EL PAíS
› RECURRENTE INTIMIDACION POLICIAL A VARIOS GRUPOS DE CARTONEROS
“La próxima le secuestro el carro”
La Federal llegó a pedir “carnet de cartonero” a uno de los cirujas. Las amenazas se han incrementado, según denuncian los recolectores, tanto en la Capital como en el Conurbano.
› Por Irina Hauser
Primero le pidieron el documento. Como lo tenía consigo, le exigieron el carnet de cartonero. Como también lo tenía, uno de los cuatro policías que lo habían interceptado sacó pecho, se le acercó y empezó a gritar: “¿Usted no ve la tele? ¿No se enteró de que su carro tiene que llevar luces? La próxima vez se lo secuestro”. Esto le pasó a Eusebio, que suele cirujear por avenida La Plata. En una misma semana, dice, lo detuvieron tres veces con pretextos similares. Al intercambiar relatos con otros pares que trabajan tanto en la Capital Federal como en el Conurbano supo que a muchos les pasa lo mismo, y más. La golpiza que recibió un cartonero de 65 años en una comisaría porteña fue el punto más alto de una sucesión de maltratos y aprietes policiales que un grupo de recolectores decidió denunciar por entenderlos “sistemáticos” y “ensañados”.
Una vez que lograron que se legalizara su actividad, en diciembre último, muchos cartoneros creyeron que las peores dificultades para su trabajo pasarían por los vaivenes en el precio del cartón o los riesgos de sufrir algún accidente. Ahora, en las situaciones que se les presentan a diario con la policía ven un factor de apremio, de desgaste y, en ocasiones, la pérdida de horas o días de producción. De ingresos, por ende. Así lo explicaron a Página/12 y así lo hicieron saber en una Mesa de Diálogo que comparten con autoridades del gobierno porteño, donde llevaron acusaciones concretas contra comisarías, especialmente de Capital, poniendo especial énfasis en las seccionales 47, 10, 15 y 33.
Culpables
“Ustedes son los chorros”, cuenta la cartonera Lidia Quinteros, que suele gritarles la policía a ella y a sus compañeros. “Nos lo dicen bien fuerte porque saben que tenemos buena relación con el barrio. Quieren mostrarnos como ladrones. Por Colegiales o por Palermo, vienen uno o dos patrulleros, nos siguen de noche, nos enfocan con sus luces y se bajan como si estuvieran en un operativo importante. Es humillante”, dice Lidia, que es una de las líderes del Tren Blanco que va y vuelve entre José León Suárez y Retiro. Escenas como ésas, agrega, pueden tener consecuencias: despiertan desconfianza en los vecinos que, a veces, dejan de donarles el cartón o de empresas que dejan de comprarles el material reciclable.
El cartonero de 65 años que fue golpeado en una comisaría tiene miedo de hablar. Antonio Benítez, del Sindicato de Carreros y Botelleros, lo hace por él. “Este señor estaba trabajando por Flores. Lo llevaron detenido diciéndole que no podía cartonear sin credencial. Le dieron tal paliza que terminó en el hospital, sin poder trabajar por una semana y todavía, a los 20 días, anda rengo”, relata. Lidia, de pelo largo y piel curtida, señala una paradoja: “Pensar que fuimos nosotros mismos los que luchamos por que nos den una identificación y un uniforme para que la gente nos reconozca. Todavía el gobierno no nos dio las pecheras ni todos los carnets y la policía ya jode también con eso. Les pasó a mis hijos”.
La culpabilización de estos pobres –que alguna vez tuvieron un trabajo en el mercado formal– que tratan de mantener una actividad que les ayuda a subsistir, está en el centro de las preocupaciones de las asambleas barriales nucleadas en la “comisión de cartoneros”. Ese grupo hizo un racconto de las “contravenciones insólitas que se aplican contra los cartoneros”. “Las más comunes son: mal estacionamiento, que la policía aplica a los carros, entorpecer la vía pública con su trabajo y ensuciar la vereda, cuando en realidad están limpiando. En un caso, a una persona que llevaba una llave francesa para ajustar las tuercas de su carreta le aplicaron portación de armas”, enumera Alejandro Tiscornia, de la asamblea de Núñez. “Está claro que la policía quiere controlar los negocios de la calle y, si no puede, prefiere tenerla vacía”, interpreta.
Por dinero
Eusebio, que lleva barba al ras, gris, y gorro con visera, dice que podría escribir el manual del apriete, de tantos que tuvo. En una oportunidad lo detuvieron cuando trataba de llevarse basura del Ceamse. En una comisaría de González Catán, recuerda, tuvo el siguiente diálogo:
–Dame cincuenta pesos y te vas –dijo el comisario.
–Hábleme más fuerte porque soy sordo –lo provocó Eusebio.
–¿Sos vivo vos? Mirá que te vas a quedar preso dos días –retrucó, burlón, el policía.
–Me quedo tres si quiere, pero no pienso pagar un mango –dijo el cartonero, que soportó unas horas demorado y lo largaron.
“Apenas hacemos 60 pesos por semana, nuestras carretas cuestan 100, y todavía estos tipos se piensan que les vamos a pagar algún peso para que nos dejen trabajar. Ni dos, ni la Coca-Cola, como piden a veces, ni nada”, se queja Eusebio. Sentado en la misma mesa, José, que cartonea por el microcentro, cuenta que en los últimos días le labraron seis actas, una detrás de otra. “Me quieren hacer creer que por donde yo ando no se puede levantar cartón. Tengo muy claro que es un trabajo que se puede hacer en cualquier lado”, cuenta el botellero. Situaciones similares a la de José fueron denunciadas ante la mesa de diálogo por recuperadores de residuos de la Villa de Retiro que trabajan por la misma zona que él.
Balas paralizantes
Los cartoneros que viajan en el ex tren San Martín también están temerosos. La asamblea barrial de Villa del Parque trata de protegerlos. “La semana pasada informamos a las autoridades que un chico que cartonea cerca de la estación Devoto fue baleado en una pierna por la policía. Le dispararon acusándolo de robar”, contó Daniel Giovannini, cacerolero. La agencia Cono-Sur reveló otros dos episodios similares ocurridos en la estación Sáenz Peña, en mayo, donde tres trabajadores sufrieron heridas por disparos de balas de goma de la Federal. También detalló el caso de Eugenia, quien pasó la noche del 21 de mayo en la comisaría 47ª. “Me hicieron desvestir, no me encontraron nada y me interrogaron por una llave francesa que llevaba en la mochila. A la mañana me hicieron firmar un papel que no sé lo que es”, decía su testimonio. A los cinco días la volvió a parar la policía y no se animó a salir más a cirujear.
Cristina Reynals, la funcionaria porteña que está a cargo del Programa de Recuperadores de la Ciudad y de la Mesa de Diálogo con ellos, dijo que “los problemas con la policía son un tema recurrente y estamos tratando de atenderlos”. “Por ahora –explicó– hemos girado a las comisarías el contenido de la ley que habilita el trabajo de los cartoneros en la Ciudad. A ellos les damos una guía impresa para qué sepan por qué los pueden detener y por qué no. Lo que pase en la provincia de Buenos Aires, ya no es de nuestra incumbencia.” Los cartoneros dicen que esas herramientas, al menos en las actuales circunstancias, no les alcanzan.
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