EL PAíS › OPINIóN
› Por Mario Toer *
El lunes 23, La Nación destacó en primera plana la “inquietud” que habría en el Ejército, consecuencia del alineamiento “con Cristina” del nuevo jefe de esa fuerza. Es sin duda comprensible que ésa sea la preocupación central del matutino, la más severa en mucho tiempo, lo que puede tomar por sorpresa a muy pocos. Cuando desde el riñón de la reacción se alienta y articula una campaña destituyente que no reconoce treguas, que quien ejerce la conducción de la rama principal de las FF. AA. pueda proponerse sustraer a éstas de su rol de vigía impiadoso del orden establecido resulta una amenaza excesiva para toda la lógica que sustenta esta ofensiva. ¿De qué vale generar alarma y desasosiego si no se encuentra debidamente alineada la instancia que puede instar o imponer la “calma” requerida? La misma preocupación formulaba el nuevo jefe de los radicales, otro tanto hacía el senador jujeño por ese partido, así como otros jerarcas opositores y denunciadores seriales.
A su vez, Clarín, en su desenfrenada campaña, llegaba a límites grotescos. En su edición del 14 de diciembre titulaba “Un médico reveló que Milani participó del secuestro de un colega”. En el transcurso de la nota, el supuesto “secuestrado”, que no quiso dar su nombre, relata que en compañía de su esposa y hermana fue llevado detenido por una patrulla desde la esquina de la casa de gobierno en La Rioja a una comisaría cercana, donde pasaron “varias horas de detención con malos tratos verbales con la presencia de Milani”. Con semejante nota, entre otras cosas, queda claro lo que significan para Clarín los “secuestros” y hasta qué punto llega el afán de generar sospechas hacia un oficial que pareciera no estar disponible para subordinarse a los mandos de quienes se suponen los dueños del país.
Cuando se expresan de este modo estos reparos queda claro cuál es el fondo de la cuestión y se desenmascaran las reales intenciones de quienes denuncian la supuesta falta de perseverancia gubernamental en el sustento de la política de derechos humanos. Y esta es una evidencia de enorme porte que no podemos perder de vista si queremos fortalecer el campo que pretende perseverar en un curso diferente en nuestro país. No porque supongamos que el nuevo jefe, de buenas a primeras, pretenda o eventualmente pueda dar vuelta como una media la instancia que tantos padeceres y ajustes de cuentas protagonizó en nuestra historia.
Es más, cuando se alega que un subteniente no podía estar completamente ignorante a la índole que adquiere la política represiva de aquellos años, se está en lo cierto. Es poco menos que imposible que nadie, en esa institución, haya podido permanecer ajeno. A lo sumo, algunos pueden haber mantenido ciertas discretas distancias, favorecidos por los destinos y las especializaciones. ¿Pero alguien ha supuesto que las FF.AA. debían ser refundadas sin que ninguno de los que hubiesen accedido a las respectivas escuelas antes de 1984 pudiese permanecer en sus filas? ¿Quién podría haberlo hecho? Por otra parte, hasta en los países donde las FF.AA. fueron disueltas por movimientos insurreccionales se volvió a convocar a oficiales para que aporten a las nuevas configuraciones, y no sólo a subtenientes. Hubo hasta mariscales de renombre. Pero resulta antojadiza una elucubración de esta índole. Baste con mirar el panorama existente en países hermanos para darnos por muy satisfechos con la tarea de haber sido muy firmes con los juicios de todos los que se encontraron notoriamente involucrados, gracias a los gobiernos de Néstor y Cristina y la perseverancia de Madres y demás organizaciones de derechos humanos. Porque estos diez años fueron fundantes, se gestaron las condiciones políticas para avanzar en la creación de unas FF. AA. democráticas, partiendo del reclamo por Memoria, Verdad y Justicia, que encontraron en la imagen de Néstor solicitando a un general del ejército que bajara un cuadro, el símbolo que lo condensa.
De allí que nadie que entienda o le preocupen las cuestiones que hacen al tema del poder en nuestra región y en nuestro país puede suponer como aleatorio el compromiso a rectificar un rumbo en los términos que lo ha puesto de manifiesto el nuevo jefe del Ejército. Esto es de enorme valor y evidente fruto de una política. Y a los representantes de lo establecido les produce un manifiesto escozor. En cualquier caso, sin subestimar el papel de los juicios y de los jueces que darán su veredicto, tenemos que ser conscientes que la transformación de estas instituciones dependen de la consolidación y los avances que apuntalen el proceso actual, junto a nuestros hermanos de América latina. De nada sirven las expresiones de deseos en este u otros terrenos si se los aborda separadamente, en sus dimensiones culturales o psicológicas, al margen de las relaciones de fuerzas políticas que se vienen constituyendo. De últimas, la índole del Estado deviene de una ecuación con estas características. Y hoy por hoy, como no cesan de corroborarlo aquellos que están en las antípodas, quien está a la cabeza del proyecto en curso –del que somos partícipes– ha dado pruebas suficientes de sus intenciones.
* Profesor titular de Política Latinoamericana, UBA.
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