EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por Luis Bruschtein
Hace varios días que las primeras planas de los diarios opositores dejaron de hablar de la inflación y el dólar para hablar de los linchamientos. En ese sentido, el paro llegó tarde, porque la lógica de su convocatoria apareció más motivada por los climas que crean esos medios que por reclamos gremiales concretos. Hubiera sido más coherente entonces que el paro fuera en apoyo a los linchamientos.
El paro fue convocado hace varias semanas, cuando parecía que la historia argentina estaba a punto de repetirse y que la escalada contra el dólar se llevaría puesta a la economía. Para los economistas ortodoxos, el blue era el malo bueno, el esperpento que iba a herir de muerte a este gobierno endemoniado. Criticaban en público su existencia pero lo adoraban en privado. El blue representaba el virus imparable de la devaluación y la hiperinflación que terminaría por deglutir a la heterodoxia insufrible del oficialismo.
El paro se convocó en ese momento pero se realizó varias semanas después en un contexto completamente distinto. La campaña mediática que agitó un estallido de la economía a partir de una supuesta e inminente megadevaluación con hiperinflación fue tan fuerte que cuando el Gobierno logró contener al dólar y al alza de precios en un punto controlable el efecto fue más de alivio que de bronca.
Hubo presiones de los grandes exportadores que no liquidaron sus cosechas para secar la plaza y forzar la devaluación. Y hubo operaciones de sectores del capital concentrado para comprar dólares más caros de lo que ofrecía el mercado, también para empujarlo hacia arriba. Y esas operaciones se hicieron con la complicidad de gran parte del sector financiero. En ese escenario surgió la convocatoria al paro con las consignas “No al ajuste” y “No a la inflación”. En ese escenario, el paro se convertía en otro factor más de presión para hacer estallar la economía. Por eso también fue apoyado inmediatamente por la Sociedad Rural, muchos de cuyos asociados especulaban con el dólar para provocar la devaluación. El estallido de la economía no hubiera favorecido a los trabajadores. Y, por lo tanto, el paro iba en contra de sus intereses.
La convocatoria se realizó en un momento determinado y se demoró en realizarse. En ese tiempo entre la convocatoria y el paro, se impidió una devaluación de más del ciento por ciento que descontrolara a la economía y se ubicó al dólar en un valor controlable. Fue una devaluación que evitó una megadevaluación que hubiera llevado a una crisis profunda de la economía con caída de la producción, cierres de fábricas, despidos masivos, ajustes y congelamientos salariales, como ya ha sucedido en otros momentos de la Argentina. De la misma manera que las campañas mediáticas sobre la inseguridad van creando en la sociedad el germen de un reclamo por una intervención más autoritaria y represiva del Estado, las campañas apocalípticas en temas económicos y las crisis promovidas tienden a alimentar el huevo de una idea autoritaria de las políticas económicas, donde lo autoritario es lo desigual, es la primacía del más fuerte. La primacía del más fuerte en los procesos económicos, sostenidos por la fuerza autoritaria y represiva del Estado es un modelo que no se propone, sino que se induce para que determinados sectores de la sociedad lo reclamen en forma autoritaria, incluso por encima del derecho de las mayorías e incluso en contra de sus propios intereses.
Pero no hubo desastre. Los efectos de la devaluación fueron más o menos amortiguados por una política de precios que pudo frenar hasta ahora el desbarranque y finalmente las paritarias van amortiguando los efectos negativos sobre el salario. El conflicto docente demostró que las paritarias fueron duras, que no hubo topes en la discusión. Y desde el Gobierno se hizo saber que al final del proceso de paritarias se estudiarían los mínimos del Impuesto a las Ganancias. El paro se realizó cuando casi todos los grandes gremios ya habían cerrado sus paritarias, la mayoría de ellos en alrededor del 30 por ciento. Moyano llegó al borde del disparate cuando afirmó que el Gobierno había obligado a las patronales a poner un techo a la discusión salarial, como si fueran pobres angelitos maltratados por un gigante malísimo. La imagen exhibe el inconsciente de Moyano, donde este paro es claramente una cuestión política contra el Gobierno (el gigante malo) y no una cuestión gremial con las patronales (los pobres angelitos). Es una imagen graciosa, porque si Moyano fuera un buen gremialista y creyera en ella realmente, tendría que apoyar a un gobierno que puede disciplinar a las patronales y no al revés, como ha sucedido en la mayoría de los casos.
Sin embargo, la cifra promedio de los aumentos engloba incluso las mediciones de inflación más pesimistas realizadas por la oposición. Hablar de ajuste resulta aventurado cuando no se produjeron despidos masivos ni congelamientos salariales. La transferencia de recursos se produce cuando los aumentos salariales no dan cuenta de los efectos de una devaluación. Es cierto que las situaciones son más complejas y que se pueden discutir matices en cuanto a tiempos, cifras y sectores, por ejemplo el sector informal, del que ni los gremialistas ni la izquierda opositora se hicieron cargo. Pero es muy exagerado hablar de ajuste como en otras devaluaciones, por lo menos hasta ahora.
Se podrá discutir, pero el mejor termómetro han sido las primeras planas de los grandes medios opositores. Si dejaron de hablar del dólar y de la inflación para volcarse a los linchamientos es porque percibieron que el tema se había pinchado. El blue dejó de asustar y la inflación aumentó, pero se mantuvo en un marco discutible, criticable, pero previsible y por lo tanto menos angustiante.
Se puede discutir el acatamiento al paro. Es real que hubo poco movimiento en la ciudad de Buenos Aires. Pero también lo es que prácticamente ninguno de los grandes gremios de la industria adhirió a la medida, como tampoco lo hicieron otros grandes gremios de la administración pública ni del comercio o de otros servicios. Básicamente fue un paro de los gremios del transporte que impidió que los trabajadores llegaran a sus trabajos.
Las consignas con que se había convocado originalmente al paro: “No al ajuste” y “No a la inflación” se pincharon, por lo que le fueron agregando letra chica a la convocatoria. En todo caso, lo más deshonesto fue no identificar a los que especularon contra el dólar para provocar una hiperdevaluación que llevara a la destrucción del salario y de fuentes de trabajo. Al no hacer esa diferenciación, el paro se convirtió en una medida en contra de los trabajadores, porque se sumó a las presiones que buscaban debilitar a una gestión que trataba de bloquear una hiperdevaluación con hiperinflación.
Los organizadores del paro no podían hacer esas diferenciaciones porque fue un paro político y cada uno de ellos tiene un posible candidato en la oposición. Por lo general, los paros siempre tienen un tono político. No se trata de un pecado. Lo que importa es si esa política coincide o por lo menos tiene puntos de coincidencia con los intereses de los trabajadores.
Luis Barrionuevo y Hugo Moyano tienen sus candidatos en el peronismo opositor. Moyano viene de hacer sapo en las últimas elecciones con Francisco de Narváez y está aproximándose a Sergio Massa. Barrionuevo está mucho más perfilado y anunció que convocará a la Mesa Sindical Massa Presidente. El gastronómico fue padrino político del ex intendente de Tigre cuando éste abandonó las filas de la UCeDé y se incorporó al PJ. Barrionuevo no fue un organizador más del paro. Fue el que estaba en mejores condiciones de todos ellos para capitalizarlo. El paro fue el preludio que necesitaba para convocar a la rama sindical el massismo y de esa forma fue el que más lo capitalizó.
La izquierda opositora que respaldó el paro fue detrás de Barrionuevo. Los partidos de la izquierda trotskista en sus distintas gamas, tanto los que apoyaron a la Sociedad Rural durante el conflicto por la Resolución 125 como los que se mantuvieron a un lado, y el partido de la izquierda maoísta, el PCR, nunca participaron de la CTA y se opusieron a la nueva central cuando surgió. Son agrupaciones que tampoco respaldan a los procesos populares en América latina y sus equivalentes son opositores a los gobiernos que los encabezan. Ahora son aliados de Pablo Micheli, que dirige un ala de la CTA escindida de la central que lidera Hugo Yasky. Con estas alianzas, Micheli afronta también una situación difícil en ATE, su propio gremio, donde un sector cada vez más importante se rebela contra su conducción. Realizar un paro contra el Gobierno en alianza con Barrionuevo, que en definitiva tiende a consolidar la candidatura de Massa, pone a ATE en un lugar difícil para una militancia que tiene una tradición diferente.
No es contradictorio ni negativo que un paro tenga un tono político. Como se ha dicho, lo importante en todo caso es que esa política tenga puntos de coincidencia con los intereses de los trabajadores que hacen el paro. La pregunta es si Barrionuevo representa los intereses de esos trabajadores.
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