Mié 27.02.2002

EL PAíS  › OPINION

Es el orden, estúpido

Por James Neilson

Puede que aún le encante a Paul O’Neill poner su dedo en una u otra llaga argentina para que la sangre salga a borbotones, pero incluso para el sádico más refinado el juego resultará aburrido si su víctima se limita a sonreírle y pedirle un golpe más. Es que si bien todos concuerdan en que el jefe del Tesoro norteamericano tiene razón cuando dice que la Argentina “es la definición de una sociedad desorganizada”, que siempre ha sido así y que no sabe exportar nada salvo algunos productos naturales, nadie parece tener interés en remediar las deficiencias señaladas, lo cual hace prever que el país seguirá hundiéndose hasta que por fin “la comunidad internacional” decida enviar un equipo de buzos para ver si en el fondo del océano todavía queda algo que sea rescatable.
¿Qué haría un equipo de rescate euroestadounidense liderado por alguien como el bueno de O’Neill? Antes de nada, pondría fin al desbarajuste introduciendo un poco de orden, es decir, establecería un Estado, un conjunto de órganos administrativos que cumplirían las muchas funciones que el simulacro local prefiere dejar en manos de punteros partidarios, piqueteros, esposas presidenciales, las iglesias, asociaciones de vecinos e individuos bondadosos porque tiene otras prioridades. Es lo que se llama gobernar, una actividad que aquí se divorció de la política hace muchos años, de ahí el colapso generalizado que está haciendo a la Argentina lo que décadas de guerra civil y locura religiosa hicieron a Afganistán. Echar las bases de un Estado a la vez fuerte y competente es una tarea que ya hubiera emprendido un gobierno de emergencia auténtico, pero puesto que a muchos “dirigentes” políticos, sindicales y lobbísticos les conviene la desorganización permanente no hay posibilidad de que uno surja antes de que el caos haya seguido su curso natural hasta agotarse.
Si fueran necesarias más pruebas de que la desorganización está en la raíz del inverosímil desastre argentino, acaban de presentarlas aquellos españoles solidarios que nos enviaron algunos centenares de toneladas de alimentos. ¿Es que debido a una plaga o una gran sequía la Argentina no está en condiciones de alimentarse? En absoluto: hay comida en abundancia, pero cuando de distribuirla con un mínimo de eficiencia se trata el Estado existente es tan incapaz como el afgano, lo cual no debería sorprendernos demasiado en un país que desprecia tanto a los administradores profesionales del sector público que ya los reemplaza por ñoquis inútiles, ya les paga menos de lo que ganaría un buen capataz, y todo esto en nombre de “la reforma del Estado”.

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