EL PAíS
› OPINION
Perdió el visitante
› Por Mario Wainfeld
No le faltó sal y pimienta al debate entre los cuatro candidatos a jefe de Gobierno con mejor intención de voto. Abundaron momentos entretenidos, que minimizaron otros en los que, mirando por tevé, no se entendía nada por superposición de voces. El saldo fue atractivo y hasta excitante. Hubo ritmo, polenta, estocadas cruzadas, salvo entre Patricia Bullrich y Luis Zamora, quienes (obsesionados por esmerilar a Aníbal Ibarra y Mauricio Macri, que polarizan) se ayudaron más de lo que se agredieron. “Somos los dos que no tenemos publicidad paga”, se codefinieron.
Cada uno eligió su perfil y lo definió en su primera entrada:
- Mauricio Macri mencionó rápidamente a Boca (“Boca me cambió la cabeza”), sabiendo que las encuestas cualitativas revelan que su relación con ese club es el principal motivo de adhesión a su candidatura. Y luego se centró en enfatizar su perfil práctico, de un hombre que “hace” y no utiliza palabras grandilocuentes. Hasta prometió, sin cumplirlo luego, que no iba a contestar agravios, para centrarse sólo en las propuestas.
- Ibarra enfatizó lo “público” como eje de su discurso y de su gestión, resaltando que su principal adversario se liga al peor ángulo de lo privado en la sociedad argentina. Y también se esmeró en demostrar su superioridad en el conocimiento respecto de la ciudad. Desautorizó varias veces, siempre invocando cifras, las alegaciones del empresario y alguna vez las de la ex ministra. Tal como le pedían sus comandos de campaña, “historizó” a Macri ligándolo al menemismo, al conglomerado empresario que comanda su padre, a la propia dictadura militar. Y, oyendo consejos del propio Néstor Kirchner, lo encaró duramente, transfiriendo parte de su énfasis a los otros competidores. Quizá se excedió en su vehemencia, porque fue el que más interrumpió, algo que Zamora victimizándose le cuestionó, pero ciertamente no dio imagen de blando o de irresoluto.
- Patricia Bullrich se erigió en fiscal de conductas ajenas alegando como blasón su eficiencia y su lucha contra la corrupción. Se mostró suelta y decidida, amén de bastante tiempista. Castigó muy duro a Macri, denunciando que lo flanquean sindicalistas corruptos (la bestias negras de la Piba) y dejándolo mudo. A Ibarra le dio lo suyo. Nunca pareció interpelar a cualquier votante, sino a aquellos que podrían definirse como de derecha. Hincó sus dientes en la seguridad, la droga, el Código de Convivencia.
- Luis Zamora puso todo el acento en las comunas, cuya reglamentación e implementación mocionó hasta el exceso. Mostró un perfil contradictorio. Combinó un sobrio manejo de su imagen –enérgico pero respetuoso de los códigos televisivos, reclamando siempre apego a los tiempos pautados– con una llamativa escasez de propuestas. Y, puesto a elegir, le tiró bastante más a Ibarra que a Macri.
Desde luego no es sencillo determinar quién gana un debate “a cuatro voces”, máxime si éste se despliega ante un electorado plural y pluralista que combina gente con decisiones o prejuicios previos e indecisos tout court. Lo palmario es que uno perdió y ese fue Macri. Contra su alegato inicial casi no formuló propuestas, salvo una serie muy genérica de propósitos. Se trabucó con las cifras, confundiendo a veces datos nacionales con locales. Se quejó en exceso de que no lo dejaban hablar y no tuvo un rasgo de humor ni de ironía en dos horas. Quiso hacerse fuerte en el tópico de la seguridad invocando los temores más epidérmicos de “los vecinos” pero, salvo mejorar el presupuesto policial, no hizo ninguna propuesta concreta, perdiendo (de cara al target “mano dura”) por goleada ante Bullrich. No usó nombres propios de hospitales, ni de actividades culturales, ni de funcionarios cuestionables o rescatables. Elogió, sin medida, a las ONG pero casi no designó alguna en especial. Se mostró tal cual es, un novato en política, pero no exhibió lo que, a estar a su verba, le munieron sus equipos. Sólo al cierre intentó mostrar energía, rememorando su trayectoria en Boca. En ese cierre usó la palabra “progresista” pero no hubo un solo guiño o una sola propuesta suya a esos sectores. Escondió a sus aliados políticos, aunque se esmeró en hablar enprimera persona del plural. Quedó, lejos, como el menos lúcido de los cuatro. Y perdió la interna de la derecha con Bullrich y la de los primeros con el jefe de Gobierno.
Zamora quedó muy expuesto ante su potencial electorado por su asombroso voto sobre las leyes de la impunidad que Ibarra le enrostró. Fuera de eso, jugó bien para su tribuna. Simétricamente Bullrich no apeló a nadie que esté a la izquierda de López Murphy (dejando afuera un universo muy vasto) pero su discurso eficientista seguramente halagó los oídos de ese sector.
Ibarra recibió guayabazos de todas partes pero fue el único que los repartió a derecha y a izquierda, lo que lo ubicó en el centro de la polémica. Un lugar al fin y al cabo deseable. Remarcó su pertenencia, la amplitud de su coalición y su ligazón al gobierno nacional, una apuesta a pura ganancia en plena luna de miel de la ciudadanía con Kirchner. A Macri lo avasalló con datos y con presencia. Los mayores precios los pagó con los otros dos, bien afincados en la crítica. Pero es muy improbable que Bullrich (bien definida ideológicamente) y Zamora (demasiado sectario) le hayan restado adhesiones.
Desleído, sin chispa y con poco discurso, Mauricio Macri jugó su debut en la arena democrática de visitante, sin Carlos Bianchi en el banco. Y así le fue.