EL PAíS › OPINION
› Por Mario Wainfeld
Los partidos sin hinchada visitante son un escarnio del fútbol local. Adoptemos, todo modo, esa escena como imagen para hablar de política. Cuando el gobierno argentino expropió a Repsol, el partido en España se jugó con las tribunas locales a pleno y cero tribuna visitante. El oficialista Partido Popular, el opositor PSOE, medios de derecha como El Mundo o de seudoizquierda como El País aguantaron los trapos de la mayor multinacional hispana. Bramaron contra la Argentina, el peronismo, su lejano general fundador, Cristina Kirchner y el odiado “populismo”.
En la Argentina fue diferente. La mayoría del arco político con representación parlamentaria votó a favor de la ley, pero hubo una fuerza de derecha (PRO) que la objetó. Radicales de la peor tradición alvearista hicieron número por la divisa española. Si hablamos de “formadores de opinión” o de economistas, las proporciones a favor del visitante fueron más elevadas. Corearon, con fervor barrabrava, consignas impropias. Denunciaron “confiscación”, prohibida por la Carta Magna, sin admitir que la norma hablaba de la expropiación, perfectamente lícita.
La Argentina siguió adelante con la reestatización de YPF. El acuerdo dado a conocer anteayer no quiebra su línea institucional, ni contraviene la ley. Al contrario.
El objetivo del pacto también estaba escrito desde el vamos. Así se escribió en este diario desde el principio. Harían falta inversiones extranjeras para recuperar la soberanía hidrocarburífera. Se trataría, claro, de empresas “con espalda”, multinacionales también. Pero no de un exótico (casi único) megaconglomerado de un país sin petróleo (eso es Repsol) manejando a su antojo las concesiones, sino de inversores controlados por un gobierno atento al interés nacional. Algunos, como Chevron, se arriesgaron a venir afrontando el riesgo de pleitos ulteriores de Repsol. Otros, como la mexicana Pemex, optaron por promover un cierre pactado entre YPF y Repsol. Otros están en lista de espera muy prestos a ingresar según aseguran en torno del CEO de YPF, Miguel Galuccio.
Contra lo que reza la vulgata dominante, lo ocurrido no es un viraje. El nuestro es un país capitalista, cuya actual gestión emprendió el arduo camino de defender el patrimonio de los argentinos, pulsear fuerte por el quantum de la deuda externa, ir pagándola y desendeudarse.
En ese itinerario se inscribe el anuncio realizado anteayer por el ministro de Economía, Axel Kicillof, que deberá ser convalidado por el Congreso.
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Los primeros avances: En casi once años la política energética fue variando (lo que es inevitable), combinando aciertos y errores. Revivir a YPF fue retomar, no sin riesgos, la mejor tradición de las fuerzas nacional populares. Algunos estadios intermedios pecaron de incongruencia y de ineficacia. El déficit energético se debe a una mezcla de consecuencias del crecimiento, conducta depredadora de los concesionarios y traspiés del Gobierno.
El camino, adecuado, no está exento de ripios. Los logros en el corto plazo fueron bien descriptos ayer en Página/12 por Alfredo Zaiat y Raúl Dellatorre, a quienes se remite. En el momento actual crecen las perspectivas de exploración de Vaca Muerta, que es una de las mayores apuestas a futuro de la economía doméstica.
Un punto interesante, del que hablan pocos los expertos –gurúes de la “opo” y la “Corpo”– es la importancia que va cobrando la actividad energética en las provincias, socias de la remozada YPF. Cualquier conversación con un gobernador de esos territorios hace centro en el potencial futuro y aun el de estos momentos. Vaya un ejemplo de muestra: en Mendoza, que no es de las más ricas en ese aspecto, la actividad petrolera representa alrededor del 25 por ciento del producto bruto geográfico mientras la vitivinícola (un clásico) no llega al 15 por ciento.
En el corto plazo, que no coincide cabalmente con lo que resta del mandato presidencial pero se le superpone, los afanes del oficialismo son seguir acrecentando la producción y disminuyendo el déficit sectorial. También acumular divisas que fortalezcan la posición fiscal. En el largo plazo, las ilusiones sensatas son mucho mayores.
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Un Club de los grandes: Volvamos al itinerario del kirchnerismo. Primero negoció con firmeza impar el canje de deuda con acreedores privados. Aunque no se verbalizara, estaba en el sabó la reapertura para los holdouts cuando se hubiera corroborado que el país cumplía los compromisos. Se cumplió con la segunda ronda y también se exploró durante años cancelar la deuda con el Club de París, un selecto conjunto de poderosos países acreedores. Algunos tienen créditos irrisorios: el sistema fiscal francés necesita menos de media hora para recaudar lo que le debe la Argentina. Los guarismos de Alemania o Japón son más importantes, desde ya. Pero los socios del Club son “uno para todos y todos para uno”: tienen espíritu de cuerpo.
Regularizar esos compromisos integró siempre la agenda del oficialismo, con fluctuante grado de prioridad. En la actual coyuntura, sube unos peldaños.
El endeudamiento para inversiones productivas u obra de infraestructura no contradice los lineamientos esenciales del “modelo”. Es una herramienta entre tantas. El “momentum” internacional no es el ideal: un tiempo atrás la tasa de interés hubiera sido más amigable. La discusión sobre el timing de las medidas siempre está en el tapete y es pertinente. De nuevo, no hay inconsecuencia sino adecuaciones en la etapa más difícil del kirchnerismo.
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La mesa sigue tendida: Un equipo económico más afiatado y profesional que el precedente juega en varios tableros. La cotización del dólar oficial parece sosegada, las reservas se sostienen, el tráfico del dólar ilegal da señales de desaliento. Claro que las personas del común no viven ni comen cotidianamente en “la macro”. Sus preocupaciones cotidianas concuerdan con las del Gobierno: la inflación, el valor adquisitivo del salario, las prospectivas para el año, los niveles de empleo, actividad o consumo. El Gobierno conoce esos desafíos, los enfrenta y prioriza. La inflación y las convenciones colectivas son ejes esenciales de los próximos meses.
La Paritaria Nacional Docente (PND) es muy peculiar. No debería ser un caso testigo para las del sector privado... pero funge de tal en el imaginario dominante. Las percepciones compartidas son hechos que en este caso agregan una dosis de tensión en la mesa de negociaciones. La fecha de la PND añade complicación, rezongan razonablemente las cinco representaciones nacionales gremiales.
En un escenario trabado, las dos reuniones que pasaron a cuarto intermedio fueron vistas con cierto alivio por las dos partes. En conversaciones informales ambas reconocen al otro un afán de no “patear la mesa” que no bastará para cerrar trato. Pero sí para demostrar que hay afán compartido de sostener una institución avanzada, cuyo funcionamiento ha perdido funcionalidad según pasaron los años.
Anteayer, en una reunión que llevó cinco horas, no hubo una nueva oferta oficial. El porcentaje sigue siendo el 22 por ciento, fragmentado en tres pagos. La mejora es un pago adicional, por cuenta de la Nación, de dos mil pesos para cada docente. Hay tironeo por el monto, claro, pero más por la imputación a presentismo que integra la oferta. Los sindicatos resisten que el ausentismo (que consideran tema digno de debatir) se sustancie de ese modo. El Gobierno no da la impresión de estar dispuesto a imputarlo de otro modo. El método de aplicación, como todo lo atinente a esta negociación, sería endiablado. El Estado nacional no es el empleador, entonces deberían ser las provincias las que mediaran e informaran sobre el presentismo del millón de trabajadores implicados.
Mantener el tenso diálogo es un esfuerzo compartido, que el lunes próximo llegará seguramente a su fin. El cuidado de las partes procuró evitar que llegara el 1º de marzo con las acciones que ambas partes tienen en reserva si no hay acuerdo: la resolución del Ministerio de Educación laudando, la huelga nacional de docentes, la conciliación obligatoria. Todas están latentes.
El consenso transitorio tiene un valor simbólico: impide que el conflicto estalle antes del discurso presidencial de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso. Cristina Fernández de Kirchner no es jamás una oradora protocolar, menos en esa ocasión y ámbito. Sus anuncios y consideraciones siempre inciden en la coyuntura. Esta vez lo hará en un contexto que tiene un ingrediente que halaga al kirchnerismo: el de un feriado con consumo y turismo a todo vapor. Claro que, en el otro platillo de la balanza, está la dificultad para conservar indicadores que son su blasón y que aspira a conservar.
En lo atinente a la PND, las mayores probabilidades son del tercer cierre consecutivo sin consenso. Una señal insatisfactoria, otro dato acerca de las complicaciones de los años recientes.
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