EL PAíS
› ALICIA KIRCHNER REALIZO OTRA VISITA SORPRESA
Ciudad Oculta, en la agenda
La ministra de Desarrollo Social recorrió Ciudad Oculta y dialogó con sus pobladores. “No vengo a ofrecerles planes Trabajar sino a realizar emprendimientos productivos en base a lo que sepan”, dijo.
› Por Irina Hauser
Su técnica es aparecer por sorpresa y ponerse a hablar con los vecinos. Ciudad Oculta fue la villa de emergencia que Alicia Kirchner eligió visitar ayer. Cerca del mediodía se bajó del auto oficial en la puerta de una escuelita que comunica con el asentamiento. Clavó los tacos de sus zapatos celestes en el barro, con actitud de heroína poco pretenciosa, y se lanzó a caminar bajo la lluvia con el objetivo, decía, de “ver la realidad”. El laberíntico barrio le mostró a la ministra de Desarrollo Social ancianos llorando de hambre y frío, casas de chapa y cartón sin agua, luz ni red sanitaria, y hasta el funeral de un bebé. La gente alternaba sus reclamos con gestos de buen humor. La ministra de Desarrollo Social les decía: “No vengo a ofrecerles planes Trabajar. Les propongo emprendimientos productivos en base a lo que ustedes sepan hacer”.
Alicia Kirchner trata de caminar por la villa con naturalidad. Los vecinos se le abalanzan, le dan besos y la abrazan. Ella los acaricia y les pregunta cómo están con cara de tía canchera. Ellos le entregan cartas escritas en el momento, o de las que siempre tienen listas por si aparece algún funcionario, y le hacen pedidos personales. Alimentos, materiales para construir, subsidios, trabajo, atención médica. La ministra deriva cada caso a su cortejo de colaboradores trajeados, alertas con lápiz en mano. Así va creciendo a su alrededor una peregrinación de unas 200 personas.
Los centros comunitarios y asociaciones civiles locales son los nexos que buscan los funcionarios del ministerio con los vecindarios carenciados para monitorear necesidades y medir si la visita de una comitiva será bienvenida o echada a patadas. En Ciudad Oculta, casi no hay grupos piqueteros, sino que prevalecen las organizaciones manejadas por el peronismo, volcadas al trabajo social. “Siempre viene alguien y promete. Generalmente después no cumple, pero nosotros lo último que perdemos es la esperanza”, dice Elsa Ramos, que lleva pullóveres superpuestos y saca del bolso un álbum de fotos del comedor Evita a su cargo.
“Mate”, por “cabezón”, es el apodo de Jorge, uno de los líderes de este barrio de Mataderos que se ocupa de orientar a la ministra, por momentos del brazo, en la caminata. Explica que el asentamiento tiene unas 3000 viviendas, pero “hay que multiplicar por seis para saber cuántas personas viven acá apretujadas”. Bajo el diluvio, la gente alienta a la funcionaria con bromas. “Vamos, que el frío de Santa Cruz es peor”, dicen.
Primer tramo. El tour atraviesa un sector de casas precarias y pasillos asfaltados. Lo llaman el “núcleo transitorio”, donde en los ‘80 se iban mudando quienes estaban cerca de recibir una casa de la comisión de la vivienda. Kirchner va de un lado a otro sin parar. En los comedores pregunta sobre las carencias. Curiosea en una huerta comunitaria. En un taller de costura ofrece financiamiento para nueva maquinaria. Para llegar al centro de salud esquiva una montaña de carrocerías de auto quemadas. Apenas logra saludar a un médico, un grupo de señoras le ruega que visite la parte inconclusa y abandonada del edificio, conocido como “el elefante blanco” que mandó a construir Juan D. Perón. Allí se cobijan algunas familias y otras se llevan ladrillos para construir.
Vidas de cartón. “Doña, ¿puede venir a ver mi casa?”, le tironea a Kirchner de la campera una chica de pelo largo azabache con un bebé en brazos. El tumulto la conduce a un rincón, bajo una estructura de hormigón donde viven cartoneros y revendedores de material reciclable, entre carretas, caballos y casillas de paredes hechas con restos de cajas. Al final de un pasadizo embarrado la “hermana del Presidente”, como la identifican, golpea una puerta y sale Patricio, cincuentón. Kirchner le pregunta cómo se las arregla para vivir. El no oculta su desgano y dice que ya no es ni panadero ni cartonero “porque no sirve” o “hay competencia”. –¿No querés volver a ser panadero o enseñar ese oficio? –le ofrece la ministra, invitándolo a enrolarse en el plan “Manos a la obra”, pero el hombre se queda cabizbajo, sin contestar.
Una familia emerge entre las chapas linderas y proclama su interés. La funcionaria sonríe y aclara: “Vengo a ver cómo podemos ayudarnos entre todos, no a darles planes. Junten seis personas y vengan al ministerio”.
La Loza, la oscuridad. Es como una cueva, un lugar apartado, donde no hay agua, ni luz, ni nada. Sólo frío y habitaciones improvisadas, donde cada habitante trata de tener su velita, su póster de Rodrigo y algo mínimamente mullido donde recostarse. Al fondo, una mujer mayor recibe a Kirchner a los llantos. “Tengo a mi cargo un nieto con el hígado trasplantado, y un sobrino baleado, pero no tengo nada de plata, a mí no me dan planes ni trabajo”, grita desesperada.
Funeral. Mate lleva una campera que en la espalda dice “un mensaje de Dios”. Insiste en que Alicia Kirchner pase por la capilla. Allá van, a las corridas, siempre con la procesión de vecinos detrás. Detrás del altar hay una cadena de banderas de países limítrofes. A un costado, algo inesperado: una familia velando a un bebé.
El recorrido termina en el punto donde había empezado. “Las cartas las leeremos una por una, lo nuestro no es hacer lobby”, prometía Sergio Berni, encargado ministerial de contactar a las organizaciones barriales. Kirchner corrió sus pelos empapados de los anteojos y se despidió: “Quiero que sepan que no vine a prometer nada, pero no voy a quedarme encerrada en mi despacho”, dijo. “No queremos asistencialismo”, le gritó un hombre. Y Kirchner retrucó con sus propuestas para la producción cooperativa.
Marta, una mujer de ojos verdes, 41 años y tres hijos, que la siguió a Kirchner durante sus dos horas de presencia, cuenta que Ciudad Oculta “se llama así desde que alguna gente con plata decidió construir una muralla para que no se vieran los pobres”. Los vecinos, dice, quieren recuperar “su nombre real, que es Belgrano”. “Mientras nos siguen poniendo Ciudad Oculta en el DNI –explica– nadie nos da trabajo, creen que somos de la mafia y la prostitución. Nos tapan. Por ahí esa es una de nuestras primeras necesidades.”