Lun 25.08.2003

EL PAíS  › OPINION

Votos y razones cruzadas

› Por Eduardo Aliverti

Hay dos conclusiones centrales respecto del papel que le cupo ayer a lo que el convencionalismo denomina campo progresista. Por un lado, a pesar de la derrota de Ibarra, hubo la ratificación de que es un momento objetivamente aprovechable para las fuerzas corridas del centro a la izquierda. Por otro, la llamada izquierda “tradicional” repitió magros guarismos, pero esta vez los factores que la afectaron fueron tan propios como ajenos.
Corresponde analizar en ese orden, con la salvedad de que el primer argumento atraviesa casi todo el sentido del segundo. Porque está claro que se trató de comicios con una cuota alta de “nacionalización”. Y en consecuencia, siendo que Ibarra estaba alrededor de 15 puntos debajo de Macri hace apenas unos meses, la influencia de Kirchner fue decisiva para el crecimiento del actual jefe de Gobierno. Salvo que algún extraterrestre entienda que, casi de la noche a la mañana, una notable cantidad de vecinos pasó a considerar que la gestión de Ibarra mutó de muy mala a poco menos que notable. Más luego, también es obvio que el gobierno nacional es visto por la inmensa mayoría como una administración de centroizquierda y que entonces puede haber muy pocas dudas acerca de por dónde creció Ibarra. Lo cual se expresa no sólo a través del aura e injerencia de Kirchner, sino también gracias a candidatos (Bonasso, Lozano) que en mayor o menor medida expresan el pensamiento oficial a más de la valoración de sus trayectorias. Se podría reparar en la probabilidad de que el voto a Ibarra tuvo además el componente de herramienta útil para derrotar a Macri. Pero eso no cambia el concepto básico, en tanto el candidato de Compromiso para el Cambio escenifica claramente una opción de derecha.
Es difícil saber por estas horas cuánto del voto clásico de izquierda, real o eventual, fue absorbido por la nacionalización electiva que favoreció a Ibarra, tanto porque haya querido apoyar a Kirchner como si lo que privilegió fue frenar a Macri. Y es igualmente complicado diseccionar el “zamorómetro”, aunque hay allí algunas puntas que pueden permitir desentrañar mejor la ruta del izquierdismo que se muestra como tal.
Por empezar, hay una consolidación de Zamora respecto de su elección de hace dos años y eso da pistas firmes. Su imagen de honestidad y la visualización como outsider político le valieron entonces un excelente resultado, favorecido por el clima de derrumbe del partidismo histórico. Hoy, la honestidad es un valor que continúa apreciándose y, en cambio, la desaparición del voto bronca en su traducción de “que se vayan todos” sugiere que hay una cierta revalorización de la actividad política, traccionada por la gestualidad de Kirchner. Sin embargo, la extinción de aquel tipo de sufragio no implica la muerte de la bronca como tal. Zamora perdió la batalla de la militancia por el enojo nucleada en los sectores medios (asambleas), pero evidentemente no dejó de representar la necesidad de repudio en el cuarto oscuro. Conserva, por izquierda, lo que se llama el “voto ético”. Con toda seguridad, la izquierda partidaria no fugó hacia Zamora y mucho menos después de su increíble negativa a apoyar la anulación de las leyes de impunidad. Pero también es cierto que mucho voto que podría haber anclado en esa izquierda (que tuvo un resultado considerable, sumadas todas las fracciones, en octubre del 2001) lo prefirió a Zamora. En el porqué, los senderos se bifurcan. A los señalamientos apuntados se suma su carisma y, de modo proporcionalmente inverso, la ya crónica ausencia de una figura convocante en el arco partidario de izquierda. Igualmente, se identifica a éste con el maximalismo propositivo. Si es por eso, tampoco Zamora propuso nada concreto para los problemas de la ciudad, pero quedó evidenciado que su imagen amortigua esa carencia mientras que en la izquierda se ve potenciada por la falta de figuras.
Parece claro que esas ventajas del candidato de Autodeterminación y Libertad están por encima de su personalismo sectario, que entre otrascosas lo llevó a rechazar todas las ofertas de unidad que le acercaron. Y si a ello se le suma la absorción progresista que produce el oficialismo nacional y local, y la persistencia de no pocas facciones en estimular la fragmentación, es posible que se encuentre una respuesta no totalizadora, pero sí aproximada, al motivo que otra vez dejó a la izquierda con un sabor amargo.

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