EL PAíS › OPINION
› Por Mempo Giardinelli
Acabo de regresar de otra travesía por las selvas del norte chaqueño, casualmente en las mismas jornadas en que el Senado dio media sanción, por unanimidad, a la Ley de Creación del Parque Nacional El Impenetrable-La Fidelidad, en mi provincia, el Chaco.
En la región comprendida entre los ríos Teuco (o Bermejo Nuevo) y Bermejito uno se encuentra con un paisaje maravilloso, inesperado y que incita a la protección. Allí está el casco de la vieja estancia La Fidelidad, que hace décadas fuera de Jorge Born y hacia 1970 adquirida por los hermanos italianos Luis y Manuel Roseo, el primero de los cuales falleció en 1984 y el segundo fue asesinado brutalmente en enero de 2011 aparentemente por mafiosos que pretendían apropiarse de esos territorios, valuados en varios cientos de millones de dólares. Una misteriosa organización de escribanos, abogados y empresarios habría realizado operaciones fraudulentas con esos campos sin el consentimiento de Roseo, lo que le costó la vida.
Ese territorio, en buen estado de conservación, permitió la supervivencia de una abundante fauna. Asombran allí los grandes grupos de tapires, pecaríes y guazunchos (venados), y es impactante la cantidad de especies de aves sudamericanas que se concentran en esos montes, donde hay más de 100 especies exclusivas de esta ecorregión. La Fidelidad es la casa, podría decirse final, del milenario tatú carreta y donde los últimos yaguaretés chaqueños sobreviven dificultosamente. Ñandúes de tamaños asombrosos, ocelotes y pumas viven también con nutridos grupos de yacarés que parecen sestear, eternos, a orillas de ríos y lagunas. Y allí están, igualmente amenazados, los últimos grandes bosques de árboles nobles y maderas duras del norte argentino.
Semejante tesoro dio lugar a una ardua batalla ambiental, política, económica y judicial que precedió a este extraordinario logro de la democracia.
Este Parque Nacional se suma a otro que se aprobó hace un par de semanas, el PN Patagonia, en la provincia de Santa Cruz. Ambos han de recibir, es de esperarlo, la próxima sanción de la Cámara de Diputados para cerrar así el círculo virtuoso que reafirma a la República Argentina como uno de los cinco países del mundo con mayor número y calidad de parques nacionales.
Curiosa, casualmente, esto se produce justo cuando se cumplen 80 años desde la creación en 1934 de la Administración de Parques Nacionales de la Argentina. El primero de los cuales, y sobre terrenos donados a la Nación por el perito Francisco P. Moreno en 1903, se creó en 1922 como Parque Nacional del Sud, hoy conocido como PN Nahuel Huapi, en la provincia de Río Negro. En ese 1934 se creó el segundo: el PN Iguazú, gracias a la gestión de Ezequiel Bustillo, quien con Moreno es considerado padre de nuestros PN.
Con estos dos nuevos serán 32 los PN que tenemos y que ocupan casi el cinco por ciento del territorio nacional. A los que hay que sumar una decena de reservas y monumentos naturales, hasta totalizar más de cuarenta espacios incluyendo parques provinciales y reservas privadas, lo que eleva al ocho por ciento el territorio protegido, al menos teóricamente porque la dotación de guardaparques nacionales es de unos pocos centenares de miembros capacitados y conscientes, pero insuficientes para tan grande territorio, sobre todo siendo la Argentina el tercer país del planeta que inició una política de parques nacionales, después de Estados Unidos y Canadá, y antes que Europa y el resto del mundo.
Como sea, la totalidad de la región conocida como El Impenetrable está siendo dañada de manera feroz –literalmente– debido a la tala brutal de bosques (se están acabando los últimos quebrachales y algarrobales nativos) en favor del avance incontenible de las compañías sojeras y los agroquímicos sin control. Debido a todo eso –que además trae aparejado el arrasamiento cultural de miles de argentinos de pueblos originarios que allí habitan desde hace milenios, y apresura la depredación a manos de implacables cazadores furtivos– es evidente que no hay otro camino que la creación de parques nacionales como éste para asegurar la supervivencia y sustentabilidad del monte chaqueño.
Hacer de La Fidelidad un parque nacional con el nombre de esos bosques maravillosos es un acto de absoluta justicia y sabiduría. Esa enorme estancia de más de 250 mil hectáreas en las provincias de Chaco y Formosa, debería ser uno de los tres más grandes PN del país. Desdichadamente no se pudo convencer a las autoridades formoseñas, por lo que las casi 150 mil hectáreas de este nuevo PN están todas en territorio chaqueño.
Como fuere, con la previsible aprobación en la Cámara de Diputados éste será el mejor final de un proceso iniciado hace sólo tres años, cuando se pudo convencer al entonces gobernador Jorge Capitanich, quien se puso al frente de la idea y propuso las leyes de expropiación y de cesión de jurisdicción en favor del Estado nacional que también aprobó la legislatura de su provincia por unanimidad.
Por cierto, este proceso de unanimidades –especie de rara avis de la Argentina contemporánea– es ejemplar y merece ser destacado porque, ya antes de la votación, el proyecto de los senadores chaqueños Eduardo Aguilar y María Inés Pilatti Vergara había obtenido dictamen favorable unánime en las comisiones de Hacienda y Presupuesto, Asuntos Constitucionales, y Medio Ambiente.
Además de la belleza del paisaje y el cuidado de su fauna y flora, este Parque está llamado a ser una joya del turismo argentino por su incalculable potencial.
Cuando retorné a Resistencia después de días intensos y la inauguración de una biblioteca para la comunidad wichí de Nueva Población y me dispuse a redactar estas líneas, decidí que sería mezquino no celebrar el nuevo Parque Nacional El Impenetrable-La Fidelidad como una conquista de un Estado que no es, ni quiere ser, inútil y distraído testigo de los innumerables desquicios de ciertas iniciativas privadas.
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