EL PAíS › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
El Senado comenzó ayer una jornada variada y larguísima, que se prolongaba al cierre de esta columna. Juraron parte de los 24 que fueron elegidos en las elecciones de octubre, un tercio del total. Unos pocos fueron reelectos, entre ellos el perenne Miguel Pichetto, titular del bloque del Frente para la Victoria (FpV). Otros como Gabriela Michetti (PRO) y Fernando Solanas (Unen, ala Proyecto Sur) se mudan desde la Cámara de Diputados. Otros llegan por primera vez, lo que será un cambio de vida para los que representan a provincias alejadas de la Capital. Tendrán su historia en dos ciudades, con consecuencias en sus rutinas, actividades extrapolíticas, convivencia familiar y hábitos cotidianos. Recordar esos detalles, que tienen su interés, es “periodísticamente incorrecto” para muchos formadores de opinión, cultores de modos variados de la antipolítica: no queda bien recordar que los dirigentes políticos son seres humanos.
Quienes juraron ayer acompañarán el final del mandato de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y la totalidad del período de quien la suceda. Les tocarán tiempos interesantes y variados, como todos los que transcurren en estas pampas feroces.
La apodada Cámara alta suele albergar a ex presidentes (ahora hay dos: Carlos Menem y Adolfo Rodríguez Saá) y ex gobernadores. El promedio de edad es más elevado que en el otro recinto. Sus integrantes tratan de mantener un estilo menos barullero que los diputados: el trato en las comisiones o en el recinto combina empaque o mayor respeto, según el gusto del observador. Desde luego, la beligerancia propia de la etapa matiza, a la baja, esta tendencia.
Diseñada por la Constitución de 1994, la Cámara es un reducto resistente del bipartidismo, aunque los giros electorales la van tornando más plural. Las provincias “nuevas”, Tierra de Fuego y la Ciudad Autónoma, son buenas aportantes a la diversidad relativa. De cualquier manera, en la Cámara baja hay un mejor esquema de las preferencias políticas, multicolor, con cobijo para minorías.
Las sesiones ordinarias se prorrogaron hasta el 10 de diciembre, los actuales senadores trajinarán hasta el último día de este período, o casi.
La correlación de fuerzas entre oficialismo y oposiciones, es consabido, cambió poco con las elecciones. El FpV arrancará el nuevo tramo con una mayoría trabajosa, que le exige articular con aliados. Las mudanzas forman parte del sistema parlamentario real existente, habrá que ver qué pasa en los años próximos. En el primer envión, el kirchnerismo recuperó iniciativa, lo que torna difícil en el corto plazo que haya deserciones masivas (o deserciones a secas) de sus filas, como vaticinaron, más apuradas y anhelantes que reflexivas, ciertas primeras lecturas de los comicios de octubre.
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La hora de tender mesas: La Presidenta regresó con varias decisiones maquinadas durante su licencia, recuperó con ellas el centro del escenario. La designación de dos ministros con piné movió el tablero. Ambos han sido dotados de facultades infrecuentes para cualquiera de sus pares durante los gobiernos kirchneristas. Los records en política cotidiana son efímeros, aunque algo señalan: seguramente no ha habido desde 2003 un ministro que cobrara tanto protagonismo en pocos días como el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich. La Presidenta le delegó un rol que había quedado archivado desde que Alberto Fernández salió del elenco gubernamental. Capitanich se puso las pilas y, honrando la delegación, tomó el centro de la escena. Las primeras movidas, sin ser pioneras porque ha habido intentos anteriores semejantes, apuntan a mecanismos que el oficialismo había relegado.
Los encuentros con empresarios y sindicalistas, la convocatoria a encuentros “bilaterales” con gobernadores distienden en principio el clima político. Sorprendidos de momento, los contertulios elogian mucho más de lo que critican. Desde luego, la dinámica de los diálogos se enriquecerá (y dificultará) cuando lleguen demandas concretas. De momento, el capital simbólico de Coqui Capitanich se incrementa.
La rutina del coloquio diario con los periodistas seguramente fascina más a los profesionales de la información y a la “clase política” que al grueso de la opinión pública. De cualquier modo, es una buena idea que seguramente se irá redondeando con más aire para otros funcionarios de nivel. Claro que Capitanich y el ministro de Economía, Axel Kicillof, son los más rutilantes en este trance.
Capitanich se reunió con los jefes de los bloques de senadores, acordó un método de reuniones periódicas. En rigor, pone en práctica una regla constitucional que se fue marchitando no sólo por los faltazos (responsabilidad del oficialismo), sino también por la falta de gimnasia de los opositores, a los que a menudo les calza mejor despotricar por las ausencias que discutir de cuerpo presente.
La insinuación del jefe de Gabinete a los jefes de bloque (parafrasea el cronista relatos distintos de una reunión a puertas cerradas) es “que la discusión política se desarrolle en el Congreso”. Hipótesis de República “pura” que debe sonar bien a los oídos de los senadores opositores, pero que nadie, ellos menos que nadie, acatará a carta cabal. La esfera mediática prima en las sociedades de masas, ningún protagonista dejará de valerse de ella ni de cruzar espadas en otros ámbitos.
Los opositores saludan el New Deal, aunque mechan desconfianzas. Evocan que el kirchnerismo activó mecanismos similares en otros momentos. Así fue cuando el ministro Florencio Randazzo convocó a discutir la reforma política y luego sobrevino un parate. En esta última parte tienen razón aunque, a los ojos del cronista, subestiman los avances que significaron las leyes de reforma política, Primarias Abiertas incluidas. Distintas vertientes alternativas sacaron provecho del nuevo sistema desde la izquierda radical, la alianza Unen hasta el Frente Renovador del diputado electo Sergio Massa.
Como fuera, Capitanich imanta la atención, genera agenda cotidiana, gravita. Con el tiempo, sus rivales tratarán de hacerle pisar el palito, de eso se trata también la política.
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Un debate que seguirá: Al cierre de esta nota se seguía tratando el proyecto de Código Civil y Comercial, donde se presuponía la aprobación con el apoyo del FpV y la negativa de sus adversarios.
Cuando se redactó el Código Civil original, se confió la redacción a Dalmasio Vélez Sarsfield y se aprobó “a libro cerrado”. Eran “los tiempos de la República” sin voto libre ni participación ciudadana intensa. En el siglo XXI, enhorabuena, el método forzosamente fue diferente. El anteproyecto concebido por un grupo de juristas (con la llamativa novedad de dos jueces de la Corte Suprema) fue paseado por todo el país: se lo debatió en intensos foros. Se sumaron cuestionamientos de todo pelaje, imposibles de complacer por definición. El proyecto hibernó un tiempo, al vaivén de coyunturas políticas, se reactivó de pronto con numerosas modificaciones introducidas por una activa comisión bilateral, con mayoría oficialista.
Es imposible recorrer todo el articulado tanto como forzoso señalar críticas muy consistentes a innovaciones que resienten el proyecto original. De ambas se habla con más detalle en notas que se publican en esta misma edición. A los efectos de esta columna se apunta que los pedidos de la Iglesia Católica motivaron una regresiva redacción del artículo 19, referido al comienzo de la vida humana. Con el papa Francisco o sinmigo, los aterrizajes de la jerarquía en el mundo secular son reaccionarios o conservadores al mango, por la parte baja.
También es lamentable la supresión de la mención expresa a la función social de la propiedad, que estaba en el anteproyecto. Era menos una novedad que la ratificación de legislación y jurisprudencia previa, lo que abarca tratados internacionales vigentes. La protesta de organizaciones sociales, gremiales, de derechos humanos y académicas (que también se explaya aparte) es más que acertada. El punto debía ser abordado con más hondura en otros artículos, suprimirlo es un paso en falso que se debe retractar.
Capitanich anunció que si hay “media sanción”, Diputados tratará el proyecto el año que viene. Es una movida intermedia que preserva la primacía del oficialismo, ya que la Cámara iniciadora quedará con la posibilidad de elegir entre ser hospitalaria con la reformas decididas por Diputados o insistir en la redacción que votó. Pero abre un plazo de reflexión, distensión y polémica que podría servir para retractar retrocesos gruesos, que desmerecen al Código que se hubiera embellecido con consensos más amplios y menos inconsistencias, como las ya señaladas.
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Gobernabilidad y diálogo: La oposición fáctica y la política supusieron que la foto del 27 de octubre sería una imagen congelada que marcaba la trayectoria de los dos años siguientes. Era una quimera suponer que el kirchnerismo quedaría inerte, algo exótico a su esencia política.
El Congreso, que acompañó las iniciativas oficiales desde 2011, seguramente seguirá en ese rumbo, garantizando gobernabilidad. Una de las expectativas que abre el relanzamiento del Gobierno es que en los años venideros haya (dentro de lo que es la cultura política imperante, nada transigente desde ambas veredas) más diálogo e intercambios. Desde luego, a la hora de decidir si hay disenso, primará la regla de la mayoría. Se dirimirá entre quienes llegaron a sus bancas en elecciones libres, la sana costumbre que lleva tres décadas sucesivas. Un record nada coyuntural, de ribetes históricos.
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