Vie 01.03.2002

EL PAíS  › RENUNCIO EL INTENDENTE DE MAR DEL PLATA ELIO APRILE

Por favor, un intendente ahí

Jaqueado por la crisis económica y social, el jefe de gobierno marplatense renunció después de meses de desgaste político. Quedó solo. Al final nadie aceptaba ocupar los cargos vacantes en su gabinete.

› Por José Natanson

Acosado por la caída en la recaudación, los escraches y las operaciones, con las calles llenas de baches y una temporada que no ayudó, Elio Aprile estaba cansado y deprimido. Ayer, después de siete años, decidió renunciar a la intendencia de Mar del Plata. La decisión, aunque dramática, no sorprende del todo: la mayoría de los intendentes, aquellos que tienen que lidiar cotidianamente con la furia de los vecinos, atraviesan situaciones igualmente críticas. “Tenemos el diez por ciento de la coparticipación y el 90 por ciento de los problemas”, había dicho Aprile poco antes de dejar el cargo.
Los números de Mar del Plata son escalofriantes: acumula deudas por 140 millones de pesos, lo que representa el 85 por ciento del Presupuesto. Tiene el crédito cortado, la coparticipación embargada y un déficit de 25 millones de dólares. La caída en la recaudación está estimada en el 60 por ciento, una cifra crítica para una ciudad con 7700 empleados municipales y record de desocupación (es el más alto del país).
El panorama financiero complicó muchas cosas, como las obras programadas para este año, el arreglo del bacheo de las calles y el pago de los salarios de los empleados, generando un clima de rechazo a su gestión.
Sin embargo, no fueron los números ni la floja temporada veraniega, lo que impulsó a Aprile a presentar su renuncia.
Hubo, en los últimos días, una serie de acontecimientos encadenados, que mezclan lo personal con lo político y que determinaron la decisión del ex profesor de filosofía y poeta marplatense.
A principios de enero una falsa versión recorrió Mar del Plata: Aprile habría comprado varias propiedades en la ciudad italiana de Bari. Curiosamente, en esos mismos días otro intendente radical, el bahiense Jaime Linares, sufría una operación similar (como es español, la propiedad adjudicada a Linares se ubicaba en la Costa del Sol). Hubo una reunión de catarsis con Federico Storani, titular del radicalismo bonaerense, quien denunció una campaña de sectores del PJ contra los intendentes radicales, pero el daño estaba hecho.
Aprile revisó la idea inicial de renunciar, aunque pocos días después otro episodio lo empujaba por el mismo camino. A fines de enero, en medio del clima de cacerolazo y protesta que campeaba en el país, unas treinta personas se concentraron frente a su domicilio para realizar un escrache, con pintadas y huevos. Aprile no estaba y salió a defenderlo su padre, un anciano de 85 años que casi se muere de un síncope discutiendo con los manifestantes. Desesperado, el intendente pidió socorro a la provincia, pero no obtuvo respuesta: ya habían pasado los tiempos en que su excelente relación con Duhalde le garantizaban un flujo constante de los fondos de coparticipación.
Su imagen caía en picada, los baches se multiplicaban por Mar del Plata y el funcionario no sabía cómo reaccionar. Apenas atinó a recluirse en la intendencia, suspendió sus actividades públicas y planeó una última jugada. Como parte de una renovación general del Gabinete, le pidió la renuncia a su secretario de Gobierno, Francisco Bowden, y al subsecretario Alfredo Lapadula. Pero se llevó una sorpresa: nadie, ni siquiera sus íntimos, aceptaban asumir los cargos vacantes.
Más solo que nunca, Aprile decidió presentar su renuncia.
Fue un final triste para una carrera política que empezó muy bien: ex profesor de filosofía, casado y con cinco hijos, Aprile fue secretario de Educación y Cultura municipal en 1983, concejal en 1987 y presidente del Concejo Deliberante en 1989. En 1995 fue electo intendente con el 59 por ciento de los votos: poco después sorprendió convocando a un plebiscito para aumentar las tasas con el fin de hacer obras públicas. Triunfó cómodamente, le cambió la cara a la ciudad y en 1999 fue reelecto, esta vez con el 62,4 por ciento.
En cualquier caso, la crisis de Mar del Plata no es una excepción a la del resto de las intendencias: Atilio Feudal, de Bariloche, fue echado apatadas (literalmente) de su despacho; Ricardo Sarandría, de General Roca, decidió aceptar Lecops a 1,10 para mejorar las cuentas municipales; Horacio Recalde, de Balcarce, toma los cheques del Club del Trueque, y Edgardo Percara, de San Salvador (Entre Ríos), se puso a recoger la basura personalmente ante una huelga de los empleados.
Jaqueados por la crisis económica y la baja de la recaudación, con la coparticipación que nunca llega, los intendentes deben soportar todos los días la furia de los vecinos, que los tienen cerca y –con razón o no– descargan sobre sus espaldas la frustración y la bronca.

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