Mié 20.08.2003

EL PAíS  › OPINION

Un desafío que pudo haberse resuelto antes

› Por Martín Granovsky

El presidente Néstor Kirchner siguió su instinto habitual: defendió su propio espacio ante el crecimiento de un polo opositor alrededor del cual parecen ir nucleándose el menemismo y el establishment. Daniel Scioli es una apuesta. Otra es Mauricio Macri.
Al cepillarle funciones a Scioli, Kirchner sin embargo no lo destruyó. Le puso límites. La disputa con Scioli es a la vez una pelea de poder y de proyectos. Pero Kirchner tendrá un problema si su decisión de ayer aparece como el simple cercenamiento del derecho a opinar por parte de un dirigente opositor. En verdad no son así las cosas. En la Constitución el vicepresidente tiene un papel poco lucido. El artículo 57 dice que presidirá el Senado y tendrá voto solo en caso de empate. Y la Sección Segunda solo le asigna un rol protagónico, aunque subsidiario, “en caso de enfermedad, ausencia de la Capital, muerte, renuncia o destitución del Presidente”. Y punto. ¿Kirchner buscó decirlo sin decirlo? Puede ser. Pero no lo dijo, y entonces la decisión sonará menos nítida.
En términos constitucionales el vicepresidente es un artículo de decoración porque el Ejecutivo es unipersonal y no colectivo. En términos políticos el vice cuenta cuando es parte de una alianza. Chacho Alvarez lo era. En el caso de Scioli no hubo alianza formal con Kirchner. Cualquiera podría decir que la propia fórmula constituyó una coalición de hecho en la que Scioli sirvió para atraer el voto menemista. Pero ésa no es una alianza.
La alianza de verdad la fue tejiendo Scioli en los últimos tiempos. Con una doble cara: en parte la construía y en parte los sectores de poder lo estaban construyendo a él. Y todo fue posible, naturalmente, porque el Gobierno minimizó tanto el papel de Scioli como esa doble construcción.
Un ejemplo fue el viaje de Scioli a España. Solo un mes después de la asunción de Kirchner, el vicepresidente mantuvo entrevistas con el rey Juan Carlos, el presidente del gobierno, José María Aznar, y empresarios.
Página/12 pudo establecer que la embajada en Madrid tuvo poco que ver en la visita. A pedido del vicepresidente se limitó a agendarle entrevistas con el presidente del Senado, Juan José Lucas Giménez, y con el secretario general del Partido Socialista Obrero Español y jefe de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero. También prestó su salón para que Scioli ofreciera una conferencia de prensa.
En ese momento faltaban solo 20 días para que Kirchner llegara a España. Scioli no estaba emprendiendo una gira exploratoria, cosa que nunca es función de un vicepresidente, y en cambio aparecía opacando la visita posterior del Presidente.
El contacto con los empresarios fue una de las obsesiones de Scioli. La otra, contar con un equipo que garantizase la repercusión de la visita en la Argentina.
El armado de la agenda verdadera descansó en un personaje clave de los negocios en España. Es Ramón Blanco Balín, número dos de Repsol-YPF después del presidente Alfonso Cortina.
Balín es el mismo que a principios de agosto último sostuvo que uno de los problemas es que el sector energético transfiere ingresos a favor del productivo. “Techint y los hoteles cinco estrellas nos compran el gas en pesos y nos venden en dólares”, dijo. En el caso de Techint, se refirió a los tubos.
El empresario conoce bien a Kirchner. Trató con él cuando el Presidente era gobernador de Santa Cruz y suele insistir en foros públicos con la idea de que Kirchner no se propone reestatizar nada.
El juego de las empresas de servicios no es, al menos por ahora, desgastar abiertamente a Kirchner, lo cual no significa que dejarán de aprovechar cualquier fisura en el Gobierno y se abstendrán de pelear. Los lobbies detectaron sin problemas que había opiniones divergentes entre el Presidente y el vice. Trabajaron sobre Scioli, que se prestó gustoso porque quería un espacio propio más allá del área de Turismo. Consiguieron que el vice tomara contacto oficial con el Gobierno español a través deuna empresa y no del canciller argentino. Y recibieron una ayuda impensada: el Gobierno no midió en su momento qué significaba la gira de Scioli y, sin realismo, le quitó valor. Ayer Kirchner jugó fuerte. Pero pudo haberlo hecho hace dos meses, cuando el desafío de Scioli no era tan público. Si actuar con decisión preserva poder, hacerlo más tarde suma un desgaste inútil.

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