Sáb 12.04.2014

EL PAíS  › OPINION

Mejor, tirar la cadena

› Por Javier Grosman *

El martes a la noche, minutos después de que la Presidenta dejara inaugurado el Encuentro Federal de la Palabra en Tecnópolis, las redes sociales primero; la radio, la televisión y los diarios más tarde, reflejaron las críticas de distintos personajes de la cultura, el periodismo y la política por el uso de la cadena nacional.

Más allá de la vieja polémica sobre la cantidad de ocasiones en las que el Gobierno utiliza este instrumento de comunicación pública para darle visibilidad a su gestión, esta vez se cuestionó con gestos de burla, de sorpresa o de indignación el contenido del mensaje. Polémica que, dicho sea de paso, oculta el mensaje de las corporaciones mediáticas, pero de sus accionistas no de sus escribas, que no aceptarán tan mansamente que el Gobierno decida usar sus espacios, el de sus tandas, para promoción de sus acciones, sus metas, sus proyectos, sin pasar por sus cajas y engrosar sus arcas. Si quieren publicidad, promoción, tienen que pagarla. La discusión es simplemente de plata. No de principios republicanos, sobre qué dice o deja de decir la Constitución sobre el tema en cuestión.

Pero esta vez se quejaron de que se habilitara la cadena nacional para que distintas expresiones de la palabra (de eso se trata el Encuentro en cuestión) realizaran breves intervenciones capaces de describir mejor que cualquier discurso de inauguración, la propuesta cultural del evento.

Por apenas unos minutos convivieron en el escenario de Tecnópolis Pepe Soriano y el stand-up, las coplas andinas y el hip hop, la poesía y el humor, lo clásico y la vanguardia. Por un instante un actor bromeó con Cristina y jugó con La Cámpora. Los márgenes de la cultura ocuparon el centro del escenario presidencial cuando el hip hop contagió de dolor urbano a todos los presentes.

Más tarde, la Presidenta resignificó el paradigma sarmientino para ponerle su sello al acto: “Palabra o barbarie” fue su aporte histórico, mirando más allá de este encuentro a una sociedad que debate con naturalidad si es legítimo o no el delito de linchar, el delito de matar.

Esta vez los críticos de la cadena nacional, que se habían resignado a “bancarse” a Cristina, se horrorizaron porque la cultura, en variadas expresiones, ocupó por un rato las pantallas que en cadena fogonean linchamientos y repiten cada hecho de inseguridad hasta hacerlo insoportable.

Como escribió el agudo Jorge Halperín en Página/12 “la fábrica de malestar está funcionando a pleno” y, me permito agregar, no puede permitirse ninguna interrupción en su cadena productiva de catástrofes.

Los que se burlan o se quejan de este formato de comunicación presidencial son muchas veces los mismos que reclaman que la cultura sea valorada, promovida y subsidiada, como corresponde. Pero cuando la poesía, el humor y la música hacen su trabajo de síntesis y explican mejor que los discursos el sentido de un acto público, popular y gratuito, la cultura ya no sirve porque molesta, porque está contaminada. En mi aldea los llaman tilingos.

A propósito de cadenas, los que se quejan porque por media hora de irrupción pública en el santuario privado se interrumpieron los juegos de Guido Kaczka o la novela brasileña, quizá no recuerden para qué se usaban las cadenas nacionales tan correctas y oportunas que hoy añoran. Después del clásico “Transmite LRA 1 Radio Nacional y LS82 TV Canal 7 para todas las emisoras que integran la Cadena Nacional de Radio y Televisión” llegaban, certeros y puntuales, los comunicados de la Junta Militar de turno, los anuncios de planes económicos de ajuste o los esperados acuerdos con el Fondo Monetario Internacional. Ya no en tiempo de hip hop, sino como preludio del candombe social que iban a generar. Ya no como monólogo de humor, sino como discurso trágico de nuestra historia.

* Director Ejecutivo de Unidad de Bicentenario.

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