Mié 27.11.2013

EL PAíS  › OPINIóN

Política, gobernabilidad y comunicación

› Por Washington Uranga

Seguramente no hay un solo motivo sino que la coincidencia de muchos factores ha llevado al Gobierno a modificar sustancialmente su estrategia de comunicación. Los últimos cambios de gabinete, pero fundamentalmente la asunción de Jorge Capitanich como jefe de Gabinete de Ministros, impulsaron de manera clara los cambios en este sentido. Podrá decirse que la Presidenta ha decidido –obligada por las circunstancias de su propia salud, pero también por una determinación que vuelve a poner en evidencia la inteligencia de sus movimientos– que sea su jefe de Gabinete quien se haga cargo de un diálogo más estrecho con la sociedad. La comunicación con la ciudadanía en general, y no solo con los “propios”, es algo que todos los analistas (de afuera y de dentro del Gobierno) venían marcando en los últimos tiempos. Cristina Fernández había comenzado a dar pasos en esa línea de cambiar el estilo de comunicación cuando inició los reportajes con diferentes periodistas. Serie que debió interrumpirse a raíz de su quebranto de salud.

Si bien Cristina Fernández ha dejado en manos de Capitanich la comunicación habitual y sin lugar a dudas ese hecho disminuye la tensión cotidiana que podría volver a afectar su salud, está muy claro que la Presidenta no abandona en ningún momento el centro de la escena, sigue de cerca todos los movimientos y está permanentemente informada de lo que dicen y hacen todos sus ministros. En particular de lo dicho y actuado por Capitanich que, de más está decirlo, fue elegido para ese cargo por muchas razones y méritos, pero fundamentalmente por su fidelidad al “proyecto” y a la Presidenta.

Cristina Fernández sigue manteniendo un índice muy alto de popularidad. Su liderazgo y su carisma no son trasladables –al menos por el momento– a ningún otro dirigente. Pero dentro de la nueva estrategia de comunicación oficial la Presidenta dosificará sus apariciones, saldrá del ajetreo cotidiano. Se le reservará, en cambio, el lugar para los grandes anuncios –cuando existan– y continuarán los contactos con la militancia, especialmente la juvenil.

Una de las lecturas que hizo el Gobierno respecto del resultado electoral es que estaba fallando la comunicación con la ciudadanía. Con los propios, porque de lo contrario no se explica que grandes sectores beneficiados por las políticas oficiales hayan terminado votando en contra del oficialismo en las elecciones pasadas. ¿Por qué algún jubilado tendría que pensar que Sergio Massa es el responsable de la mejora de sus ingresos y no Néstor Kirchner o Cristina Fernández? Algo falló en la comunicación del Gobierno. También con la ciudadanía que no comulga con el oficialismo, con quien en realidad debería redoblarse el empeño comunicacional por razones incuestionablemente políticas y hasta proselitistas, pero sobre todo porque el Gobierno se debe a todos.

Podrá decirse que la “oposición mediática” ha sido implacable con el Gobierno y que esta realidad afectó en mucho la credibilidad oficial. Es cierto. Pero no en términos absolutos. También es verdad que el oficialismo se ha obstinado por mucho tiempo en mantener una estrategia de comunicación destinada a convencer a los convencidos, a hablar para su propia militancia. Ni siquiera para gran parte de la población que, aun adhiriendo en términos generales al Gobierno y habiendo participado del 54 por ciento tan esgrimido, está más preocupada por resolver los problemas de su vida cotidiana que por los “grandes” temas o por la defensa del “modelo”.

Cristina Fernández, con los reportajes concedidos antes de su enfermedad, pero también con su primera aparición descontracturada después de la internación, abrió otra vía comunicacional. Capitanich, con sus diálogos diarios con la prensa, le da continuidad a ese estilo que también se apoya en gestos políticos como la convocatoria a Macri y Bonfatti, los gobernadores de la oposición. Kicillof decidió dar una conferencia de prensa para explicar los acuerdos con España por YPF.

En las sociedades democráticas modernas la gobernabilidad depende de una suma de factores y la comunicación se encuentra entre los principales a tener en cuenta. Se trata de hacer –siempre es lo principal–, pero también de comunicar. Cierto es que esto también plantea mayor exigencia para la labor política y para la gestión: la coherencia entre el decir y el hacer. Se podría recordar que “el pez por la boca muere” y que “nadie resiste un archivo”. Sin coherencia política y de gestión, la comunicación puede resultar una peligrosa arma de doble filo.

Pero está claro que el Gobierno ha elegido, para este último tramo de la gestión presidencial de Cristina Fernández, un nuevo estilo de comunicación gubernamental más directo, más cercano a la ciudadanía y con explicaciones sobre las cuestiones que preocupan al ciudadano. Capitanich es un buen timonel para esa tarea. Porque tiene cintura política, porque es claro y directo en sus explicaciones, porque no elude los temas o sortea con habilidad las dificultades. Sin duda, además de dirigente político, es un buen comunicador. Algo similar podría decirse –aunque en otro nivel– del ministro de Economía, Axel Kicillof.

Pero también es cierto que ese nuevo estilo debe impregnar ahora a la mayoría de los funcionarios que, durante mucho tiempo, estuvieron acostumbrados a que mejor era guardar silencio que terminar reprendidos o castigados así fuera por decir lo mismo que decían sus jefes, que eran los únicos habilitados para hacer anuncios.

La gobernabilidad democrática se juega también en la comunicación. Y las dificultades no se salvan porque sea una sola la fuente. Puede (¿debe?) haber varias (no muchas). Pero todas deben actuar de manera coordinada y coherente. Será interesante mirar cómo se desarrolla esta nueva faceta de la gestión en un tiempo en el que, entre otras cosas, deberá definirse quién será el candidato, la candidata, del oficialismo para el 2015.

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