EL PAíS › DECLARó MARTA BETTINI EN EL JUICIO POR LOS CRíMENES COMETIDOS EN LA ESMA
La mujer relató los secuestros y asesinatos de su hermano, su padre, su abuela y su marido, que era oficial retirado de la Armada. Adolfo Scilingo dijo que a este último lo habían “tirado al Río de la Plata desde un avión completamente consciente, por traidor”.
› Por Ailín Bullentini
El exilio es denso, pesado. Y deja sus huellas. A Marta Bettini y sus dos hijas, la huida obligada a España, más de treinta años atrás, las marcó en su superficie –el ceceo y el castellano tradicional en su habla–, pero sobre todo, muy adentro. “En mi familia tenemos cuatro víctimas directas, es decir desaparecidos y desaparecidos y asesinados. En primer lugar, mi hermano, Marcelo Bettini, que fue asesinado el 9 de noviembre de 1976 en La Plata. Mi padre, el doctor Antonio Bettini, puedo decir que fue secuestrado el 18 de marzo de 1977, en la ciudad de La Plata. Mi marido, el capitán Jorge Devoto, secuestrado el 21 de marzo de 1977 en la ciudad de Buenos Aires, y mi abuela materna, María Mercedes Hourquebie de Francese, secuestrada el 3 de noviembre de 1977, también en La Plata”, introdujo Bettini en su historia al Tribunal Oral Federal Nº 5, a la fiscalía, las querellas y las defensas de los genocidas acusados en el tercer juicio que se desarrolla por los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico- militar en la ex ESMA. Su hermano, el embajador argentino en España, Carlos Bettini, y sus dos hijas estuvieron presentes en la sala.
La mujer mantuvo intacto durante todo su relato el porte en extremo elegante con el que llegó a los tribunales de Comodoro Py. Sólo flaqueó, aunque en ráfagas, su adoptado acento español, que se vio invadido por el argentino en los momentos de ironía o de más fuerte denuncia: “Mi marido tenía muchos amigos. Tenía, digo, porque luego se quedó solo”. “Todos en la ESMA sabían lo que había pasado con Jorge.” “Saquearon el departamento, lo cual es un detalle menor al lado de la pérdida de vidas, pero en fin... no se privaban de nada.”
Concisa y resumida, plagada de datos objetivos de fechas, horas y nombres, Bettini instaló frente a la Justicia, por primera vez desde que testimonió en el Juicio a las Juntas –lo hizo también durante los Juicios por la Verdad, pero entonces aún regían las leyes de impunidad–, la historia que la atravesó desde sus veintitantos, y de manera permanente.
Su testimonio importa en el tercer juicio que analiza la megacausa ESMA debido a que se presume que su marido y su padre estuvieron allí secuestrados y que el primero, incluso, habría sido víctima de los vuelos de la muerte. Recibió preguntas de la fiscalía y de dos defensas. Su hermano, al otro lado de la pecera de la sala AMIA, la escuchó casi sin respirar, haciendo girar con los dientes un cigarrillo apagado que sólo encendió al finalizar la audiencia.
“Para entender lo ocurrido con mi padre, es preciso comenzar por la muerte de mi hermano Marcelo”, propuso. Estudiante de la Facultad de Agronomía, el 9 de noviembre no volvió a la casa de los Bettini, entonces localizada en la capital provincial. La familia comenzó a buscarlo “por todos lados”. El padre, Antonio Bettini, ex fiscal y profesor universitario, “hizo averiguaciones con la fuerza de seguridad provincial” y lo buscó en la morgue –en donde vio cadáveres con carteles de fecha de defunción futuras– sin éxito. El marido de Marta, Jorge Devoto, que por entonces ya tenía más de un año de retirado de la Armada y trabajaba en YPF, recibió la información de parte de un compañero de la fuerza en Río Santiago que decía que, según un radiograma, Marcelo había muerto en un enfrentamiento en La Plata. Entonces, la Policía Bonaerense sí le confirmó a Devoto y a Bettini padre la muerte del joven, que había sido enterrado en el cementerio local. “Así fue como nos devolvieron el cuerpo de Marcelo, mi marido hizo el reconocimiento”, apuntó la mujer.
En plan de averiguar el paradero del chofer de la familia, al que “se lo habían llevado” el 17 de marzo de 1977, la familia Bettini se entrevistó con el comisario de la Federal Juan Pochelú, que conocía al ex fiscal. “Vaya, doctor, que le van a dar datos en la delegación de la Federal de La Plata, pero hágase acompañar”, contó Bettini que el hombre le contestó, pero le advirtió: “Señora, usted no vaya”. Fueron Devoto y Battini padre. Era 18 de marzo del ’77. Luego de visitar varias comisarías y cerca de la noche, un auto se interpuso en su camino y a punta de pistola encapucharon al ex fiscal. Tenía 60 años. “A mi marido le quitaron las llaves del coche, le dijeron que esperara tirado sobre el asiento un tiempo y que no dijera nada porque iba a perder como en la guerra”, recordó.
Era viernes. El ex marino se quedó hasta el domingo en La Plata para tratar de averiguar qué había pasado. Arzobispado de La Plata, Colegio de Abogados. El no lo supo, pero ese sábado un grupo irrumpió en el piso del matrimonio Devoto-Bettini y lo saqueó selectamente: “Eran de la Marina porque se llevaron los uniformes de mi marido, los escudos, la espada, además de cosas de valor, claro”. Devoto le contó el domingo todo a su mujer y se comunicó con su primo, Marcos Lobato, quien se había comprometido a acompañarlo a una audiencia en el Edificio Libertad ese lunes con miembros del Servicio de Inteligencia Naval. Ese 21 de marzo, finalmente solo, Devoto concurrió al edificio. “No volvió nunca más, nunca más supimos de él”, sollozó Bettini, que llamó a Lobato para preguntar si sabía algo. “Lo tienen ellos, te van a pedir un rescate, estate atenta. Estas son cosas que pasan”, le respondió el marino. No hubo llamado, tampoco apareció Devoto. Marta Bettini y sus hijas, bebés, viajaron a Uruguay, de allí a Brasil y recalaron en Europa.
“Eramos una familia muy feliz hasta que llegó esta catástrofe que, además de dolor, nos hizo darnos cuenta de la falta de dignidad que reinó en Argentina en esta época”, retomó Bettini. Ya en España, se enteraron de que en junio del ’77, varios familiares mayores de la familia en Montevideo habían sido secuestrados por horas y amedrentados por “gente de las tres fuerzas” argentinas que los buscaban. También desde allí supieron que el 3 de noviembre de ese año secuestraron a su abuela “Meme”: “Le dijeron que si contestaba unas preguntas volvía para el almuerzo”. Tenía 77 años.
Años después, por declaraciones de sobrevivientes y genocidas con cargo de conciencia, pudieron reconstruir algunas cosas. De Bettini padre supieron por boca del chofer que estuvo en el centro clandestino La Cacha y luego, presumen, en la ESMA. En el marco del juicio que lo condenó en España, el genocida Adolfo Scilingo contó que “todos sabían en la ESMA lo que había sucedido” con Devoto: había sido tirado al Río de la Plata desde un avión completamente consciente, por traidor. En 1980 encontraron los restos de la abuela Meme en una fosa común en el cementerio de Avellaneda.
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