› Por Mario Wainfeld
Arturo Jauretche aconsejaba, en caso de duda o falta de información sobre una situación o un protagonista, que se atendiera a la posición adoptada por “el enemigo”... y se eligiera la contraria. Maticemos la expresión “enemigo” y hablemos (a veces) de adversarios o rivales, en honor a la corrección política. De cualquier modo, la prédica alecciona, a condición de leerla bien, sin mecanicismos. Lo que han dicho las oposiciones fáctica y mediática sobre el secretario Guillermo Moreno podría inducir a quienes valoran positivamente al Gobierno a homologar al hombre con San Martín, Rosas y Perón juntos. Algunos lo han hecho, palabras más, palabras menos.
Si se traduce bien al maestro Jauretche se advierte que el criterio debe matizarse cuando, como en este caso, sobran elementos de juicio que van más allá de la diatriba opositora.
Con años de intensa labor a cuestas, Moreno debe ser evaluado de modo más integral, cotejando los resultados que obtuvo y no solo las banderas que defendió. El legado combina aciertos y errores, la suma algebraica es opinable pero más densa que el endiosamiento o la lapidación.
Quienes elogian que no se haga política al son de las tapas del diario Clarín deberían percatarse de que, en el mediano plazo, hay otro modo más enrevesado de dejarse conducir o distraer. Tampoco debe hacerse política preponderantemente para contrariar a Clarín sosteniendo a un protagonista odiado... y que ha perdido eficiencia.
Los objetivos de un gobierno se orientan a los intereses colectivos, en particular los de la clase trabajadora. Así dicho, lo que debe sopesarse es qué efectos produjeron las medidas que impulsó o instrumentó Moreno y no solo la animadversión de los poderes fácticos o de tantos comunicadores.
Otro factor relevante, minimizado por los más entusiastas “morenistas”, es su relación con sus compañeros de equipo. Las rencillas, las internas y hasta la descalificación son un grano para cualquier gestión. Si se supone que solo un funcionario es “patriota” algo se está sugiriendo de otros, en muchos casos dignos, que pensaron distinto o le discutieron decisiones o modo de actuar.
El desplazamiento de Moreno, realizado para facilitar la labor del ministro Axel Kicillof y la cohesión de su equipo económico, alude precisamente a las tensiones que generaba el funcionario saliente, disfuncionales para una nueva etapa.
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Es real que pocos secretarios de Estado generaron tanta polémica como Moreno, lo que es una vara de medición para su talla. Entre sus virtudes patentes cabe consignar la capacidad de trabajo, el estudio minucioso de los temas que abordó, las convicciones generales.
Se alaba su honestidad, desde la otra vereda se aduce que eso no debería llamar la atención ni sumar puntos porque es un mínimo exigible. Es una verdad, discurre este cronista, pasible de ser analizada más a fondo.
Moreno estuvo en la mira de los medios dominantes durante años, sin embargo no le cupo ninguna denuncia de corrupción. Deseos no habrán faltado, es palpable que el hombre no pisó el palito. Tiene causas abiertas por abuso de poder, como por ejemplo por sancionar a consultoras por informar (a su ver) falsamente sobre los índices de precios. Debe ser investigado, claro, pero es bueno alertar contra la tendencia a judicializar todo y a tratar de encuadrar todos los hechos en el Código Penal. Moreno, piensa el escriba, hizo mal en penalizar a las consultoras, aunque muchas (que no todas) macanearan de lo lindo. Sin embargo, esa mala praxis no equivale a un delito penal, categoría muy restringida que debe aplicarse con criterio garantista. Pero dejemos esta digresión y volvamos al núcleo.
Se puede decir que Moreno fue insobornable, en una acepción amplia y mucho más rica que no admitir dádivas. Hay muchas maneras de ganar la adhesión de los funcionarios, que podemos llamar sobornos en versión libre (y no penal, más vale). Los mimos de las corporaciones, los convites a ágapes o coloquios, la cooptación de las mentes. Sobran en la historia reciente, en gobiernos anteriores y en éste, casos de funcionarios que se dejaron melonear por corporaciones de todo tipo, pasando a ser algo así como sus representantes ante el Gobierno. Ocurrió con funcionarios de Defensa, con protagonistas vinculados a la actividad bancaria, la energética, el transporte, las corporaciones del “campo”. Se ahorran nombres propios, para no simplificar o personalizar en exceso.
Los intereses concretos saben gravitar, son más nítidos que la vastedad de la acción estatal.
Moreno no se dejó arriar, a veces con modales bruscos y (lo que es peor) poco útiles para los objetivos del Gobierno. Tampoco se dejó dorar la píldora, ni permitió ser llevado a la lógica de quienes estaban del otro lado del mostrador.
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Propongamos una hipótesis sobre algo que representó (o sinceró) el obrar de Moreno. Su hiperquinesis, la presencia personal constante, la subjetivación marcada acaso revelen características o falencias del Estado.
Moreno (y el kirchnerismo del que fue pieza importante) trató de ampliar la esfera de acción estatal, su capacidad de intervenir en la economía, en la puja distributiva, su aptitud regulatoria, su potencia relativa contra los poderes fácticos y la dinámica injusta de “los mercados”. Pero el Estado no siempre está a la altura de tantos retos. Su estructura, su burocracia, sus recursos humanos y técnicos fueron devastados durante añares, orientados hacia otras finalidades o colonizados. El cambio deseado de paradigma no tiene traducción inmediata en las capacidades estatales. La omnipresencia del secretario sería menos necesaria si la dotación del Estado hubiera llegado a un nivel más deseable. Los cambios no son sencillos, ni tranquilos, ni veloces. Chocan con la resistencia de estructuras, de funcionarios intermedios, de marañas legales solo para empezar. Un ejemplo didáctico es la conversión del Comfer (conformado para mantener la concentración mediática y dedicarse a la cacería de “radios truchas”) en la Afsca, que se orienta a finalidades bien distintas. La maquinaria y algunos de sus integrantes “tiran para atrás”. O, por la parte baja, no son las herramientas más adecuadas. Si se tuvieran, si se contara en la gestión con n “mini Morenos”, se podría acotar el personalismo o la exposición permanente.
Si un hombre es imprescindible para un gobierno que lleva una década, algo no anda del todo bien. El jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, emitió un alerta: la salida de Moreno no derivará en un “viva la Pepa” para los formadores de precios. Si el propósito se cumple, habrá que repensar muchos veredictos de estos días. La lucha por mejorar la capacidad del Estado y por ahondar su reforma, seguramente, seguirán en pie.
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