EL PAíS
› OPINION
El letargo y el sacudón
› Por Martín Granovsky
Están claros los cuatro ejes de campaña de Mauricio Macri para el ballottage.
Primero, aparecer con la iniciativa. Como sea. Ese fue el sentido de la invitación para que el jefe de Gobierno pidiera licencia hasta el 14 de septiembre. También el absurdo doble de proponer a Luis Zamora como ombudsman (cuando la inscripción ya estaba cerrada) y a Carlos Stornelli como procurador (como si el procurador fuese responsable del control y no el abogado del propio gobierno).
Segundo, minar los votos de Ibarra elogiando al gobierno nacional e incluso repitiendo frases textuales de cuando Néstor Kirchner estaba en campaña. Por ejemplo, la promesa de la “movilidad social ascendente”. Se trata de una categoría sociológica convertida en slogan, pero aun en su abstracción es reconocible como perteneciente al vocabulario del actual Presidente.
El tercer punto de la campaña, repetir de manera simple, más bien simplota, algunos estereotipos que apuntan a ubicar a Ibarra entre los malos y dejan a Macri como el redentor de los porteños. El mejor comunicador-machacador es el candidato a vice, Horacio Rodríguez Larreta hijo. “¿Usted es de Racing?”, le preguntan. Y él: “Sí, de Racing de Avellaneda, pero Buenos Aires está sucia e insegura y con nosotros se podrá caminar hasta las tres de la mañana”. “Usted estuvo en el PAMI con De la Rúa, ¿no?”, pueden preguntarle. “Sí, y Buenos Aires está sucia e insegura”, contestará.
Y el cuarto punto es convertir la historia en agravio. Así, sería un agravio recordar que Macri fue presidente de empresas del Grupo Macri. También sería insultante preguntarse si, justo cuando la Argentina intenta colectivamente cambiar la relación sumisa del Estado respecto de las empresas de servicios, es coherente pensar que un directivo clave de esas empresas nació ayer. Sobre todo cuando, además, de su parte no hay ninguna revisión concreta del papel jugado por los grandes grupos económicos, uno de los cuales lleva su nombre, en la transformación de la Argentina en un notable ejemplo mundial de movilidad social descendente.
Para Ibarra la historia (Menem, Macri, Socma, los desocupados, los cartoneros que antes hubieran podido ser empleados de comercio) será una parte importante de la campaña. Le irá bien si consigue que Macri no termine de revestirse de teflon para que nada de lo malo se le quede estampado a la candidatura.
La sospecha institucional sobre el Correo parece ir por ese lado. De paso suena a freno. Si la forma insólita en que se cargó el sistema el último domingo no fue una simple casualidad sino un plan para cumplir con el guión macrista hacia el ballottage y, al mismo tiempo, una demostración de poder, Kirchner respondió tanto al guión como a la pulseada.
¿El nuevo jefe de campaña de Ibarra se llama Kirchner? Puede ser. Pero suceda lo que suceda con el Correo, la movida tendrá un efecto doble inmediato. Le quitará iniciativa a Macri y sacudirá a la campaña ibarrista del letargo que la invadió el domingo a la noche, como si el 3,3 por ciento de diferencia en favor de Macri no hubiera sido lo esperado quince días antes de las elecciones.
Si, como puede presumirse luego de la reunión de ayer entre Kirchner e Ibarra, la nacionalización de la campaña ya no será ideológica sino concreta, con anuncios de impacto porteño, ése será uno de los escenarios de aquí al 14 de septiembre. Un escenario al que Macri tratará de cambiar instalando con fuerza su estereotipo de la Buenos Aires segura que nacerá con solo votarlo.