Dom 16.03.2014

EL PAíS • SUBNOTA

La retractación

› Por Horacio Verbitsky

A sus 86 años, recluido en una casa de la Compañía de Jesús en Baviera, el sacerdote húngaro Francisco Jalics no está en condiciones materiales ni espirituales de sostener una batalla con el Papa, a quien además ha prestado el cuarto voto jesuita de obediencia. El malestar que esto le provoca es ostensible en la secuencia de su retractación en cámara lenta. Primero dijo que se había reconciliado con los acontecimientos. Cuando señalé que la reconciliación es un sacramento de la Iglesia Católica que implica el perdón de las ofensas, dijo que se sentía “obligado” a clarificar sus dichos: había creído en la participación de Bergoglio hasta que comprendió que su superior no lo había entregado. En cambio dirigió la atención hacia una catequista que había ingresado a la guerrilla. Pero Jalics ya conocía el rol de esta ex monja detenida-desaparecida, y así consta en su testimonio en el primer juicio a las juntas militares, en 1985. Ante el embajador argentino en la República Federal de Alemania, Hugo Boatti Osorio, dijo que Mónica Quinteiro fue secuestrada y desapareció para siempre pocos días antes que él y Yorio. “Ella había dirigido la catequesis en la villa del Bajo Flores, donde estábamos; paralelamente con eso, había tenido contactos políticos. Un año antes de nuestro secuestro, vino Mónica Quinteiro y nos dijo que ella se había comprometido con su línea política. Tres semanas después nos dijo que se alejaba de la villa porque su presencia nos ponía en peligro.” Si en 1985 conocía esto pero en su libro de 1994 acusó en forma categórica a Bergoglio, es porque la actividad política de Mónica Quinteiro no le parecía razón suficiente para el secuestro que él y Yorio padecieron y del que en 1999 hicieron cargo a su ex provincial. Si algún hecho nuevo modificara su evaluación de los hechos, Jalics lo hubiera puesto en conocimiento al menos de los hermanos de Orlando Yorio, con quienes siempre mantuvo una relación más que cordial. “Era amable, nos acompañó cuando murieron nuestros padres”, cuenta la psicóloga Graciela Yorio. Tanto ella como su hermano Rodolfo frecuentaron las casas del Barrio Rivadavia y la comunidad de Ituzaingó, en las que desarrollaron su tarea pastoral Orlando y Jalics. Cuando ambos fueron capturados, Graciela, Rodolfo y Carlos Yorio tuvieron varias entrevistas con Bergoglio en el Colegio Máximo de San Miguel, de las que no tienen buen recuerdo. “Me dijo que estaba esperando a personal de inteligencia del Ejército y que les haría la consulta sobre Orlando. Al salir, cuando calculé que Bergoglio ya no podía verme desde la ventana, en vez de seguir hacia la ruta me perdí entre los árboles del gran parque. A los 10 minutos llegó un Ford Falcon, del que bajaron tres hombres en uniforme de combate. Cuando entraron, me fui lo más rápido que pude. Bergoglio tenía vinculaciones importantes”, recuerda Rodolfo, quien coincide así con el testimonio de Riquelme, quien fue secuestrado y torturado por una patota que, dice, salió de la sede de Bergoglio, y Mom Debussy, a quien le hablaba con simpatía del proyecto político de Massera.

En uno de esos encuentros los hermanos Yorio le dijeron que cada vez que Orlando y Jalics iban a ver a un obispo para que los aceptara en su diócesis, le respondían que habían recibido malos informes. Graciela recuerda:

–Me dijo que él había hecho informes favorables, hizo ademán de buscarlos para que los viéramos, pero no trajo nada. Otra vez me dijo algo que yo sentí como una amenaza. Vos cuidate, porque a la hermana de Fulano que no tenía nada que ver la secuestraron y la torturaron. Si era tan joven y no tenía contactos, ¿cómo pudo ver a Massera y Videla? Orlando estaba convencido de que Bergoglio los había entregado, y yo le creo.

Jalics compartía esa certeza. Cuando recuperaron la libertad (el 23 de octubre de 1976, condición de la Conferencia Episcopal para recibir al ministro José Alfredo Martínez de Hoz, quien defendió ante ellos su programa económico) ambos sacerdotes se dirigieron a la casa de la madre de Yorio, donde Jalics recibió a sus pocos amigos húngaros. Días después se sirvió allí un almuerzo de festejo. “Nunca percibimos que hubiera cambiado de opinión respecto de Bergoglio”, dice Graciela Yorio. En abril de 2010, Jalics le envió un mail: “A Orlando no se hizo justicia, a Jesucristo tampoco y pasaron ya dos mil años”, dice. Agrega que llegó a la convicción de que “sólo el perdón puede ayudar y dar paz”. Por eso aceptó la invitación de Bergoglio a reunirse en Buenos Aires, pese a que sospechó que lo hacía “para poder decir que conmigo no pasó nada”. Al explicar su posición dice que “entre los jesuitas hay todavía tensiones por Bergoglio. Por eso quise quedarme distanciado de esas peleas. Ese es mi camino y te pido que lo comprendas”. Luego de la audiencia de Jalics con el papa Francisco y de su retractación, Graciela Yorio le pidió que si tuviera datos concretos favorables a Bergoglio se los hiciera conocer, dado que ella y su hermano Rodolfo se guiaban por lo escrito por Orlando a la Compañía, “y también lo que sabemos de tus opiniones con respecto al hostigamiento y secuestro que ambos han padecido”. Ese correo del 7 de octubre pasado fue respondido el mismo día: pedía “tengas algo de paciencia” porque “ahora tengo demasiadas cosas. Te escribiré”. El 1º de diciembre, Graciela Yorio insistió: “Todos los días, cuando abro mi correo, lo hago con la esperanza de encontrar noticias tuyas. No quiero molestarte pero necesitamos esas respuestas. Si podés hacerte un tiempito, Fito y yo te lo agradeceremos mucho”. Jalics respondió el 24 de enero de este año. Dijo que estaba en la India y que les escribiría cuando estuviera de regreso en Alemania. Dos meses más tarde no lo ha hecho. Los hermanos de Yorio sienten que nunca lo hará porque el único hecho nuevo es que desde hace un año su voto de obediencia al Papa debe cumplirse con el hombre de quien en 1994 escribió: “Le expliqué que estaba jugando con nuestras vidas. Me prometió que haría saber a los militares que no éramos terroristas. Por declaraciones posteriores de un oficial y treinta documentos a los que pude acceder más tarde pudimos comprobar sin lugar a dudas que este hombre no había cumplido su promesa sino que, por el contrario, había presentado una falsa denuncia ante los militares”. Así, hizo “creíble la calumnia valiéndose de su autoridad” y “testificó ante los oficiales que nos secuestraron que habíamos trabajado en la escena de la acción terrorista. Debió tener conciencia de que nos mandaba a una muerte segura”.

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