EL PAíS › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
A poco de iniciar su mandato presidencial, Néstor Kirchner aseguraba que para imponer los cambios que necesitaba la Argentina era preciso gobernar por lo menos diez años seguidos. Era una profecía certera pero daba la impresión de ser un delirio voluntarista, con la herencia fresca de Fernando de la Rúa, Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde. La secuencia, tan inesperada como construida, permitió que el Frente para la Victoria (FpV), con nombres e integraciones misceláneas, atravesara tres elecciones de “medio término”.
La primera “fue una fiesta”, memora alguien que integró listas en todas, con protagonismo creciente. En 2005 se salía del infierno peldaño a peldaño, la gestión de Kirchner engendraba adversarios y enemigos mientras crecía en aceptación popular. El piloto de la crisis, el restaurador de la política y de la autoridad presidencial, era un líder-fundador. Fue entonces cuando la ahora presidenta Cristina Fernández de Kirchner estalló como fenómeno electoral, ganando la disputa por el peronismo bonaerense. El clima parecía encrespado pero la legitimidad cuerpo a cuerpo era tan imbatible cuan palpable. El cronista recuerda que Ginés González García, a la sazón Ministro de Salud (el último de nivel que tuvo el kirchnerismo), le comentó que lo aplaudían cuando entraba a un restaurante. Conmovido y hasta azorado –pero sin perder el olfato costumbrista–, Ginés sentenció: “Esto así no puede durar”. “Así” no duró, efectivamente, pero el kirchnerismo supo de ascensos, caídas y recuperaciones como ninguna otra fuerza desde 1983. La estrella de los presidentes Raúl Alfonsín y Carlos Menem entró en picada para no repuntar jamás, con distintas duraciones. El kirchnerismo tiene sus momentos de Ave Fénix y sus recaídas... a veces lógicas, ora sobre determinadas por errores propios.
Hablemos, pues, de 2009, en el que “la gente no nos quería ver, nos puteaban de lo lindo”. La mayor derrota electoral se veía venir y cundió la hipótesis de fin de ciclo, que ahora renace.
La campaña de 2013 es peculiar por la intromisión de las Primarias Abiertas, que moldean las ambiciones y condicionan las tácticas. Todas las elecciones de medio término fueron determinantes en los escenarios ulteriores, incluyendo las anteriores a la reforma constitucional de 1994 que incluyeron tres simultáneas con el recambio de gobernadores. Pero su real impacto se midió dos años después. Claro que en noviembre habrá reposicionamientos, lanzamientos, depresiones, transfugueadas, “tomas de ganancias”, presidenciables nuevos o en retirada.
El aserto “no hay 2015 sin 2013” es correcto, a condición de asumir que los guarismos precisos de octubre se conocerán a la hora señalada. Eso explica la obsesión monotemática de quienes están en campaña. El Gobierno forma parte de ese conjunto aunque también se afana en delinear las líneas maestras de su gestión para el año próximo. En eso finca su principal diferencia con sus contrincantes, en ese terreno construyó tres mandatos al hilo.
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Todos en movimiento: La política es, a menudo, más sencilla y más ardua de como la describen los “formadores de opinión”. El periodismo político adolece de una distorsión que no existe en otras ramas, por ejemplo el deportivo o el cultural. Muchos cronistas políticos repudian su tema de cobertura: desprecian “la política”, acaso (aunque no solamente) porque jamás la practicaron. Ese desdén no tiene parangones entre quienes cubren el fútbol, el cine o la producción literaria. Y distorsiona las miradas: quien aborrece no sabe ver y quien no sabe ver, no califica para contar.
Quienes hablan de traiciones por doquier o profetizan que muchos intendentes bonaerenses irán a menos subestiman un dato de manual. Para seguir participando, lo mejor es ganar de local. Hablemos en plata. Sea que un intendente (hasta ahora) kirchnerista pretenda verticalizarse tras la Presidenta a partir de noviembre, sea que ambicione “sentarse” a una mesa más horizontal del FpV, sea que quiera pegar el salto al Frente Renovador (FR) del intendente Sergio Massa, le conviene subir su cotización previa. También le sería funcional si eligiera otro rumbo por demencial o imaginativo que fuera: irse a la Coalición Cívica o a un frente subsahariano de liberación. La frase “Roma no paga traidores” (en la que Roma puede sustituirse por el PR, el FpV o el establishment) peca de idealista y fue desmentida “n” veces. Es, en cambio, cabal que ser perdedor “garpa” mal, baja la cotización, coloca al protagonista al final de la cola, lo lleva a reengancharse como en el chinchón.
Así que todos los intendentes, sin distinción de credos ni banderías, están en estado de alerta y movilización. En el conjunto kirchnerista, en promedio que reconoce excepciones, la consigna es mejorar el desempeño de agosto. Un factor común aúna a interlocutores del cronista, sean candidatos, alcaldes, militantes o colegas que “conocen” el territorio: asumir que un mes atrás no se hizo todo lo posible ni lo mejor posible. Las discrepancias asoman cuando se deslindan responsabilidades.
Las críticas al manejo nacional de la campaña son recurrentes. Hay una división de tareas, describen: las recorridas, las pintadas callejeras son del territorio pero la publicidad “grossa” viene de Nación. Un baqueano le propone al cronista que recorra todas las autopistas que conectan Capital y provincia (Buenos Aires, La Plata; Acceso Oeste, Riccheri y Panamericana). Según su conteo, la publicidad a favor de Massa goleó a la que promovía al intendente de Lomas, Martín Insaurralde. Ahora se mejoró un poco, se consuela relativamente.
Puestos a escrutar la viga en el ojo propio, los bonaerenses K reconocen que antes de agosto (en promedio) se subestimó el compromiso o se dio por hecho que se tenía amarrado un piso más alto de adhesiones. “Perdimos una interna sin darnos cuenta”, asume una figura comprometida a full.
Las divergencias acerca de las responsabilidades propias o de organizaciones de compañeros están latentes o presentes en sordina. La traducción es ponerle más activismo. El consabido “aparato” se moverá más. La pregunta del millón es si eso mueve votos en un marco de preferencias bastante demarcado por las Primarias. Las respuestas desde quienes se afanan a diario es que algo incidirá, su veracidad se medirá con el escrutinio final. La información de las encuestas es un insumo para el optimismo de la voluntad: “El mismo 11 de agosto un 20 por ciento de los votantes no conocía a Insaurralde”, he ahí un obstáculo a remover.
El candidato cabeza de lista recorre todos los partidos de la provincia, mezcla actos y reuniones con organizaciones sociales o grupos de interés. Va a tres o cuatro partidos por día.
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Otros ámbitos: En tiendas de Massa la hipótesis de trabajo es más serena, pongámosle inercial. El resultado fue muy propicio, el éxito imanta adhesiones, los sondeos confirman ese análisis. Algún destello irrumpe apenas en el cielo azul. En esta semana, el intendente de San Martín Gabriel Katopodis, chuceó en público a Massa para que aceptara debatir con sus rivales en público. Varios programas de tevé se ofrecen remixando el interés propio con un discurso republicano, que siempre queda bien. La Universidad de San Martín ofrece un marco institucional al debate, sería una innovación grata en la conservadora cultura política dominante.
La bolilla uno del manual dice que a Massa le conviene gambetear los convites a debatir y la bolilla dos, que sus laderos no deben discutirle en público los ejes de campaña. Algo interfirió, acaso desplantes o malos tratos en el día a día. Como fuera, la golondrina no hace verano: en el espacio de quien puntea, la inquietud es menor.
La pelea a gritos entre el diputado Francisco de Narváez y el árbitro Javier Castrilli sugiere que la política y el peronismo reformatean muchas conductas. Acaso por eso sean tan potentes, atractivos y peligrosos. Castrilli, en su profesión, era un moralista severo, acaso un fundamentalista. Pero jamás un oportunista trivial, un chanta sin “códigos” como mostró en su autoexclusión de las listas. El episodio es un síntoma de la angustia que se percibe en las filas del Colorado de Narváez. El canillita Omar Plaini tiene las barbas remojadas. Los peronistas hacen un culto de acompañar a sus compañeros hasta las puertas mismas del cementerio. Lo hacen con desparpajo y hasta con humor... negro. El problema que debe preocupar a Plaini es que, si se sigue achicando la intención de voto, su banca está en peligro, o sea que el difunto sería él.
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Gobernadores en prospectiva: Ricardo Colombi fue reelegido gobernador en Corrientes, Gerardo Zamora es favorito para serlo en Santiago del Estero en octubre. La tendencia general, vale observar, es que esos ejemplos no se repetirán con facilidad dentro de dos años. El voto de agosto, las mediciones de opinión previas, la “sensación térmica” política insinúan que las reelecciones han sido puestas en entredicho por sectores vastos de la sociedad. Algunos mandatarios provinciales reparan en ello y emiten señales que hubieran sido asombrosas un tiempo atrás. El eterno formoseño Gildo Insfrán desliza en declaraciones cuasi públicas y en diálogos con la dirigencia “del palo” que no irá por su enésima re-re. Es un modo de preservar la legitimidad y de contener a la tropa propia, alentando sus ambiciones de relevo. Otros gobernas todavía no muestran reflejos similares, tal vez deban hacerlo más pronto que tarde.
Las reglas institucionales también cierran caminos. Tres gobernadores con virtualidad de presidenciables no pueden volver a postularse en 2015: el porteño Mauricio Macri, el bonaerense Daniel Scioli y el entrerriano Sergio Urribarri.
La emergencia de los intendentes tiene, pues, ingredientes de voluntad y también de imposición fáctica. La sagacidad de Massa fue primerear en ese escenario. El intendente de Corrientes, Carlos “Camau” Espínola, fue otro ejemplo, que perdió haciendo una buena elección.
Colombi sorprendió el lunes ulterior a los comicios con su duro cuestionamiento a los medios nacionales, léase a Clarín y en especial a su vicepresidente José Antonio Aranda. La acusación a los poderes fácticos no es monopolio del kirchnerismo, acaso porque dista mucho de ser una fantasía, un delirio del “relato”.
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Congreso, 2014, su ruta: El FpV “provincializa” las campañas un cachito, hay más juego para los candidatos. Pero nadie se engaña: las elecciones de medio término son un plebiscito sobre el gobierno nacional y ésta no hará excepción.
Claro que las tácticas de Cristina Kirchner se desarrollan en otros tableros, por ejemplo en cómo gobernará los años venideros. El miércoles se tratarán en Diputados el Presupuesto y la “ley de cheque”. El oficialismo deberá sudar la gota gorda para poner quórum propio y para conseguir las mayorías respectivas. Para el quórum puede contar con diputados “foráneos” que accedan. Uno de ellos es el salteño de PRO Alfredo Olmedo, quien, hasta ahora, fue partidario de sentarse siempre en el recinto. El fueguino Rubén Darío Sciutto podría ser otro, aunque se alejó del bloque oficialista recientemente. En camino al ma-ssismo, mal atendido en la confección de las listas, Sciutto ahuecó el ala. Hasta acá fue el único desde agosto, no hubo la fuga en manada que profetizaban algunos.
Sobre el impuesto al cheque ya se insinúa una discusión legal: si es necesaria mayoría absoluta o si basta la de los presentes. El kirchnerismo podría aducir que, tratándose de una prórroga y no de la creación del tributo, basta la mayoría simple. La oposición propondrá el otro criterio y se prepara para judicializar si llega la aprobación sin mayoría especial. Se trata de una fuente principal de recursos para el Estado. En otro contexto se podría exhortar a la cooperación o acordar un modo de coparticipación que contemple más a las provincias. En el actual, las controversias suelen jugarse a todo o nada.
La oposición, cabe esperar, no tensará la cuerda tanto como para dejar sin Presupuesto al Gobierno, extremo al que llegó en los buenos tiempos del Grupo A. Hay quien piensa que esa experiencia fracasó, hay quien apuesta a restaurarla a partir de diciembre. O el miércoles, si pinta. En la cancha se verán los pingos, como es de rigor.
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