EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por Luis Bruschtein
Como el kirchnerismo surgió como una fuerza nacional mientras estuvo en el gobierno, hay un pensamiento extendido en la oposición de que cuando pierda ese lugar se diluirá en el llano. Y en realidad, como nunca ha estado allí, esa situación sería para el kirchnerismo una prueba de fuego. El ejercicio del poder es un arma de doble filo: a algunas fuerzas, como a la Alianza o al alfonsinismo, las destrozó. El menemismo creció, pero después pasó a su mínima expresión, incluso bajo otras denominaciones. La suerte del kirchnerismo no es tan clara como lo desearía la oposición, pero para consolidarse todavía deberá pasar varios casilleros.
La posibilidad de que permanezca se sustenta en muchos argumentos, varios de los cuales se hicieron muy visibles en el acto del domingo por el 25 de Mayo. Pero desde la oposición y el antiperonismo, la visión que se tiene es opuesta porque ellos sólo conciben la participación de los sectores populares en el peronismo únicamente como clientelar. Según ellos, fue clientelar esa relación con el menemismo y lo es ahora. En consecuencia, vaticinan que si el kirchnerismo pierde el gobierno se deshace el vínculo con los sectores populares. Desde ese lugar creen que la única opción para una participación política consciente es la que ofrecen ellos, aunque no cuaje nunca. Es casi una cuestión de definiciones de manual: el populismo se construye con clientelismo, el peronismo kirchnerista es populista y por lo tanto también es clientelista, lo que implica su desaparición si pierde la fuente del clientelismo que es el Gobierno.
En Europa se llama populista a un tipo como Berlusconi o a los neonazis. Son fuerzas reaccionarias, conservadoras, que se sustentan con dádivas. De alguna manera, eso fue Carlos Menem o en eso lo convirtió el neoliberalismo. Pero el menemismo prácticamente desapareció y en cambio el peronismo ya va a cumplir setenta años. Hay una diferencia entre la fugacidad del menemismo y la pervivencia del peronismo.
Para menemistas y antiperonistas, el peronismo es una máquina de poder sin contenido. Da lo mismo Perón que Menem o Kirchner, porque sólo lo define su proximidad con el poder. Es una calificación devastadora para el peronismo e infinitamente cruel y despectiva para los sectores populares. En ese aspecto aparece como una mirada muy clasista, con poco conocimiento de la naturaleza concreta de lo que habla, porque niega toda capacidad de inteligencia y solidaridad a los pobres.
El menemismo no fue lo mismo que Perón o Kirchner, sino todo lo contrario, porque expresó la derrota de los movimientos populares y progresistas frente a la hegemonía fenomenal del neoliberalismo en el mundo a partir de la globalización. El peronismo menemista fue el encargado de destruir las conquistas logradas por el peronismo en Argentina al mismo tiempo que en Europa era la misma socialdemocracia la que enterraba al Estado de Bienestar que había levantado.
La figura de Perón trascendió por las conquistas sociales y económicas que logró. La fugacidad de Menem fue por lo contrario. El contenido hace la diferencia y no la maquinaria de poder que también puede formar parte del paquete como sucede con la formidable maquinaria de la socialdemocracia europea y de cualquier partido que disputa poder real.
Pero es cierto que el kirchnerismo llegó después de que el menemismo usara una ilusión fantásmica de peronismo con falsas promesas como la “revolución productiva” y “el salariazo” para estructurar el PJ en forma clientelar porque el proyecto político que encabezaba no tenía nada que ofrecer a los sectores populares. El kirchnerismo surgió cuando el peronismo parecía definitivamente castrado por el menemismo. Y recibió una estructura compleja, con una mezcla de las viejas tradiciones solidarias y el clientelismo punteril muy extendido.
La palanca para cambiar ese relacionamiento interno ha sido la vuelta de la militancia social en función de un proyecto de país inclusivo que impulsa el kirchnerismo, basado en la ampliación de derechos y en políticas distributivas y de soberanía económica. La mezcla se mantiene, por eso es difícil saber hasta qué punto el kirchnerismo logró hacer ese cambio donde el vínculo principal ya no sea el clientelismo, aunque siga entremezclado, sino la conciencia política, el respaldo a un proyecto.
Pero antes de llegar a una situación hipotética ubicándolo en el llano o de nuevo en el gobierno, el kirchnerismo deberá sortear otras encrucijadas más inmediatas: No aparece como una sola orgánica sino como varias, algunas peronistas y otras no. No tiene candidato claro y uno de los que aparece ahora con más probabilidades, el gobernador Daniel Scioli, despierta la desconfianza del kirchnerismo más duro. No está claro tampoco cuáles serán las reglas de juego y la amplitud de las alianzas. Lo más probable es que sea Cristina Kirchner la que defina la mayoría de esos puntos y los demás se irán alineando según la inercia que tienen como corriente política.
De todas maneras, si el kirchnerismo como opción popular de cambio surgió del peronismo en el peor momento de esa fuerza política, se podría abrir alguna expectativa a favor del cambio también en las formas que dejaron las prácticas punteriles. Así como existen los obstáculos, hay otros elementos que pesan para que el kirchnerismo trascienda la coyuntura. Si bien se constituyó como fuerza nacional mientras ha estado en el gobierno, sus dirigentes provienen de tradiciones diversas, como el PJ o la izquierda, del movimiento de derechos humanos, del movimiento estudiantil y de los movimientos sociales en general que fueron la expresión de la resistencia al neoliberalismo en los ’90. Hay un acervo de militancia que no se pierde. No son cuadros políticos que se formaron exclusivamente en la gestión.
El acto del domingo aportó otros datos. La masividad es uno de ellos. Pocas fuerzas políticas se mantienen como la de mayor capacidad de movilización después de once años de desgaste en el gobierno. No se puede hacer una traslación mecánica entre la convocatoria a un acto y el respaldo electoral, pero la masividad del 25 de Mayo fue un dato importante, porque no la consigue ninguna otra fuerza por el momento.
La mitad de las personas que estaban allí concurrieron encolumnados con alguna de las organizaciones que confluyen en el oficialismo. Pero la otra mitad, decenas de miles, eran personas, parejas, familias, grupos de amigos, que llegaron por su cuenta. Los dos datos son importantes, los que fueron organizados y los que no. Sobre todo este último, porque está hablando de que el kirchnerismo no es una fuerza encerrada, sino que todavía tiene capacidad para concitar convocatorias abiertas.
Más allá de la forma pacífica, en contraste con la violencia de los caceroleros, los actos kirchneristas tienen una característica que los distingue de otros actos del peronismo –como eran los del menemismo– y de otras fuerzas en los que la mayoría de los manifestantes a los que se les pregunta por los motivos de su presencia se encogen de hombros o no lo saben explicar con claridad. En actos como el del domingo, la mayoría de los que participan puede formular una explicación racional sobre su participación, saben por qué están allí. Esa participación consciente constituye un capital político importante. Nadie puede decir ya que asisten por el choripán y el vaso de vino. Ni siquiera por los números artísticos. Es llamativo el silencio que se genera en estos actos cuando habla Cristina Kirchner. El público, masivamente, escucha con atención. Incluso, muchos se retiran después de que habla la Presidenta.
Estas condiciones favorables no obedecen a que aumentó la pobreza como opinan algunos encuestólogos, o al clientelismo. La capacidad de convocatoria, la persistencia política después de once años de gobierno y esa participación consciente se sostienen en medidas que han favorecido objetivamente a los sectores populares. Y otro argumento a su favor es que si bien Cristina Kirchner no puede ser candidata, seguirá liderando ese espacio.
La política no es una ciencia exacta. Puede suceder también que si al kirchnerismo le toca el llano termine reducido a su mínima expresión, como sucedió con el menemismo o con el alfonsinismo después de haber sido tan importantes. Pero los datos de la realidad no apuntan en ese sentido y lo más probable es que el kirchnerismo se convierta por lo menos en la fuerza más gravitante del espacio popular, progresista y democrático aun en el llano. La pregunta no es si trascendería, sino con cuánta fuerza lo haría, si se mantendría como una propuesta lo suficientemente importante como para disputar el gobierno o quedaría reducido a una fuerza menor. Y la respuesta está en la profundidad que hayan alcanzado los cambios en el peronismo, porque la relación clientelar ni siquiera es garantía para ganar una elección.
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