› Por Horacio Lutzky *
La Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, con la firma de su presidente y de su vicepresidente, el filósofo judío Santiago Kovadloff, emitió días atrás una declaración en apoyo al empresario periodístico y director del diario La Nueva Provincia, indagado por su presunta participación en delitos de lesa humanidad en el genocidio de la última dictadura militar. “Expresamos nuestra profunda preocupación por la situación procesal en que se pretende involucrar al académico Vicente Massot sobre la base de instrucciones dogmáticas o ideológicas emitidas por el Ministerio Público”, escribieron los expertos en moral en la declaración. La nota fue destacada con alborozo el 15 de abril pasado por el diario La Nación, tribuna frecuente para las reflexiones de Kovadloff. La defensa del dueño de un medio íntimamente vinculado con los represores militares no sorprende por parte de esta Academia, a poco que se revisen algunos de los miembros actuales o recientes de la magna institución: el presidente, Manuel Solanet, fue viceministro de Economía durante la dictadura, cuando el ministro era José Alfredo Martínez de Hoz; Alberto Rodríguez Varela fue ministro de Justicia de Jorge Rafael Videla y fiscal de Estado de Buenos Aires mientras el criminal Ramón Camps estuvo al frente de la policía; Horacio Sanguinetti se desempeñó como asesor de gabinete en el Ministerio del Interior en 1981 durante la gestión de Horacio Liendo; Juan Aguirre Lanari fue canciller de Reynaldo Bignone; Carlos Pedro Blaquier, ex titular del ingenio Ledesma y procesado por delitos de lesa humanidad, entre otros.
Tales predecesores y compañeros de ruta no incomodan a Kovadloff, que encuentra su pluma presta para firmar la preocupada declaración de apoyo al colega académico, donde juzga –despreciando las actuaciones judiciales– que se lo persigue por “instrucciones dogmáticas o ideológicas”, pasando por alto la imputación de participación en la desaparición de dos obreros gráficos “conflictivos” para los Massot, y la instigación al genocidio del periódico bahiense.
Pero la nota difundida con la firma del filósofo Kovadloff –cercano al macrismo y referente estrella del conglomerado opositor– fue incluso mucho más allá, al afirmar: “Manifestamos nuestra solidaridad con el doctor Massot, de indudable trayectoria personal, científica y moral”. ¿Indudable trayectoria personal, científica y moral? Como Kovadloff no puede desconocer, el doctor Massot, además de apologista de la dictadura y las violaciones a los derechos humanos, ha sido un destacadísimo actor de las más virulentas publicaciones antisemitas que asolaron estos parajes, particularmente la revista Cabildo. Tampoco puede ignorar que esa misma ideología de odio y prejuicio que difundía Massot pasó a ser credo semioficial de la dictadura genocida, con una carga especial de ensañamiento hacia los secuestrados judíos.
Massot fue fundador y secretario de redacción de El Fortín y de Cabildo desde su aparición, en 1973, hasta 1976.
La primera edición de Cabildo “vio los kioscos el 17 de mayo de 1973, justo a tiempo para escandalizarse con Cámpora y despuntar una vieja fantasía del nacionalismo católico, la del complot masónico-liberal-sionista para entregar el país al comunismo internacional (...) Para Cabildo, entonces, el pase de mando de Lanusse a Cámpora fue la misma entrega de Argentina a la subversión judía, cosa explícitamente dicha en esos tiempos felices en que no había ley antidiscriminatoria”, recordaba años atrás Sergio Kiernan en Página/12. Entre sus temas predilectos, Cabildo, la revista del académico “de indudable trayectoria personal, científica y moral”, incluía en la conspiración antinacional a periodistas judíos como Jorge Guinzburg y Carlos Ulanovsky, la revista Satiricón y, por supuesto, el diario La Opinión. “Porque el espíritu está enfermo y la carne mortecina, existe una literatura venérea y anormal (...) Episódica dentro de ese proceso, la revista Satiricón reconoce en él lejanos y asquerosos antecedentes. En los Blotta, Mactas, Ulanovsky, o Uranovsky, u Onanovsky, que la pergeñan, están los viejos de nariz aquilina que vendían estampas pronográficas (sic) en el legendario Paseo de Julio (...) Y así corre este engendro, financiado por la conspiración antiargentina y anticatólica –judíos, masones, marxistas–, para deleite de oficinistas lánguidos, de estudiantes equívocos, de adolescentes escurridizos.” (Cabildo Nº 11, págs. 3233).
Como señala la investigadora Patricia A. Orbe (en “Cruzada nacionalista y periodismo: la revista Cabildo y el escenario mediático argentino 1973-1976”), esta “literatura venérea y anormal” –contagiosa, como una enfermedad– era otro producto de una dupla sospechosa –a los ojos nacionalistas–, conformada por “Ulanovsky y Guinzburg”, a los que se acusaba de estar cumpliendo “con la ley de la raza y la historia”, en abierta referencia a su condición de judíos y sus pretendidas actividades conspirativas contra el ser nacional. El primer número de su hermana massotista El Fortín decía cosas como éstas: “En cierto sentido y medida, la Argentina se parece a una sinagoga invadida por cambistas y mercaderes (...) Esa sinagoga arquetípica tiene también su sanhedrín (...) En ese sanhedrín se codean los Korn y los Hirsch, los Dreyfus y los Todres, los Gelbard, Broner, Madanes, Civita y otros. Arturo Frondizi les cuida las sandalias dejadas a la puerta (...) y más allá, en el atrio de los gentiles, generales, industriales, comerciantes, escritores, brujos, videntes y hasta algún sacerdote, les sirven de acólitos. Muy del sanhedrín, siempre ocupado en sus rollos, existe un escriba: se llama Jacobo Timerman. El se encarga de dar envoltura intelectual a los mandatos de la sinagoga en La Opinión (...) Ese día, en fin, Jacobo Timerman, mientras enrolle sus papeles, ciña sus vestiduras y apreste su calzado para el éxodo, caerá tal vez en la cuenta de que la primogenitura de esta Patria no se vende por un plato de lentejas, ni se compra con todas las mentiras de su prensa”.
Cuando los militares tomaron el poder, el director de La Opinión fue secuestrado y torturado bajo los mismos cargos que proclamaban Cabildo, El Fortín y Camps. Y Papel Prensa, de propiedad de otro de los blancos predilectos de Cabildo, la familia Graiver, fue rapiñada bajo similar paraguas de cruzada fundamentalista, para pasar a manos de empresarios periodísticos amigos de la dictadura, alguno de ellos miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas que Kovadloff integra como preocupado vicepresidente.
La noble oligarquía que presta una silla al filósofo de apellido impuro, ¿le habrá pedido que, además de defender el interés sectorial, se arrodille a firmar una apología del mentor de las peores diatribas antisemitas?; ¿o realmente creerá que el escritor de Cabildo posee “indudable trayectoria personal, científica y moral”?
* Abogado y periodista, autor del libro Brindando sobre los escombros, Editorial Sudamericana.
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