EL PAíS › LOS FANS DE GRASSI IMPLORARON POR SU MáRTIR
Una veintena de seguidores del cura condenado hicieron ruido, lloraron y rezaron por él. Se la tomaron a golpes con un camarógrafo e intentaron lo mismo con un querellante.
› Por Carlos Rodríguez
“Paz para este hombre, paz para un hombre que tiene el demonio adentro.” Dos mujeres de unos sesenta años, vestidas con discreción, una de ellas con un vestido propio de una religiosa, le arrojaban “agua bendecida” al abogado querellante Juan Pablo Gallego, quien había bajado de un automóvil en la puerta de los tribunales de Morón y estaba haciendo declaraciones a la prensa. Aunque algunos periodistas reaccionaron con atendible molestia por la “lluvia” que estaban recibiendo junto con el “endiablado” Gallego, el gesto de esas dos casi amables defensoras de la “inocencia” del cura Julio César Grassi contrastaba con los gestos y palabras de otras manifestantes mucho más jóvenes, que le dedicaron frases y gestos violentos al abogado: “Gallego mentiroso, la puta que te parió”.
Esa mezcla de adherentes serenas y ofuscadas –la mayoría eran mujeres con remeras o banderas de la Fundación Felices Los Niños– se repitió luego de conocerse la sentencia que envió a prisión a Grassi: algunas manifestantes se fueron llorando, otras golpearon en los testículos a un camarógrafo que las filmaba y varias intentaron linchar a Gallego, cuándo no, pero la policía pudo impedirlo. El abogado querellante, por su exposición mediática tal vez, fue quien despertó mayor virulencia.
“Fuerza, estamos con vos”; “Otro día de llevar tu cruz. Te ayudamos a cargarla”; “Dios les da las batallas más difíciles a sus mejores soldados”; “Que Dios te dé fuerza por esos niños porque todo es una mentira”. Las consignas estaban escritas sobre pancartas y banderas que habían sido colgadas, desde temprano, en las rejas del portón de entrada a los tribunales de Morón.
En algún momento, durante una hora, se sumaron unos jóvenes con bombos y redoblantes, que acompañaron a las fieles compañeras del cura Grassi, que siempre han aparecido, en cada instancia del largo proceso judicial, para proclamar su inocencia. “Padre Grassi inocente. Los pobres y los niños lo necesitamos. Víctima de la injusticia del poder del Grupo Clarín.” En la generosa espalda de una señora rubia que siempre está en las marchas en apoyo al cura y que alterna llantos con gritos y actitudes belicosas, se podía leer esa leyenda estampada sobre una camisola blanca.
El show en la vereda de los tribunales tuvo también la participación, totalmente ajena a todo, de un santiagueño, el Chicho Romero, quien violín en mano interpretó con destreza tangos, chacareras y otras melodías populares. Todos pensaron que se había sumado a las huestes de Grassi, pero no, su intención fue apenas la de ganarse algunos pesitos y recibir merecidos aplausos. Se fue con la música a otra parte, luego de dejar una frase a medio camino, ni a favor ni en contra de nadie: “Muchas gracias y que se haga justicia”.
La cosa se fue poniendo más heavy conforme se iba acercando la hora en que se escucharía el fallo de los jueces. La sala del Tribunal Oral Nº 1, en la planta baja, se llenó de periodistas, pero sólo ingresaron unos doce o quince seguidores de Grassi. Algunos intentaron influir a la prensa: “Digan la verdad, digan que es una causa armada. Grassi es un buen hombre, un buen pastor, Grassi nos dio de comer a nosotras y a nuestros hijos, por eso lo queremos y no lo vamos a dejar”, decía una mujer de nacionalidad boliviana, que mezclaba sus dichos con lágrimas.
De esa forma se llegó al cierre de la sesión, que terminó con Grassi rodeado de policías y con destino de cárcel inmediata. Dentro del recinto, luego de escuchar el llamado a mantener la cordura que hizo la presidenta del tribunal, Mariana Maldonado, todas las mujeres salieron llorando, sin gritos ni agresiones para nadie. El problema fue en la calle. A un camarógrafo, una joven le pegó una patada en los testículos y le hizo volar la cámara. Otro grupo, entre insultos y amenazas, se fue encima del doctor Juan Pablo Gallego, que salvó la ropa por la intervención policial que lo preservó del linchamiento.
En la calle, entre llantos de algunas y los insultos de otras contra los periodistas, la legión de Grassi se quedó esperando su paso hacia el penal de Ituzaingó, en un último gesto de apoyo.
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