Dom 27.07.2003

EL PAíS

Las razones del largo periplo en 4 por 4 del genocida Antonio Bussi

En Tucumán no estaba a salvo: podían detenerlo simples policías. Se escapó por tierra a su pago natal en Entre Ríos, pasó a Rosario y sólo se entregó a militares en la Capital Federal.

› Por Felipe Yapur

Cuando el juez Rodolfo Canicoba Corral ordenó la detención de los militares acusados por genocidio, Antonio Bussi se encontraba en Tucumán. Enterado de la novedad, el ex dictador supo que no era conveniente permanecer en esa provincia. Durante la tarde del jueves, se trepó a una camioneta 4x4 y se dirigió a su Entre Ríos natal. Nada más seguro que el terruño, habrá pensado el genocida, y sin quererlo repitió –aunque sin tanta parafernalia– los pasos de un amigo suyo, Alfredo Yabrán, al que había conocido en sus días de “gloria” de 1976. A diferencia de la trágica decisión adoptada por el “cartero”, el ex dictador prefirió entregarse en Buenos Aires antes que ser declarado prófugo. Pero lo hizo a su manera.
El pedido de extradición del juez Baltasar Garzón no era ignorado por Bussi. Sin embargo, lo tomó por sorpresa: nunca creyó que Canicoba Corral iba a acatar tan rápido el pedido. Mientras comenzaban a entregarse sus camaradas, Bussi analizó cómo y dónde iba a pasar su arresto. Permaneció en Tucumán hasta el jueves por la tarde. Ese mediodía, le soplaron al oído una noticia que lo puso algo nervioso. Le dijeron que en el Ministerio de Gobierno local había intenciones de ordenar su detención.
Para el desacreditado gobierno de Julio Miranda, el hecho de que el ex dictador permaneciera libre en la provincia sería una mancha bastante pesada, que algunos de sus ministros no estaban dispuestos a soportar. Tal vez por ello es que el gobernador nada dijo cuando uno de sus ministros autorizó a la policía tucumana a realizar un seguimiento de Bussi. La orden incluía que, si era encontrado en la vía pública, fuera detenido para luego entregarlo al juez federal de turno. Sin embargo, en la policía provincial hay más amigos que enemigos del genocida y la tarea encomendada no rindió los frutos esperados.
Sin posibilidades de refugiarse en Buenos Aires, Bussi decidió ganar tiempo dirigiéndose a Victoria, la localidad entrerriana que lo vio nacer y que está ubicada a 140 kilómetros de Paraná. Los aviones habían sido descartados. Su rostro era demasiado conocido como para arriesgarse a tomar un vuelo de línea, trámite que además exige mostrar documentos. Así, a las 16 del jueves, el general tropero vació la habitación 407 del Grand Hotel –donde vive cada vez que regresa a Tucumán– y diez minutos más tarde se subió a una camioneta 4x4. Cruzar por los puestos camineros de la policía provincial fue un trámite muy fácil de sortear.
Seguramente Bussi respiró aliviado cuando llegó a la casona de su ya fallecido hermano Lorenzo. Está ubicada en las afueras de Victoria. En esa casa lo esperaba su cuñada, María Cristina Danielli. Debe haber recorrido los amplios ambientes y hasta tal vez se haya detenido en la galería, esa desde donde su hermano solía sentarse y mirar sus campos de girasol que desde hacía varios años arrendaba.
Antes de llegar puede haber pasado por el centro de Victoria, donde todavía está la casa que perteneció a sus padres y hasta tal vez por “La carnicería Bussi”, esa que explota uno de sus sobrinos y que hace años tuvo problemas por cuatrerismo.
En Victoria se sentía seguro. Es que aunque ya en 1944 se había ido para cursar el Colegio Militar, es un rincón del que conoce cada esquina. El único problema es que no había dónde entregarse: como en Tucumán, en Victoria no existe una unidad militar donde entregarse en paz. Así como sucedió en Tucumán, el gobierno entrerriano hubiera podido caer en la tentación de ganarse la simpatía de la Casa Rosada al colaborar con la Justicia en la detención policial de un buscado.
La decisión de Canicoba de rechazar los pedidos de eximición de prisión, lo obligó a continuar su viaje a Buenos Aires. Siempre por tierra, cruzó a Rosario y desde allí llegó a hasta el edificio Libertador, sede central del Ejército ya en la Capital. Era preferible entregarse como un soldadoobediente y no ser detenido por simples policías, como le pasó ayer en Tucumán a quien fuera uno de sus más feroces colaboradores durante la dictadura, el torturador Roberto Heriberto “El Tuerto” Albornoz.

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