EL PAíS › ESTELA CARLOTTO DECLARó SOBRE EL SECUESTRO Y ASESINATO DE SU HIJA LAURA
“¿Dónde está el bebé?”, les gritó la ahora presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo a los policías que le informaron que su hija estaba muerta. Ayer repitió el reclamo a los represores que son juzgados en La Plata. Pero no sólo por Guido, sino por todos los nietos apropiados.
› Por Ailín Bullentini
“Enriqueta Estela Barnes de Carlotto”, se presentó la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo ante el Tribunal Oral en lo Criminal Federal número 1 de La Plata antes de advertir que ese nombre, el suyo, incluye dos historias: la de la integrante de la asociación civil que busca “nietos secuestrados por razones políticas” y la de una madre que, a casi 36 años del asesinato de su hija, Laura Carlotto, espera a la Justicia. Ambos recorridos se entrecruzaron de manera constante durante su declaración como testigo en el juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura en el centro clandestino conocido como La Cacha, que funcionó en las cercanías de la cárcel de Olmos. La mayoría de los 21 represores imputados en la causa, entre militares retirados, ex policías y civiles, escucharon a Carlotto desde un extremo del escenario de la sala teatral que funciona como ámbito judicial. “Tal vez alguna de mis palabras les llegue al corazón y puedan decir dónde están los nietos que faltan recuperar”, les dedicó la titular de Abuelas.
Las razones del testimonio de Carlotto frente a la Justicia en el marco de causas que investigan las violaciones a los derechos humanos que idearon, planificaron y llevaron a la práctica quienes participaron del último gobierno de facto en el país no son desconocidas. Sin embargo, nunca la Justicia analizó tan de cerca el camino recorrido por Laura, la mayor de sus cuatro hijos, desde que tanto ella como el resto de su familia le perdieron el rastro, en noviembre de 1977. Según pudo reconstruir Carlotto con el correr de los años, Laura habría estado encerrada en La Cacha, uno de los centros clandestinos que funcionaron en La Plata durante los primeros años del terrorismo de Estado y cuyo funcionamiento es, hoy, el objeto de análisis del juicio que se desarrolla bajo la vista del TOF número 1.
“El subcomisario nos mostró un documento en perfecto estado de Laura y nos preguntó si la conocíamos y qué relación teníamos con ella. ‘Es nuestra hija’, le contestamos, y entonces vinieron esas palabras que quedaron grabadas a fuego en mí: ‘Lamento informarles que ha fallecido’.” Carlotto se enteró así de lo que temió desde bastante antes.
Era agosto de 1978 y se encontraba frente al responsable de la subcomisaría de Isidro Casanova, quien le informó que debía reconocer el cuerpo de su hija mayor. “Asesinos, me la mataron, estaba secuestrada. ¿Dónde está el bebé?”, recordó ayer que entonces gritó sin mesura.
Habían pasado más de ocho meses de la desaparición de Laura, quien para cuando fue secuestrada “estaba clandestina con su pareja en la ciudad de Buenos Aires”. Había tomado esa determinación cuando secuestraron a su padre, Guido Carlotto, en la puerta de su casa. Era agosto de 1977. “Guido la fue a buscar porque no regresaba. Le había pedido la camioneta para mudarse de una casa a la otra. Encontró todo roto y de ahí se lo llevaron, estuvo secuestrado 25 días”, remarcó la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo quien destacó que fue entonces cuando aprendió “a buscar a una persona desaparecida”. Recorrió oficinas eclesiásticas –fue a ver a los cómplices de los delitos de lesa humanidad monseñores Antonio Plaza y José María Montes–, políticos e incluso a Reynaldo Bignone, hermano de una amiga suya del área de educación. Estela Carlotto, entonces, era docente. Lo devolvieron tras pagar un rescate de 40 millones de pesos de entonces, lastimado, con 15 kilos menos, en un descampado de Lanús.
Según los cálculos de Carlotto, a su hija mayor la secuestraron unos días antes del 16 de noviembre de 1977, fecha de la última carta que recibió de su hija. “Me llamaba y me escribía una carta semanal”, destacó. Durante aquellos meses de incertidumbre, la entonces futura Abuela recorrió varios despachos, pagó gruesos rescates y asomó, sin saberlo, las narices en el infierno en el que su hija y otros 30 mil quedaron sumidos para siempre. “Fui a verlo a (Reynaldo) Bignone al Comando en Jefe del Ejército para pedirle por mi hija y el hombre entró en crisis”, apuntó sobre la segunda entrevista que tuvo con quien fue el último presidente de facto del país, en diciembre de 1977. “Le pedí que si ellos consideraban que había cometido algún delito la juzgaran y la condenaran, que nosotros ‘su familia’ la íbamos a esperar, pero que no la mataran. Me respondió que había que hacerlo”, describió. Les devolvieron el cuerpo de Laura tres días después de haberles comunicado su muerte. “Contrario a las leyes de la vida enterré a una hija, pero en su tumba tomé fuerzas para seguir luchando por los 30 mil compañeros desaparecidos”, apuntó y despertó el aplauso del público que fue a escucharla ayer.
Para el momento en que recibió los restos de su hija mayor, Carlotto ya sabía que tenía un nieto del que desconocía el paradero y estaba muy cerca de convertirse en una Abuela de Plaza de Mayo. El horizonte que el matrimonio Barnes Carlotto se había figurado tras el encuentro con Bignone no era esperanzador. “Creía que Laura ya estaba muerta”, apuntó Carlotto. Sin embargo, la cuestión cambió a fines de noviembre. “Una señora que fue liberada del lugar de secuestro en dónde estaba Laura, que no sabía dónde era, pero que se escuchaban ladridos y de tanto en tanto el silbido de algún tren, se acercó al negocio de mi esposo para decirle que la había visto, que estaba en el sexto mes de embarazo y que le decía a su papá que si el bebé nacía varón se llamaría como él, Guido, y a su mamá, o sea a mí, que la buscara en junio en la Casa Cuna”, relató.
¿Había nacido el bebé? En 1980 se encontró en San Pablo, Brasil, con Alcira Ríos y Luis Córdoba, un matrimonio que confirmó el nacimiento de Guido. “Me dijeron que estuvieron en La Cacha con Laura, que ella les contó las circunstancias del parto, que era un bebé y que había nacido alrededor del 26 de junio”, añadió Carlotto ante el TOF número 1, y calculó que “con lo cual, Guido por estos días estaría cumpliendo 36 años”.
En 1985, la ciencia aportó la certificación final. Fue la intervención del aún incipiente Equipo Argentino de Antropología Forense el que, en base a la exhumación del cuerpo de Laura, en el marco de la causa judicial que entonces investigaba su asesinato, constató “que fue asesinada de espaldas” y que “a 30 centímetros de distancia entraron las balas en su cabeza; que su pelvis tenía las marquitas que el bebé deja en esos huesos de las mujeres que son madres, que tuvo el bebé a término y que fue privada de la libertad, porque en su dentadura había un deterioro grande”, relató Carlotto.
Entonces fue la primera vez que la Abuela de Guido vio los restos de su hija asesinada, ya que cuando le entregaron el cuerpo, tres días después de haberle comunicado su muerte, su marido le aconsejó “quedarse con la buena imagen”. “En ese cementerio pude verla, ver sus huesos, ver su ropa, e hice un cierre del duelo. Tomé más fuerzas para seguir cuando el doctor Snow (Clide Snow, mentor del EAAF) me llamó aparte y me dijo: ‘Estela, tú eres abuela’.”
Carlotto reconoció que su testimonio fue un momento difícil: “Siempre hablamos por todas, y nos cuesta revolver la propia historia”, advirtió, aunque remarcó la importancia del juicio en curso. “Como integrante de Abuelas queríamos que llegaran estos momentos en los que la Justicia dé respuestas a nuestros reclamos, para que la verdad triunfe y que los responsables sean castigados como consecuencias de esos delitos”, reflexionó y puntualizó: “Cuando algunos dicen que hay que olvidar, que hay que perdonar, que todo esto ya pasó, todas esas palabras vacías, mi reacción es pedir lo imposible. Yo no tengo nada que perdonar, es Laura quien tiene que hacerlo. Que la traigan, que la escuchen. Olvidar, jamás”.
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