez vertiginosa– proponen una reflexión de principios, siempre válidos pero necesitados de mediaciones que los conviertan en acciones eficaces contras las causas de los males que se enumeran. Hacer un análisis ayudando la mirada creyente con las herramientas de las ciencias sociales genera la necesidad de elaborar acciones, proyectar un modelo de mundo, construir la fe histórica.
Es curioso que últimamente haya habido elocuentes gestos del Papa desalojando de sus poltronas a obispos o curas acusados de abuso sexual que pone blanco sobre negro la gravedad de tales acciones que no son compatibles con la tarea eclesial. Pero a la vez es llamativo que no haya acciones concretas que dejen en evidencia a los culpables y responsables de políticas que generan pobreza, miseria, violencia, injusticia y que afectan a millones.
Recuerdo de mi visita a Chiapas que, estando en la casa religiosa que me hospedaba a poca distancia de los territorios autónomos zapatistas y con plena relación con ellos, escuché una canción compuesta por las bases civiles, profundamente creyentes, luchando contra la violencia paramilitar, que limitaba con la lamentación y se llamaba “No basta rezar”: “No, no, no basta rezar, hacen falta muchas cosas para conseguir la paz, no, no, no basta rezar. Y rezan de buena fe y rezan de corazón pero también reza el piloto cuando monta en el avión para ir a bombardear a los niños de Vietnam, para ir a bombardear a los niños en Irak”.
Los creyentes zapatistas que visité tienen muy claro que la fe es para cambiar el mundo y no para salvar el alma. Porque Jesús dio la vida por un proyecto de mundo, el que quiere el Dios de la Vida, justo, solidario, fraterno, igualitario, cercano a los pobres y en combate contra las causas de la vida indigna e injusta.
La Convención de Refugiados de 1951 explica que un refugiado es una persona que, “debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores no quiera acogerse a la protección de tal país”. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, los patrones globales de migración se han vuelto cada vez más complejos en los tiempos modernos, con la participación no sólo de los refugiados, sino también de millones de inmigrantes económicos. Los migrantes, especialmente los económicos, deciden mudarse con el fin de mejorar las perspectivas de futuro de sí mismos y sus familias. Los refugiados tienen que moverse si quieren salvar sus vidas o su libertad. Ellos no tienen la protección de su propio Estado –de hecho, es a menudo su propio gobierno que está amenazando con perseguirlos–. Si otros países no les brindan la protección necesaria, y no les ayudan una vez dentro, entonces pueden estar condenándolos a muerte o a una vida insoportable en las sombras, sin sustento y sin derechos. A veces también los desequilibrios ambientales que provoca la insaciable sed de recursos para producir, expulsan a muchos de sus tierras devenidas en desiertos o lugares inhabitables.
El canciller de Bolivia, David Choquehuanca, en la reunión de Acnur en 2011 en Ginebra, sostuvo que “...sólo superando este cruel sistema capitalista es que vamos a disminuir las víctimas del desplazamiento forzado en el mundo y vamos a recuperar la dignidad de todas las personas evitando que deban buscar refugio en otras tierras (...) hoy debemos reclamar a la comunidad internacional que sea responsable, que en lugar de utilizar sus recursos económicos en la fabricación de armamento, bombardeos, bloqueos, persecuciones políticas y ataques armados, invierta esos recursos para la cooperación internacional, para cambiar este sistema capitalista que sólo busca el consumismo y denigra al ser humano”.
La contienda va quedando cada vez más clara: un mundo para pocos vs. un mundo para todos. La ideología capitalista liberal nos impone el mérito y la competencia como la premisa para adquirir derechos de vida digna. La mirada cristiana, claramente sostiene que el derecho para la vida digna en este mundo no consiste en hacer méritos, sino en el simple hecho de haber nacido. Si hay refugiados es porque hay perseguidores que se arrogan el derecho de decidir quién queda dentro del sistema, irrespetuosos de la libertad de vivir y morir con dignidad de todo ser humano. ¿Cuándo se separará la Iglesia en su análisis, sus gestos y acciones proféticas de resistencia, de un proyecto de mundo que sólo acarrea pobres en fuga?
* Grupo de Curas en la Opción por los Pobres.
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