EL PAíS
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El hormiguero
› Por Irina Hauser
No les parece como si alguien hubiera pisado un hormiguero? -preguntaba ayer a la mañana un columnista de Canal 26, exaltado, excitado y todas las equis del éxtasis y la excitación que devolvieron un calorcito reconfortante a casi todos los argentinos al enterarse ayer de que María Julia Alsogaray estaba presa. La equis de lo ex, de lo pasado, de lo que no se quiere más. Sí, la señora estaba presa, increíblemente presa.
La comparación con el hormiguero traía la imagen de una parva de insectos saliendo a la superficie, andando sin rumbo, sin saber qué hacer, desamparados. Los policías corruptos, los jueces de la Corte Suprema, 46 represores violadores de derechos humanos, los ladrones del PAMI, desprovistos, todos uno a uno, de ese espacio subterráneo que los protegía de las tempestades ocasionales. En la cárcel o cuestionados. Probablemente el comentario en la TV no tenía más pretensiones que evocar esa imagen. Pero da la casualidad de que las hormigas, además, son “insectos depredadores”, según los libros de ciencias naturales, que tienen una gran capacidad para armar túneles y pasadizos bajo tierra y que están organizadas como en un mecanismo de relojería para engullir cuanto puedan.
Lo impactante, lo nuevo, es ver cómo se derrumban las partes de un sistema de robo y de impunidad que se gestó bajo la máscara de la viveza, la ostentación, el hedonismo y el exitismo, por contradictorio que parezca. Al final de su gobierno, Carlos Menem llegó a tener la osadía de armar una Oficina de Etica, sólo para sumar velos, para montar más operaciones estéticas. La fantasía de que este país podía tener su propio mani pulite fue sepultada por el mismo gobierno de la Alianza que la había hecho florecer haciendo de la lucha anticorrupción uno de sus caballitos de batalla. Las coimas en el Senado se le tornaron una pesadilla, y aunque Carlos Menem, Emir Yoma, Víctor Alderete y compañía pasaron unos días de encierro siempre estaba ahí, no tan al final del camino y ocupando uno de los pilares de esa maquinaria protectiva reinante, la Corte de los amigos para brindar socorro.
“Yo festejo, pero no es por venganza, es por justicia”, decía sobre la detención de la ingeniera una de esas oyentes de radio a las que les gusta dejar mensajes grabados. “Es una lucecita en el camino, pero que devuelva la plata”, agregaba otra, a los gritos. Hay algo de no poder creerlo. Una desconfianza de la que es difícil deshacerse. El Presidente que no te traicionó con una cosa, te engañó con otra. Entonces aparecen preguntas recurrentes: ¿Va a estar sólo unos días presa? ¿Tendrá todas las comodidades? ¿Será verdad todo esto que pasa? ¿Será un globo de ensayo?
Lo que viene ahora es, seguramente, un desafío compartido, que requerirá el compromiso de una sociedad inmersa en una cultura coimera y del sálvese quien pueda. La buena predisposición para deshacerse de todos esos valores basura que hicieron eclosión en la era Menem tendrá una nueva puesta a prueba en las elecciones porteñas, en las que Mauricio Macri encarna aquel paradigma del menemismo. Macri también tuvo denuncias penales por echar mano del mismo tipo de maniobras fraudulentas que tantos otros exponentes de la década pasada. El también logró que quedaran diluidas. Cuando uno pisa un hormiguero –sin querer o queriendo– el reflejo es salir corriendo para que los bichos no trepen por las piernas. Las hormigas, ilustra un página web educativa, “viven en un territorio que consideramos nuestro (las personas) porque quieren consumir productos que nosotros necesitamos”. También dice que tienen el reflejo de intentar reconstituir su hormiguero. Y agrega que los osos hormigueros “son animales raros” y que están “en extinción”. La cosa será, entonces, animarse a ponerse el traje de oso si queremos impedir, en serio, el regreso de los muertos todavía (un poco) vivos y todo su lastre.