EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
› Por Luis Bruschtein
En la sopa hirviente que se convirtió Buenos Aires esta semana fue difícil prestarle atención. Pero con la única parte fría de la cabeza –y sin los infernales cortes– se pudo entrever de refilón la declaración de Cristina Kirchner a la agencia Télam. Ni candidata a presidenta ni a nada. “No existe ninguna posibilidad de que me presente a ningún cargo electivo”, puntualizó y remachó para propios y ajenos.
Fue una aclaración a dos bandas, porque la posible candidatura presidencial de Cristina Kirchner para el 2015 se originó en la oposición. Nunca hubo indicios en el kirchnerismo de que eso pudiera ocurrir y mucho menos por parte de Cristina. Siempre dijo que no a la reforma constitucional y no a su candidatura para el 2015.
Desde la oposición algunos salieron a denunciar su propia invención porque creyeron ver dos cosas: que la supuesta ambición de poder de la Presidenta la empujaría a buscar una reelección a cualquier costo. La equiparaban con el Carlos Menem que buscó su re-re y, cuando no la consiguió, prefirió que ganara la oposición para retener el control del PJ. Además suponían que el kirchnerismo no tenía otros presidenciables. Desde ese sector fue una guerra preventiva parecida a las de George Bush: “todavía ni se anunció, pero es el único camino que puede tomar”.
Y también hubo de los que lo hicieron, aun sabiendo que no era verdad, porque esa versión “ponía en evidencia” lo que ellos veían en el kirchnerismo: caudillismo, falta de otros candidatos y falta de vocación democrática y para la alternancia en el poder. También fue una guerra preventiva, pero en este caso al estilo de George Bush, denunciando armas de destrucción masiva que no existían.
En los dos casos se trató de una invención que se basó en supuestos. La oposición pelea con el fantasma que creó y no con el Gobierno. Y la invención no se concretó, sino todo lo contrario. Quiere decir que los supuestos no son tan ciertos. Es un error grave compararla con Menem. El hecho de que Cristina Kirchner rechace cualquier posibilidad de ser candidata a cualquier puesto electivo no la muestra desbordada por una ambición de poder o desesperada para conseguir fueros. En todo caso, está planteando confianza en los candidatos que surjan del kirchnerismo. Esa decisión tampoco tiene los atributos menos democráticos de los caudillos y presenta un desempeño más parecido a un liderazgo político.
Los tiempos de los liderazgos políticos son diferentes a los de la gestión cuyos plazos dependen de la Constitución. Los liderazgos políticos tienen otros tiempos. El período presidencial de Cristina Kirchner termina en 2015, pero no el tiempo de su liderazgo, que no tiene un plazo estipulado y que se genera a partir de otros factores.
La aclaración también fue para el kirchnerismo. Esta vez, la versión de que podría participar en alguna lista para las elecciones del 2015 no había provenido de la oposición, sino del diputado Carlos Kunkel quien, de alguna manera, se hizo cargo de una cierta expectativa que puede haber en parte de las bases kirchneristas y en algunos dirigentes.
Los términos de la respuesta de Cristina Kirchner fueron “ninguna posibilidad” y “cargo electivo”. No habló de bajarse de la política o de ubicarse en un papel menos activo y protagónico. Tampoco hay puntos de contacto con Menem, sus proyectos son antagónicos en los objetivos y en los medios. Nunca buscó la re-re ni se preocupó por buscar fueros que la pusieran a salvo de una persecución judicial de la oposición.
La pelea por la re-re hubiera sido difícil para el kirchnerismo, pero era a ganar o perder y nada más. La perspectiva de encarar una elección en el 2015, con Cristina Kirchner retirándose de la presidencia, y sin Néstor ni ella en las listas, plantea un desafío no solamente de ganar o perder, sino también de crecer cualitativamente como fuerza política o intrascender e iniciar un camino de lenta declinación.
Falta un largo trecho hasta las elecciones del 2015, pero la aclaración que Cristina Kirchner difundió el jueves busca que el kirchnerismo asuma ese escenario. Puede haber otros, pero el adelanto de que no irá como candidata en ninguna lista pone en primer lugar ese cuadro que implica un grado de organicidad y homogeneidad que el kirchnerismo ha ido construyendo pero en otros contextos siempre muy referenciados por Néstor o Cristina.
El hematoma subdural que sufrió la Presidenta la obligó primero a dar un paso atrás para hacer reposo. Ya recuperada, ese episodio se convirtió en la vía que le facilitó desarrollar otra forma de conducción política, menos expuesta y que al mismo tiempo facilita la visualización de los candidatos que se vayan perfilando en el oficialismo. La fuerza y la forma en que se generó el liderazgo de Cristina Kirchner opacaron a los dirigentes que la acompañaron, ministros, legisladores y gobernadores que necesariamente aparecían jugando en un plano menor. El despliegue muy activo en la gestión también afecta en la comparación a los candidatos de la oposición, pero aun así éstos jugaban con ventaja en relación con los posibles candidatos del oficialismo.
La intervención del gobernador Daniel Scioli en la campaña electoral lo mostró en un lugar diferente al de la problemática específica de la provincia. Se proyectó como un dirigente que se echaba al hombro una tarea que tenía que hacer la Presidenta, todavía convaleciente. La designación de Jorge Capitanich, como un jefe de Gabinete con las manos más libres que los anteriores también lo puso en carrera como un hombre con habilidad política y capacidad de gestión.
La decisión de no ser candidata confluye con este nuevo estilo de gobierno, donde sigue tomando las decisiones, pero el que se muestra en público es Capitanich. Ella sólo ha aparecido hasta ahora en las actividades protocolares y con pocas declaraciones públicas, como si hubiera una determinación muy clara de ceder pantalla.
Esa estrategia tiene que lograr que la base electoral del kirchnerismo ceda su confianza al candidato que surja finalmente, quien, si gana, será la cara más visible de esa fuerza política durante los siguientes cuatro años, como lo ha sido Dilma Rousseff en estos años para los votantes del PT y su alianza electoral. En su momento, Lula no sólo consiguió transferir sus votos a Rousseff y con eso mantuvo al PT en el gobierno, sino que, además, ahora el PT tiene dos figuras muy convocantes. Lula se apartó del gobierno para evitar que se lo visualizara como una sombra gris detrás de la presidenta e incluso puso en juego su popularidad para apoyarla cuando se produjeron los movimientos de protesta por el transporte público y los gastos para el Mundial.
La continuidad en el caso de Brasil se expresa en el buen acople entre el presidente anterior y la actual, entre Lula y Dilma. El canibalismo político aconsejaría destruir al presidente anterior para que no obstruya al actual. En general eso necesariamente es así cuando cambia el proyecto de fondo, es decir, cuando los proyectos de uno y otro son diferentes o antagónicos. El sistema que permitió la continuidad en Brasil es que Lula no interviene en las decisiones de gobierno y Dilma no cuestiona el liderazgo de Lula en el PT. Todas las declaraciones públicas de Lula son de respaldo al gobierno de Dilma, y si hubiera cuestionamientos o disidencias, no son conocidos. Los dos elementos para conseguir ese funcionamiento son, en primer lugar, que los dos expresan el mismo proyecto. Y en segundo lugar, que haya entendimiento entre ambos.
El candidato del kirchnerismo tendrá que mantener y ampliar esta alianza del peronismo hacia el centroizquierda, que representa a una mayoría de sectores humildes y una porción de las capas medias. Es una alianza que le viene exigiendo al peronismo desprenderse progresivamente de sus vicios punteriles y al centroizquierda, de su tendencia al gorilismo. Pero, básicamente, este paso al costado que está dando Cristina Kirchner implica también una presión para la institucionalización del kirchnerismo. Se trata, por un lado, de condensar un marco teórico. Y por el otro, de consolidar una mayor organicidad.
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