EL PAíS › PRIMER AñO DE LA FUMATA QUE CONVIRTIó A BERGOGLIO EN FRANCISCO
Un asesor del papa Francisco proclama el renacimiento católico. De Massa a Cristina, su centralidad en la política argentina es abrumadora pero está por verse si forzará un retroceso en la secularización de la sociedad. Fantasías, falsedades y propaganda para blanquear su rol en la dictadura. La forzada retractación de Jalics, que no contesta cuando le preguntan qué dato nuevo lo hizo cambiar de idea, además del voto de obediencia a quien en 1994 acusaba de poner en riesgo su vida.
› Por Horacio Verbitsky
A un año de su consagración Jorge Bergoglio ha suscitado un fenómeno de idolatría universal y adquirido una centralidad sin precedentes en la política argentina. Su asesor uruguayo, Guzmán Carriquiry, acaba de proclamar un resurgimiento católico en Latinoamérica. Esto sucede justo a los ochenta años del mayor pico previo de influencia eclesiástica en el país, con el Congreso Eucarístico Internacional de 1934, cuando el presidente militar Agustín Justo, cuyo poder se debía a la fuerza, la proscripción y el fraude recibió en el puerto de Buenos Aires al secretario de Estado y hombre fuerte del Vaticano, Eugenio Pacelli, el futuro Papa Pío XII. El recurso del liderazgo político argentino a la Iglesia para legitimar sus posiciones nació en aquel momento, al cabo de seis décadas de laicismo, e hizo crisis dos décadas después, cuando Perón se negó a incluir en la Constitución el origen divino del poder y por el contrario intentó erigir su movimiento en una religión laica. Hoy esta transacción asume formas distintas, porque la legitimidad que buscan los políticos no es la de origen, que viene dada por la soberanía popular y las instituciones democráticas, sino la del ejercicio en caso de quienes gobiernan y la de las expectativas en el de quienes se proponen hacerlo. Este flirteo se exacerba ante un Pontífice argentino que lleva cuatro décadas de intervención activa en la política del país. Sergio Massa consiguió una fotografía con los obispos Alcides Jorge Pedro Casaretto y Jorge Lozano en el Colegio Máximo de San Miguel, al que Bergoglio mudó la conducción provincial de la Compañía de Jesús hace cuarenta años. Así intenta hacerse perdonar la gestión que la jefatura de gabinete realizó en 2008 ante la embajada del Vaticano para que el entonces Arzobispo de Buenos Aires fuera transferido a Roma, a raíz de su intervención a favor de las cámaras patronales agropecuarias que intentaron tumbar al gobierno por aumentarles los impuestos. Mañana Francisco almorzará en su residencia Santa Marta con la presidente CFK, quien ya anunció que asistirá en la Catedral al Tedeum por la fiesta patria de mayo, una práctica medieval en la que un obispo sermonea desde el púlpito a la autoridad elegida por el pueblo. La pleitesía es menos ostensible entre quienes mantienen una estrecha relación con Bergoglio desde antes de su apoteosis, como Daniel Scioli, la policromática Elisa Carrió o Julián Domínguez. Lo mismo pasa dentro del Episcopado, donde nadie celebró el aniversario papal con mayor entusiasmo que el arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, su principal adversario durante los veinte años previos al Cónclave.
La reforma del Código Civil mostrará si esta omnipresencia papal fuerza una marcha atrás en la secularización de la sociedad argentina y logra amputar en parte la mirada laica sobre el derecho de familia, o si tal como ocurre con los fieles, identificarse con la institución religiosa no implica la obediencia a la moralina preceptiva impuesta por una asociación de gerontes célibes. Así lo mostró hace seis años la primera encuesta científica sobre creencias y actitudes religiosas, realizada bajo la dirección de los sociólogos Fortunato Mallimaci y Juan Cruz Esquivel:
- un 92,4 por ciento de la población está de acuerdo con que se brinde educación sexual en las escuelas.
- entre ocho y nueve de cada diez apoyaron la promoción oficial del uso de preservativos contra el sida, el ofrecimiento gratuito de anticonceptivos en hospitales, clínicas y centros de salud, la información sobre contraconcepción en los colegios y la educación sexual de los alumnos.
- casi siete de cada diez consideró positivas las relaciones sexuales antes del matrimonio.
- pese a la condena de la jerarquía, sólo el 15 por ciento de creyentes se oponen al aborto.
Este desfasaje entre quienes se autodenominan pastores y su presunto rebaño ovino no es un fenómeno exclusivo de la Argentina y determinó la encuesta sobre sexualidad y familia que Francisco planteó a todas las iglesias del mundo. Sus resultados se debatirán en el Sínodo de Obispos, en el que se buscarán formas de avenimiento entre la realidad y las reglas que atenúen el desgaste de la jerarquía.
Eduardo De la Serna, coordinador del Grupo Carlos Mugica de Sacerdotes en Opción por los Pobres, escribió que la “papolatría”, evidenciada en la candidatura al premio Nobel de la Paz, la creación de un vino y el bautismo de un barco en su homenaje, “hace difícil hoy señalar algunas críticas”. De la Serna encomia los gestos de sencillez de Francisco porque “los pobres los entienden y se identifican”. También alaba sus palabras sencillas y comprensibles, incluyendo las de su exhortación apostólica sobre la Alegría del Evangelio, cuyo contenido es “pobre y para los pobres” y habla de Jesús más que de la Iglesia. En cuanto a sus acciones, las más profundas y serias requieren seguramente más que un año “pero hasta ahora no hizo nada. No hubo cambios fundamentales en la curia vaticana”. Para De la Serna, lo más importante sería una profunda reforma del papado. “Esperamos hechos concretos que nos permitan experimentar aquello que las palabras y gestos anticipan. En lo personal, seguimos esperando.”
Las denuncias contra Bergoglio provienen de sus compañeros jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics; del ex presidente fundador del CELS, Emilio Mignone y de su esposa, fundadora de Madres de Plaza de Mayo, Angélica Sosa; de su ex íntimo amigo Juan Luis Moyano, quien fue viceprovincial jesuita y cuñado de Leonardo Pérez Esquivel; del sacerdote Alejandro Dausa, cuyo secuestro en 1976 se está ventilando en estos días en el Tribunal Oral Federal de Córdoba; del ex seminarista Miguel Mom Debussy, la teóloga Marina Rubino, el médico Lorenzo Riquelme, el seglar Roberto Scordato, el sacerdote Patrick Rice, las monjas Leonor Carabelli y Norma Gorriarán, entre otros. Mi trabajo se limitó a recoger sus testimonios. Mignone mencionó a Bergoglio en su libro Iglesia y dictadura como pastor que entregó sus ovejas al enemigo. Yorio enumeró sus cargos con precisión detallista en 1977 en una carta al Superior General de la Compañía de Jesús, y Jalics en un libro de ejercicios espirituales publicado en 1994, del que se ha retractado sin explicar por qué. La fabulosa maquinaria del Vaticano se puso en movimiento, con artículos, películas y libros. Además de ataques personales sin sustento y contradictorios entre sí (desde considerarme la izquierda anticlerical, como dijo el vocero papal, hasta un agente de los servicios estadounidenses, según el “Vatican Insider” que publica el diario de la automotriz Fiat, La Stampa) este notable esfuerzo publicitario llega a presentar al ex provincial jesuita como un héroe de la resistencia. La pieza maestra, que ahora será llevada al cine, es el libro publicado por la editorial y el diario del Episcopado italiano, La lista de Bergoglio. Su autor, Nello Scavo, dice que sus publicaciones “llevaron al periodista Horacio Verbitsky a retirar sus acusaciones”. No es la única fantasía de ese opúsculo. Scavo también afirma que Bergoglio organizó una red secreta en todo el cono sur, cuyos miembros ignoraban su existencia y que habría corrido todos los riesgos para salvar a más de cien perseguidos. Sin embargo, sólo menciona diez casos. Uno es el entonces compañero de Bergoglio en Guardia de Hierro, José De la Sota, lo cual explica que se interesara por su libertad. Otros cuatro ocurrieron antes del golpe de 1976 (entre ellos tres seminaristas riojanos que a pedido de Angelelli fueron al Colegio Máximo a completar sus estudios, cosa que Bergoglio distorsionó en su testimonio ante la Justicia, donde dijo que los recibió después del asesinato de Angelelli) y dos se basan en un dato clave falso. Esta “organización de compartimentos estancos” minimizaba los riesgos, de modo que “la información circulara lo menos posible, incluso entre los jesuitas”. Tan poco circuló que antes de la proeza periodística de este reportero italiano nadie había oído hablar de tal red secreta. Por lo que narra no se trataba de acompañar a quienes militaban en los barrios pobres sino de ayudarlos para que se fueran del país, o sea uno de los objetivos desmovilizadores del gobierno militar. Queda abierto a interpretación si el provincial jesuita lo hacía por sus diferencias ideológicas con esas personas a las que prefería bien lejos o por temor a que de lo contrario fueran asesinados, dos opciones que ni siquiera se excluyen.
El caso que mayor desarrollo tiene en el libro, parte de un dato falso. Según Scavo, Bergoglio puso en contacto a los catequistas villeros Sergio y Ana Gobulin con el cónsul italiano en Buenos Aires, Enrico Calamai, quien los escondió y les consiguió pasaportes y dinero para viajar a Italia, donde aún viven. Calamai, quien ha sido condecorado con la Cruz de la Orden del Libertador San Martín por haber ayudado a centenares de perseguidos, recuerda a los Gobulin, pero no a Bergoglio. Se lo aclaró a Scavo y rehusó colaborar con la película sobre esta reconstrucción de la virginidad bergogliana. En este y en otros trabajos apologéticos se insiste en que el Vaticano nada tiene que ver con su publicación, que Bergoglio nunca quiso defenderse y que hasta sus amigos eligieron el silencio para que no se pensara que hablaban en su nombre. Eso tampoco es cierto. En cuanto empecé a investigar el caso, Bergoglio me llamó y me dio su versión de los hechos, más los documentos que consideraba útiles para probarla. Lo mismo hizo en el libro autobiográfico El Jesuita, con el que inició su campaña por el papado cuando ya comenzaba a prepararse la renuncia de Ratzinger, tal como informé en 2011. Nadie mencionó en la prensa antes que yo la ayuda de Bergoglio a perseguidos por la dictadura. Lo hice en la misma forma exagerada y tendenciosa que ahora se advierte en los propagandistas del Papa, porque carecía de distancia crítica con mis fuentes. En una nota del 25 de abril de 1999 transcribí el testimonio de su amiga Alicia Oliveira, sobre cómo el Provincial jesuita sacó del país a “un grupo de tupamaros perseguidos” (ahora sabemos que era sólo uno, Gonzalo Mosca, y no integraba la guerrilla sino el Grupo sindical de Acción Unificadora) y organizaba en San Miguel “con ravioles amasados las despedidas de los curas o los laicos consagrados que estaban en situación de riesgo, entre ellos el hijo de un general. Jorge se encargaba de sacarlos del país, y todos hablaban de la situación, con rezos. El los protegía” (esta liturgia colectiva no es compatible con el secretismo extremo con que Scavo presenta su actividad, para agigantarla sin entrar en incómodas precisiones). El arquitecto Rodolfo Yorio, hermano del sacerdote secuestrado, le dijo a la revista alemana Spiegel: “Conozco gente a la que ayudó. Eso es lo que revela sus dos caras y su proximidad con el poder militar. Era un maestro de la ambigüedad”. En 2004 encontré en archivos públicos los documentos que muestran esas dos facetas del ex Provincial: en el mismo acto formal en que pide un favor para Jalics, por debajo de la mesa repite los infundios que dieron lugar a su secuestro. ¿Cómo es posible que hiciera una cosa y la otra? Eso debe explicarlo la psicología, no el periodismo.
El papa Francisco brindó algunas pistas, el 28 de febrero, ante la Pontificia Comisión para América Latina. Según la versión oficial del Vaticano dijo que para transmitir la fe a la juventud es preciso “el buen manejo de la utopía. Nosotros en América Latina hemos tenido la experiencia de un manejo no del todo equilibrado de la utopía y que en algún lugar, en algunos lugares, no en todos, en algún momento nos desbordó. Al menos en el caso de la Argentina podemos decir cuántos muchachos de la Acción Católica, por una mala educación de la utopía, terminaron en la guerrilla de los años ’70”. Estos cargos son afines a los que Bergoglio insinuó sobre Jalics ante funcionarios de la dictadura, según el documento de 1979 que encontré en el archivo de la Cancillería: actividad disolvente, conflictos de obediencia, contacto con guerrilleros. Hoy estos son asuntos teóricos opinables, como el debate sobre la teología de la liberación y el marxismo, que Bergoglio ha reavivado desde Roma. Pero en aquellos años constituían cuestión de vida o muerte.
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